“Era matar o que me mataran a mí”; niños somalíes forzados a ser yihadistas buscan una nueva vida
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Unicef lidera un programa de reinserción con 700 menores que han dejado las filas del grupo terrorista Al Shabab y los capacita en diversos oficios
Las heridas emocionales marcan a una generación entera de Somalia, la de los niños, que han visto como la guerra ha truncado su infancia. Huyeron de sus hogares, han presenciado masacres e incluso se vieron forzados a unirse a grupos armados.
Más allá de bombas y muertes, el grupo yihadista Al Shabab, vinculado a Al Qaeda, transformó comunidades enteras en lugares de terror y dejan su huella en la mente de los más pequeños para siempre.
“Empecé a luchar porque no tenía otra elección. Era matar o que me mataran a mí”, cuenta Hanad, uno de los 700 menores que actualmente participa en los programas de reinserción de Unicef en Somalia.
Los grupos armados aprovecharon la situación de desesperación en comunidades azotadas por la hambruna y pobreza, para reclutar a niños de las familias más pobres y con menos oportunidades.
Se calcula que cerca de 5 mil menores somalíes están vinculados a grupos armados tras ser reclutados -en la mayoría de los casos a la fuerza- para servir como combatientes, cocineros o esposas para los terroristas.
“Al principio pensamos que estas personas eran buenas, porque su ideología se basaba en la religión. Pero con el tiempo nos dimos cuenta de que era una malinterpretación del Islam. Solo hacían daño a las comunidades a las que pertenecíamos. Por eso me fui”, cuenta Ali, de 17 años.
En centros distribuidos por todo el país, Unicef desarrolla programas de escolarización y de formación profesional a todos los menores que quedan liberados de las redes de los terroristas, pero, sobre todo, les ofrece apoyo psicológico para hacer frente a las heridas emocionales de la guerra. Muchos menores llegan a los centros tras escapar por sus propios medios o de que la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM) los haya capturado en sus operaciones militares.
Pero no solo Al Shabab actúa en Somalia. Sin un gobierno efectivo desde hace más de dos décadas, el país está a merced de milicias radicales islámicas, de señores de la guerra que responden a los intereses de un clan determinado y de bandas de delincuentes armados.
El difícil camino de la reinserción
Tras vivir la guerra tan de cerca, el proceso de reinserción no es fácil. Les cuesta hablar y aunque los psicólogos tratan de ganarse su confianza, muchos no quieren contar qué pasó durante la etapa que vivieron como combatientes.
“Tienen un comportamiento pasivo-agresivo: esperan y observan porque tienen que crear su confianza antes de hablar. Tienen constantemente miedo”, explica a Efe la directora del programa de Protección a la Infancia de Unicef, Sheema Sen Gupta.
Hanad aprende ahora cómo reparar teléfonos móviles, una vocación con la que pretende ganarse la vida: “Me siento bien formando parte de este programa con gente como yo que espera poder graduarse. Estoy ilusionado con mi futuro. Ellos son mi familia”.
Tras su paso por los centros de Unicef, vuelven a sus comunidades para intentar seguir con su vida. “Algunos vuelven al centro para apoyar a los nuevos niños que llegan y que viven una situación similar a la suya. Son un ejemplo para ellos”, señala Gupta.
De terroristas a víctimas
Uno de los grandes avances logrados en los últimos años, explica, es que el gobierno somalí ya no considera a estos niños como terroristas, sino que ha comprendido que son víctimas del conflicto.
Los que luchan en primera línea de combate no son los únicos que sufren el conflicto: los hay que pierden a sus padres o tienen que abandonar forzosamente sus hogares en condiciones muy precarias.
Además, solo el 42% de los niños somalíes van a la escuela y en algunas zonas, como el centro sur del país, tres cuartas partes de las escuelas están destruidas o cerradas, según datos de Unicef.
Pese a las dificultades, todos ellos luchan a diario para ser lo que son: simplemente niños.
“Ves a niños en las playas, corriendo y jugando. Por supuesto no son los niños más felices del mundo, pero encuentran maneras de serlo”, explica Gupta.
En su opinión, lo más triste es que hay toda una generación en Somalia que no conoce nada más que una vida inmersa en un estado de guerra y caos. “Llegan a pensar que la vida es así”, lamenta.