Una sombría búsqueda de cadáveres en Valencia, ciudad devastada por las inundaciones

Internacional
/ 4 noviembre 2024

Las inundaciones mataron al menos a 205 personas en España, en la catástrofe natural más mortífera de la historia reciente del país, con casi todas esas muertes, 202, en la provincia de Valencia

Por Emma Bubola

Las inundaciones en España han dejado al menos a 205 personas muertas, casi todas en la provincia de Valencia. Más de 60 de las víctimas murieron en Paiporta, un pueblo de clase trabajadora en las afueras del sur de la ciudad.

Platos con cenas a medio comer seguían el jueves sobre los manteles blancos del comedor de la residencia de ancianos, entre sillas de ruedas y andadores embarrados y volcados. Seis personas murieron en el centro el martes, cuando un río desbocado se salió de su cauce y arrasó pueblos y ciudades de los alrededores de la ciudad española de Valencia, en la costa centro-oriental del país.

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Entre ellos se encontraba la localidad de Paiporta, donde los residentes dijeron que el agua llegó sin previo aviso. Ni siquiera había llovido el martes por la noche cuando el agua del río entró de repente.

El personal de la residencia de ancianos trató de poner a salvo a los habitantes en el segundo piso, pero no consiguió llegar a todos y algunos de ellos se ahogaron, dijo un funcionario municipal.

Las inundaciones mataron al menos a 205 personas en España, en la catástrofe natural más mortífera de la historia reciente del país, con casi todas esas muertes, 202, en la provincia de Valencia. Más de 60 de las víctimas murieron en Paiporta, un pueblo de clase trabajadora en las afueras del sur de la ciudad de Valencia, según el funcionario, Vicent Ciscar, teniente de alcalde de la ciudad.

El cuerpo de una adolescente fue sacado de la cafetería de sus padres en Paiporta, según varios residentes que lo vieron, y lo colocaron con sus zapatos blancos favoritos en la plaza del pueblo, frente a una iglesia rosa.

Muchos ancianos de Paiporta murieron atrapados en sus apartamentos de la planta baja. Otras personas murieron ahogadas en sus coches, que, dos días después de la catástrofe, estaban ahora volcados, estrellados y amontonados entre la maleza, como enormes fichas de dominó de chapa metálica.

“Fue como un tsunami”, dijo Carmen Aviles, de 53 años, quien dijo que el martes por la noche la gente sacaba la cabeza y las manos por las ventanillas de sus coches y pedía ayuda a gritos mientras estos giraban salvajemente como barcos a la deriva en la furiosa corriente. “Lo peor fue ver morir a la gente”, dijo. “Se los tragó”.

Los equipos de rescate de Paiporta seguían sacando cadáveres del barro el jueves. Primero habían extraído los cuerpos que encontraron en las calles, luego los que encontraron en las casas.

A continuación, los rescatadores se dirigieron a los garajes, donde las personas quedaron atrapadas por el agua mientras se apresuraban, pero no lograron alejarse a tiempo de las inundaciones en sus coches.

Los bomberos estaban bombeando agua del garaje subterráneo del supermercado Hiperber el jueves, donde creían que encontrarían más cadáveres en las dos plantas de aparcamiento subterráneo, dijo el sargento Álvarez, submarinista. “Pueden estar debajo de sus coches, dentro o fuera”.

Sheyla Castillo, que estaba en la puerta del supermercado, no sabía nada del primo de su novio desde el día de la inundación, cuando este volvía a casa de la fábrica donde trabajaba.

El jueves, en Paiporta, algunas personas lloraban sentadas junto a palmeras derribadas en una rotonda. Otros lloraban por teléfono mientras arrojaban cubos de agua marrón fuera de sus casas. Otros lloraban mientras buscaban en el paisaje devastado objetos que habían perdido.

Ciscar lloraba en el ayuntamiento, frente a la Rambla del Poyo que el martes por la noche incrementó y se tragó su pueblo.

Dijo que dentro de las casas había muchos destrozos, mucho barro y muchos muertos.

Fuera de la ciudad, las carreteras estaban vacías de coches, pero llenas de sillas, sofás, puertas y cubos de basura volcados. Los campos de naranjos situados junto a las carreteras estaban destrozados y cubiertos de barro.

Multitudes de personas se alejaban de Paiporta, donde no había agua corriente, alimentos ni electricidad. Algunos huían a pie, llevando a sus mascotas. Otros empujaban carritos de compras con botellas de agua y comida.

Prácticamente, nadie en Paiporta tenía ya coche. Cientos de carros volcados llenaban las calles de la ciudad, tan dañados y sucios que parecía imposible que solo hubieran estado allí poco más de un día.

La ayuda llegó, aunque no tan rápido como los habitantes necesitaban. Cientos de efectivos del Ejército, policías y bomberos se desplegaron en la zona para las operaciones de rescate, así como helicópteros y aviones.

En Paiporta, las autoridades comenzaron a distribuir alimentos el jueves, dijo el teniente alcalde, y en la ciudad de Valencia, han estado ofreciendo refugio a las personas varadas allí.

Aviles regentaba una tienda que el río crecido había arrasado. El jueves, encontró algunos de sus discos duros a cientos de metros.

“Estamos vivos”, le dijo a su vecina. “Pero lo hemos perdido todo”.

En el barrio de La Torre, José Amaro, propietario de una tienda de peces tropicales, barría con sus propias manos los peces muertos de las peceras ahora llenas de barro.

“Se ahogaron en el barro”, dijo Amaro sobre los peces. Señaló que eran su pasión de toda la vida y su trabajo durante ocho años.

Había estado dentro cuando el agua entró en su tienda y rápidamente le llegó hasta el pecho. Intentó abrir las puertas a la fuerza, pero al principio no pudo.

“Pensé que era el fin”, dijo.

Entonces las puertas de cristal se rompieron y pudo saltar al exterior. Pero todo lo demás había desaparecido.

En el vecindario, la rabia se mezclaba con la tristeza, ya que muchos vecinos se preguntaban por qué nadie les había advertido de la inminente inundación. No llovió en la zona antes de la inundación, dijeron los vecinos, pero en la parte alta del río, los aguaceros torrenciales —el equivalente a un año de lluvia en pocas horas— provocaron la crecida de las aguas de la Rambla del Poyo.

“¿Cómo es que nadie nos avisó?”, se preguntó Isabel Vicente. “Estamos en el siglo XXI”.

José Bautista colaboró con reportería desde Madrid, y Roser Toll Pifarré desde Barcelona.

c. 2024 The New York Times Company

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