El verdadero éxito de la consulta popular, ecos del primer ejercicio democrático de esta índole
El electorado en México está dispuesto a darle la espalda a los deseos de Andrés Manuel López Obrador y su partido si no ofrecen buenos proyectos
VIRI RÍOS
La fragilidad del movimiento de Andrés Manuel López Obrador quedó en evidencia este domingo con los resultados de la consulta popular.
Con la participación estimada de alrededor de 7 millones de votantes, la primera consulta popular en la historia de México mostró que cuando el presidente y su partido, Morena —los mayores promotores del ejercicio, que originalmente pretendía preguntarle a los mexicanos si querían o no “enjuiciar a los expresidentes”—, no ofrecen ideas tangibles, incluso sus partidarios no salen a votar.
Como mecanismo de participación ciudadana, la consulta popular es muy positiva para México porque es un paso a favor de una democracia más participativa y directa. Es la primera vez que una consulta, una figura inscrita en la Constitución, es organizada por el Instituto Nacional Electoral, con el apoyo de 287 mil funcionarios de casilla y 57 mil mesas de consulta. De haber votado el 40 por ciento del electorado, había la posibilidad de que su resultado fuera vinculante. Esta opción antes no existía.
El hito histórico que pudo haber sido la consulta, sin embargo, no lo fue. Al menos no como esperaba López Obrador. De los 93.5 millones de ciudadanos que estaban convocados a votar, los resultados preliminares estiman que solo el 7 por ciento lo hicieron.
Pero, aunque fue un ejercicio fallido en participación, fue un triunfo rotundo en algo más importante: revelar que el votante mexicano está dispuesto a darle la espalda a los deseos del partido de López Obrador o a cualquier plataforma política que no ofrezca ideas concretas, claras y asequibles para cambiar la realidad de México. La consulta, con una pregunta vaga y con implicaciones aún más imprecisas, no ofrecía ninguna de esas tres cosas.
El ejercicio fue al final un gran éxito en mostrar la madurez del electorado y la salud de la democracia. No solo porque evidenció la capacidad del Estado de organizar consultas populares de alta complejidad, sino porque los resultados sirven para desterrar la idea simplista de que el votante pro-AMLO está hipnotizado ante todo lo que el presidente proponga.
Entre algunos analistas nacionales e internacionales se repite con frecuencia que la democracia mexicana está en riesgo, que el gobierno de López Obrador es el inicio de la transformación del país en un régimen autocrático. No faltan voces que sacan los fantasmas de Venezuela, y que consideran que, con su carisma y arrastre político, el presidente de México llevará al país hacia una dictadura.
La consulta mostró que esos temores son en más de un sentido injustificados. La base de López Obrador es amplia (AMLO mantiene una aprobación mayoritaria en su tercer año de gobierno) pero el votante mexicano no es un grupo de seguidores monolítico que apoyaría en cualquier proyecto al presidente.
El elector ha probado ser diversificado y cauto en dosificar su apoyo. Y el domingo reveló su capacidad para separar actos de comunicación política de plataformas programáticas, y su rechazo a seguirle el juego a López Obrador.
El entusiasmo que genera Morena no está ligado a López Obrador sino a los valores, aspiraciones y creencias que él representa: la legítima esperanza de muchos mexicanos de que él puede reducir la desigualdad y mejorar las condiciones de vida de los más pobres. La consulta no representaba una propuesta tangible en ese sentido. Tampoco plantea una solución a los eternos problemas del país con la corrupción y la falta de transparencia.
Muchas de las ideas de López Obrador sí generan entusiasmo: su impulso al aumento de los salarios, su apoyo por medio de becas a estudiantes de nivel básico, su intención de rescatar el campo y volverlo más productivo, su respaldo a la aplicación de las leyes laborales y al resurgimiento de un nuevo sindicalismo. Una parte importante de los mexicanos incluso está a favor de sus medidas de austeridad, en las que ven una forma de erradicar los despilfarros de recursos de gobiernos anteriores.
Irónicamente, la principal razón por la que la consulta no generó entusiasmo fue por la forma en la que fue hecha, que es, en gran medida, un reflejo del estilo de gobierno de López Obrador. Descuidado y poco interesado en seguir las minucias del marco legal, el presidente mexicano originalmente planteó una consulta popular con una pregunta que era inconstitucional: enjuiciar o no a expresidentes. El resultado fue un cambio de redacción desde la Corte del que surgió un Frankenstein legal: una nueva pregunta que sí era constitucional pero ininteligible.
El talón de Aquiles de la consulta fue la falta de interés en seguir el marco legal y la búsqueda del rédito político a toda costa.
No es la primera vez que esto le pasa a López Obrador. Su descuido en la ejecución de programas sociales ha hecho que varios de estos no tengan efectividad. Su falta de atención al marco legal ha causado que partes importantes de su ley de austeridad sean rechazadas por la Corte. Las adquisiciones de medicinas de su gobierno también han fallado porque los nuevos modelos de compra no eran viables.
Hoy, López Obrador dijo que “no descarta la posibilidad de que haya juicios” porque “la autoridad tiene en todo momento el derecho de actuar cuando se trata de asuntos judiciales”. “La consulta”, aseguró, “más que nada, era para iniciar procesos”. Es decir, de alguna manera aceptó que la consulta no era realmente necesaria.
La consulta le ha dado a AMLO y a Morena dos nuevas lecciones: ni sus seguidores están dispuestos a respaldarlo en sus empresas más improvisadas y el marco legal en una democracia es esencial para hacer los cambios que ha prometido.
El gran éxito de la consulta es mostrar que sin ideas concretas no hay movimiento, que sin entusiasmo la gente no sale a votar, que López Obrador no es invencible. Y todo esto es un éxito para la democracia. c.2021 The New York Times Company
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