Ex director del FBI desiste declarar ante al Senado tras las amenazas de Trump
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El presidente en un tuit: "Será mejor para Comey que no haya grabaciones de nuestras conversaciones antes de que empiece a filtrar a la prensa". Trump pidió en una cena privada lealtad al director del FBI y este se desmarcó
No hay barreras para Donald Trump. En un nuevo estallido en Twitter, el presidente de EU cruzó una de las últimas líneas rojas que le faltaba y amenazó al destituido director del FBI, James Comey, para que no hable: “Será mejor para Comey que no haya grabaciones de nuestras conversaciones antes de que empiece a filtrar a la prensa”. El mensaje y su inquietante carga de espionaje mostraron el rostro más feroz de Trump y la enorme sombra de la trama rusa. Horas después, se anunció, según Politico, que Comey había renunciado a declarar ante el Comité de Inteligencia del Senado.
No hay barreras para Donald Trump. En un nuevo estallido en Twitter, el presidente de EEUU cruzó una de las últimas líneas rojas que le faltaba y amenazó al destituido director del FBI, James Comey, para que no hable: “Será mejor para Comey que no haya grabaciones de nuestras conversaciones antes de que empiece a filtrar a la prensa”. El mensaje y su inquietante carga de espionaje mostraron el rostro más feroz de Trump y la enorme sombra de la trama rusa. Horas después, se anunció, según Politico, que Comey había renunciado a declarar ante el Comité de Inteligencia del Senado.
Trump está perdiendo la jugada. La destitución de Comey se ha vuelto en su contra. Desde que lo fulminó el martes, cada paso que da resulta más incendiario que el anterior. Primero atribuyó el despido a un informe de la Fiscalía sobre la conducta irregular del director del FBI al cerrar el caso de los emails de Clinton en julio pasado, luego reconoció que ese escrito no le importaba lo más mínimo y que le hubiese descabezado igual. Pasó entonces a recordar que había preguntado directamente a Comey si estaba siendo investigado y finalmente disparó un tuit destinado a la historia del matonismo.
Fue una erupción inesperada y contraproducente. Nadie en Washington, ni siquiera sus más acérrimos seguidores salieron en su defensa. Pero el tiro buscaba diana. La noche anterior The New York Times había revelado una misteriosa cena privada entre Trump y Comey en la Casa Blanca. Fue el 27 de enero pasado. El presidente apenas llevaba una semana en el cargo. En la reunión, Trump no se anduvo con titubeos. Encaró al director de FBI, principal encargado de la investigación de los supuestos vínculos entre el equipo del mandatario y el Kremlin, y le preguntó si iba a serle leal. ”Seré honesto”, fue la contestación. Una negativa, educada pero firme, que dejaba en el aire la principal exigencia del republicano para sus cargos de confianza: la fidelidad.
La reconstrucción, procedente del entorno de Comey, fue desmentida en los detalles pero alarmó a la Casa Blanca. Hasta ese momento, el director del FBI había guardado su silencio. Incluso en su mensaje de despedida a sus subordinados había llamado a la calma: “Siempre he creído que un presidente puede despedir a un director del FBI por cualquier motivo e incluso sin motivo. No voy a perder el tiempo en ello”.
Esta equidistancia se vino abajo al publicarse la conversación. Podía tratarse de un gesto defensivo de Comey ante los insultos que estaba recibiendo de Trump, que no había dudado en llamarle “fanfarrón” y vapulear su mandato. Pero si era una advertencia, la posibilidad de una nueva crisis se disparaba. El director del FBI iba a declarar el próximo martes a puerta cerrada ante el Comité de Inteligencia del Senado. Un lugar donde su despido y las presiones presidenciales serían analizados minuciosamente.
Sea cual sea la causa, Trump respondió como mejor sabe. Disparando. Amenazando veladamente con hacer públicas grabaciones. Ese es su estilo. Nunca lo ha ocultado. “Si alguien te ataca, le atacas de vuelta diez veces. Así, al menos, te sientes a gusto”, escribió en su best seller El arte del trato.
La máxima le ha llevado a romper todas las barreras de la corrección política y le dio buenos rendimientos como candidato. Es ese Trump hosco y brutal que lanza motes contra sus rivales, insulta a México o directamente humilla al director del FBI después de despedirle a cajas destempladas. “Es un error mayúsculo de Trump y su equipo, no lo han podido hacer peor y muestra una vez más su falta de experiencia en el campo político”, explica a este periódico Larry J. Sabato, director del Centro para la Política de la Universidad de Virginia.
Pero en este caso, la embestida pareció serle ventajosa. Por la tarde, se anunció que Comey declinaba declarar ante el Senado. El motivo (al cierre de este edición) no fue explicado. Las especulaciones se dispararon. La crisis seguía abierta. La amenaza no solo había oscurecido la imagen del presidente y sino recargado las sospechas sobre la trama rusa. Un caso en el que aún no hay ninguna prueba contra Trump pero que él mismo, día tras día, tuit tras tuit, no deja de agigantar.
FIN A LAS CONFERENCIAS DE PRENSA
Donald Trump entró ayer en erupción. Y volvió a hacerlo en Twitter y contra los medios que odia. Tras destaparse que las explicaciones dadas por la Casa Blanca sobre la abrupta destitución del director del FBI, James Comey, eran erróneas y hasta desmentidas por el propio presidente, dio una doble respuesta. Primero atribuyó la falta de “precisión” de sus portavoces a la intensa activa agenda presidencial y luego buscó una solución radical. “Quizá lo mejor sea cancelar en el futuro las conferencias de prensa y repartir respuestas escritas en nombre de la precisión”, afirmó.