Naciones Unidas ensombrecida por un mundo fracturado
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EL 76 ° período de sesiones de la Asamblea General de la ONU se desarrolla esta semana bajo un manto de profundo pesimismo.
Cuando Naciones Unidas surgió de los escombros de la Segunda Guerra Mundial, su nacimiento reflejaba una aspiración generalizada de que la humanidad podía levantarse y enfilarse por un camino positivo con esfuerzos de buena fe congruentes, informados y unificados entre los países y sus gobernantes. Eso requeriría persistencia, compromiso y, sobre todo, esperanza.
Cuatro generaciones después, el tema de la reunión de este año de los jefes de Estado y gobierno en la Asamblea General: “Crear resiliencia a través de la esperanza”, refleja el mismo ideal. Pero en la sede de Naciones Unidas, aunque la persistencia parece abundante esta semana, la esperanza luce escasa.
La Asamblea General se desarrolla esta semana bajo un manto de profundo pesimismo. La congruencia es irregular. Dos crecientes tipos de información indeseada, la falsa y la manipulada, están circulando sin control. ¿Y qué hay del esfuerzo unificado de buena fe? Se siente ausente, si no es que totalmente obsoleto, en una era en la que los responsables del resto de nosotros ni siquiera pueden ponerse de acuerdo para verificar en la entrada si todos están libres del virus mortal que ha trastocado los planes de la humanidad.
“Nuestro mundo jamás había estado más amenazado o más dividido”, declaró el martes el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, marcando el tono con sus primeras palabras cuando inauguró la reunión. “El mundo”, dijo, “debe despertar”.
Sin embargo, los jefes de Estado y gobierno a los que convocó están fragmentados y malhumorados, y se les ha escuchado decir que se sienten intranquilos e intimidados por la pandemia, la polarización y los desastres naturales relacionados con el clima. Y la pregunta que los gobernantes mantienen implícita esta semana en Naciones Unidas, discurso tras discurso, es al mismo tiempo una de las más elementales e intricadas: Y ahora, ¿qué hacemos?
Parte de la respuesta, o al menos un indicio de por qué no se ha respondido todavía, es intrínseca a la naturaleza misma de Naciones Unidas.
No es fácil que las naciones se comprometan a mantenerse unidas y, cumplan, en un mundo fracturado rebosante de problemas que a menudo afectan con mayor severidad a los menos poderosos. La idea de que los países tengan igualdad puede sonar justo y ecuánime, pero los más pequeños insisten en que ese principio se derrumba cuando la dinámica del poder entra en juego.
Lo que es más, todo el concepto de “multilateralismo”, una prioridad siempre presente en Naciones Unidas basada en las soluciones distribuidas y conjuntos de acuerdos que dan voz a los países pequeños, choca con la mitología del liderazgo carismático adoptado durante siglos por Occidente.
Por encima de todo está el problema de que la estructura de Naciones Unidas no compagina con la era en la que está operando, un aspecto que sus líderes y miembros han reconocido desde hace mucho tiempo. Hay que recordar que ésta es una organización fundada en una era, a mediados del siglo XX, en la que muchas de las mejores mentes creían que el mundo podía actuar de forma concertada y con cohesión.
Sin embargo, desde el principio se integró un importante desequilibrio del poder. Naciones Unidas construyó su máxima autoridad con un consejo de cinco miembros permanentes: las naciones más poderosas y dominantes del mundo. Inevitablemente, a menudo han actuado de acuerdo a sus propios intereses.
Esa estructura se mantiene hoy día y algunos la consideran desfasada en un mundo fragmentado en el que muchas voces no amplificadas en el pasado ahora esperan cada vez con mayor fuerza ser escuchadas y atendidas. Por ejemplo, las naciones africanas han exigido durante años tener una representación permanente en el Consejo de Seguridad debido a sus 1,200 millones de habitantes. “Debemos erradicar las jerarquías de poder”, declaró el presidente de Sierra Leona, Julius Maada Bio.
Pero eso no ha sucedido. Y muchos gobernantes, en particular de naciones pequeñas, consideran esa desigualdad antiética para el propósito de Naciones Unidas, un lugar que los representa a todos.
Esto no significa que no haya progreso en las reuniones de la ONU. El martes, Estados Unidos y China adoptaron medidas notables y separadas para reducir las emisiones de carbono que provocan el calentamiento global. Y en esta época del año pasado, no había vacuna contra el coronavirus. Hoy, miles de millones de personas han recibido una de varias que están disponibles.
“Por supuesto que estamos en un mundo mucho mejor que hace un año”, aseveró el martes la presidenta eslovaca Zuzana Caputova. El presidente de Rumania, Klaus Iohannis, afirmó por su parte que “aunque la pandemia afectó casi todos los aspectos de nuestras vidas, también nos dotó de oportunidades para aprender, adaptarnos y hacer mejor las cosas”.
¿Se han aprovechado esas oportunidades? Guterres es escéptico, y no es el único. La carga emocional, psicológica y política de un mundo que trata de superar crisis incesantes es evidente este año. Incluso comparada con hace dos o tres años, las palabras e ideas de los jefes de Estado o gobierno tienen un dejo de desesperación, como lo muestra el exhorto del presidente egipcio Abdel Fattah el-Sissi: “Permanezcamos unidos para salvarnos antes de que sea demasiado tarde”.
Hay que considerar las declaraciones del presidente ecuatoriano Guillermo Lasso Mendoza. Cuando señaló que “la salud no tiene ideologías” hizo una gran observación. Aun así, acertó en una parte del problema: Todo es político. La salud, resulta, ha revelado fisuras en la ideología que estaban enconándose en otras partes pero que la pandemia puso al descubierto. Ha ocurrido lo mismo con el cambio climático, puesto que los gobernantes que han tenido un verano de desastres naturales han manifestado mayor preocupación.
“El mundo, esta preciosa esfera azul con su esbelta corteza y su tenue atmósfera, no es un juguete indestructible, un salón de juegos para niños contra el que podamos lanzarnos según queramos”, dijo el primer ministro británico, Boris Johnson, el miércoles por la noche, en una síntesis colorida del ánimo global.
Por el momento, los principios generales de una ONU unida continúan intactos y son defendidos encarecidamente. Mantener la unidad. Seguir intentando. No rendirse. Salir adelante todavía es posible. A pesar de todo el pragmatismo de posguerra de la era de su nacimiento, Naciones Unidas se fundó sobre el optimismo, en lo que debería ser el mundo, en lo que podría ser si los pueblos y naciones trabajaran juntos.
“La ONU”, dijo el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy, “es como un superhéroe jubilado que ha olvidado desde hace mucho tiempo la grandeza que tuvo alguna vez”.
Así que esta semana están aquí. Están hablando. Aún están comprometidos, determinados. Sí, los temas pueden virar hacia el existencialismo y la extinción, pero se mantienen comprometidos, en océanos de palabras, ideas y planes, a encontrar soluciones y no simplemente a hundirse con la nave. Quizá eso es crear resiliencia a través de la esperanza después de todo.