Delincuentes también padecen por la crisis en Venezuela

Internacional
/ 29 mayo 2019

Disparar un arma de fuego se ha convertido en un lujo. Las balas son caras, un dólar cada una. Y ahora que circula menos efectivo en la calle, los robos ya no son tan rentables como antes.

El temido pandillero El Negrito duerme con una pistola bajo la almohada y dice haber perdido la cuenta de la gente a la que ha matado. Pero pese a su aspecto fiero, no tarda en quejarse sobre cómo la crisis económica en Venezuela está afectando a sus ingresos.

Disparar un arma de fuego se ha convertido en un lujo. Las balas son caras, un dólar cada una. Y ahora que circula menos efectivo en la calle, los robos ya no son tan rentables como antes.

Para el pandillero de 24 años, eso ha supuesto algo sencillo: incluso para los delincuentes, se ha vuelto más difícil llegar a fin de mes.

Si disparas un peine (cargador), estás disparando 15 dólares”, comentó El Negrito, que habló con The Associated Press bajo condición de ser identificado solo por su apodo y fotografiado con una capucha y el rostro cubierto para evitar atención no deseada. “Si botas una pistola, o los policías te la quitan, estás botando 800 dólares”.

Hace tiempo que el gobierno socialista del presidente, Nicolás Maduro, dejó de publicar estadísticas de delincuencia.

Pero en una especie de ventaja inesperada de la asfixiante crisis económica, los expertos señalan que los asesinatos y asaltos a mano armada cayeron en picado en uno de los países más violentos del país. En el Observatorio Venezolano de Violencia, un grupo sin fines de lucro con sede en Caracas, los expertos estiman que los homicidios cayeron hasta un 20% en los últimos tres años, basándose en datos como los reportes en medios y fuentes en morgues locales.

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El declive está directamente relacionado con el desplome económico que ha ayudado a avivar la disputa política por el control de la antes rica nación petrolera.

La inflación disparada alcanzó un millón por ciento el año pasado, haciendo el bolívar local casi inútil a pesar de que los cajeros automáticos tampoco podían dar más del equivalente a un dólar. La grave escasez de comida y medicinas levaron a unos 3.7 millones de personas a buscar mejores perspectivas en lugares como Colombia, Panamá y Perú, en su mayoría hombres jóvenes, el tipo de persona al que intentan reclutar las pandillas. Y los días de trabajo suelen verse interrumpidos por huelgas nacionales.

Pero conforme el país avanza hacia la anarquía, muchos venezolanos que recurren al crimen se ven sujetos al mismo caos que derivó en un colapso social y político.

Las voces críticas culpan a los 20 años de revolución socialista iniciados por el fallecido presidente Hugo Chávez, que expropió negocios otrora prósperos que hoy producen a una fracción de su potencial bajo la gestión del gobierno.

El líder opositor Juan Guaidó inició este año una campaña con apoyo de Estados Unidos y más de 50 países para derrocar a Maduro, que sucedió a Chávez. Sin embargo, aún no ha logrado cumplir sus promesas de restaurar la democracia, reactivar la economía y hacer las calles más seguras.

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Debido al caos, la delincuencia cambió más que desaparecer. Aunque se han reducido los robos a mano armada, suben los reportes de robos y hurtos de cualquier cosa desde cables telefónicos de cobre a ganado. El narcotráfico y la minería ilegal de oro se han convertido en actividades por defecto del crimen organizado.

Cuando cae la noche, la mayoría de los vecinos de Caracas abandona las calles en un toque de queda extraoficial temiendo por su seguridad. Pese al descenso significativo en las muertes violentas, los venezolanos tienden a no mirar sus celulares en la calle. Muchos dejan las alianzas de boda de oro y plata en lugares seguros en casa, mientras que otros se han acostumbrado a comprobar si les están siguiendo.

Venezuela sigue siendo uno de los países más violentos del mundo”, dijo Dorothy Kronick, profesora de ciencias políticas en la Universidad de Pensilvania y que ha realizado una extensa investigación en las barriadas de Caracas. “Tiene niveles de violencia como de una guerra, pero sin guerra”.

El Negrito lidera a un grupo de mercenarios llamados los Crazy Boys, una pandilla que forma parte de una intrincada red criminal en Petare, uno de los barrios más grandes y temidas de Latinoamérica. El líder, que aceptó una entrevista con dos compañeros en su escondite en Caracas, dijo que su grupo comete ahora unos cinco secuestros al año, mucho menos que en años anteriores.

Estos secuestros rápidos son un gran negocio. Normalmente, se captura a la víctima y se la retiene hasta 48 horas mientras sus seres queridos tratan de reunir todo el efectivo que pueden. Los captores se centran en la rapidez y en devolver rápido a la víctima, en lugar de en el tamaño del pago.

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El rescate que fijan depende de lo que cueste el auto de la víctima, señaló El Negrito, y la operación puede acabar en muerte si no se cumplen sus términos.

Pero como muchos de sus pares, considera dejar el negocio en Venezuela y emigrar.

Algunas personas dejaron el mundo de la delincuencia y buscado trabajo más honrado en el extranjero, temiendo duros castigos en otros países donde hay más cumplimiento de la ley.

Mientras explica que le cuesta mantener a su esposa y su hija pequeña, El Negrito se pasaba de una mano a otra una pistola plateada. La brisa movía las páginas de una Biblia que descansaba en una cómoda, abierta por los Proverbios.

Robert Briceño, director del Observatorio Venezolano de Violencia, dijo que el declive de los homicidios es una cuestión de economía básica: ante la escasez de efectivo en Venezuela, hay menos que robar.

De quienes producen la riqueza, ahora ninguno está bien: ni el ciudadano honesto ni tampoco hay oportunidades para el delincuente”, comentó.

Un miembro de los Crazy Dogs que solo se identificó por su apodo, Dog, dijo que no le cuesta encontrar munición para sus armas en el mercado negro. El desafío es pagarlas en un país donde la persona media gana 6.50 dólares al mes.

“Esta pistola antes costaba un billete de estos”, dijo, arrugando un billete de 10 bolívares que ya no bastaría ni para comprar un cigarrillo. “Ahora esto no es nada”.

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