Muere Piedad Córdoba, la polémica congresista de Colombia
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La legisladora logró liberaciones de rehenes
BOGOTÁ.- Piedad Córdoba, la polémica congresista colombiana de izquierda que se hizo célebre por su estrecha amistad con el presidente venezolano Hugo Chávez y por su aparente cercanía con los grupos guerrilleros con los que logró la liberación de al menos 20 secuestrados, falleció el sábado, informó el presidente Gustavo Petro. Tenía 68 años.
“Como congresista la conocí y como senadora murió. Una verdadera liberal ha muerto”, escribió Petro en la red social X, antes Twitter.
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Nació el 25 de enero de 1955 en Medellín, la segunda ciudad de Colombia, a 250 kilómetros al noroeste de la capital Bogotá.
Según reportó noticias Caracol, la senadora habría sufrido un infarto tras lo cual fue encontrada en su departamento en Medellín.
En un comunicado, la clínica Conquistadores, a donde fue trasladada por familiares, confirmó que la senadora Córdoba llegó a las 12:50 de la tarde. En el área de urgencias, fue evaluada por el personal médico que la la encontró “sin signos vitales”, tras lo cual se le realizaron maniobras de “reanimación cardiopulmonar sin respuesta”, añadió.
Tras declararla fallecida, el cuerpo de Córdoba fue puesto a disposición de medicina legal, precisó el comunicado firmado por el director médico de esa casa de salud, Martín Mora.
La vicepresidenta, Francia Márquez, se sumó a los mensajes de condolencias por la muerte de quien dijo fue una mujer “que abrió las puertas de la política colombiana a las mujeres afrodescendientes”, escribió en X. También el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, se solidarizó con la familia de la senadora.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, cercano a Córdoba, lamentó su partida en la misma red, y aseguró que fue una de las “mujeres más valientes que ha conocido”. Maduro acompañó su mensaje con una foto junto a la senadora.
En 2022, fue hospitalizada en la unidad de cuidados intensivos en la clínica El Rosario de Medellín, cuya dirección indicó como causa una infección aguda que le provocó una baja de tensión. Un comunicado del centro médico dio cuenta del hecho tras lo cual descartó el peligro. Un mes antes, Córdoba se contagió de COVID 19.
De Córdoba, una llamativa figura que vestía en vivos colores y cubría su cabeza con turbantes, nunca se dejó de hablar en Colombia en los últimos 20 años. Tampoco nunca se escondió ni dejó de decir en público lo que pensaba y creía en privado.
Como en marzo de 2007, en Ciudad de México, cuando pidió “a los gobiernos progresistas de América Latina” que rompieran relaciones diplomáticas con Colombia porque, según ella, el gobierno del expresidente Álvaro Uribe (2002-2010) había sido elegido por la mafia del narcotráfico y el paramilitarismo.
En otra ocasión, en Cali, capital del departamento de Valle del Cauca y a 300 kilómetros al oeste de Bogotá, les dijo a un grupo de estudiantes que la lucha armada se justificaba en el país, una afirmación que iba en contra de referentes de la izquierda latinoamericana como el dirigente cubano Fidel Castro, que hacía ya años había descartado las vías de fuerza para alcanzar el poder.
Con esos comentarios, desde luego, su nombre no podía pasar inadvertido para sus detractores.
Pero sus seguidores la admiraban y respetaban y hasta justificaban sus salidas en falso, como los rumores sobre su aparente cercanía ideológica con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Eso no es cierto, eso son mentiras”, le dijo a The Associated Press en octubre de 2009 el Nobel de Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel. Según el pacifista argentino, Córdoba lo que hacía era “tratar de liberar a los rehenes (en poder de las guerrillas) y tratar de llevar la paz a Colombia”.
Córdoba despertaba fervor entre los secuestrados, los exsecuestrados y los familiares de estos. Todos ellos la veían como una salvadora. Y razón no les faltaba porque ella consiguió algo que para muchos parecía impensable: que políticos, policías y militares que llevaban más de seis años secuestrados por las FARC volvieran a sus hogares en varios operativos de entrega a partir de enero del 2008.
Córdoba fue la mayor de los 12 hijos que tuvieron los educadores Zabulón Córdoba y Lía Ruiz.
Se instalaron en Santa Lucía, un barrio de clase media-baja de Medellín. Era la época en que se decía que los trabajadores más mal pagados del país eran los maestros y los policías. Con esos pocos ingresos salariales, el matrimonio Córdoba-Ruiz se dio a la tarea de levantar a su docena de hijos.
Córdoba estudió el bachillerato en un colegio público conocido como el CEFA o Centro Formativo de Antioquia. Allí empezó a forjarse y a mostrar la fogosidad que la caracterizaría en el futuro.
“Desde jovencita ya era una líder”, recordó en diálogo telefónico Amanda Arboleda, su amiga de juventud.
“Era la que más hablaba, la que más pelea daba, nunca tragaba entero”, agregó Arboleda.
Tras terminar su carrera de abogada en la Universidad Pontificia Bolivariana, Córdoba inició su carrera política en los barrios populares de Medellín, siempre con el Partido Liberal. Por esa misma época se casó con Luis Castro, con quien tuvo cuatro hijos: tres hombres y una mujer.
Su gran jefe en aquellos inicios de la política fue el exministro William Jaramillo, ya fallecido, y quien, por ejemplo, la hizo su secretaria privada cuando él se desempeñó como alcalde de Medellín entre 1984 y 1986.
Fue concejala de Medellín y diputada de la Asamblea del departamento de Antioquia. Entre 1992 y 1994 se desempeñó como representante a la Cámara y desde 1994 y hasta 2010 siempre tuvo un escaño en el Senado.
Desde su llegada a Bogotá como congresista empezó a hacer ruido. Siempre estaba en contra de las mayorías y, según ella, en favor de las minorías. Desde entonces empezó a hacer contactos, casi que de manera pública, con los grupos guerrilleros.
Tal vez esa cercanía con los rebeldes fue el motivo de su secuestro, a mediados de 1999 y durante 14 días, por orden del jefe paramilitar más importante de entonces en Colombia, Carlos Castaño, asesinado en 2004 por sus lugartenientes.
Los medios de comunicación registraron en ese entonces que nunca se arredró ante Castaño y que, por el contrario, siempre se mostró ante él altiva y desafiante. La política fue liberada tras gestiones de altos dirigentes liberales.
Fue Córdoba la que tras su liberación citó una frase que le había dicho Castaño y que anticipaba lo que sería después uno de los mayores escándalos del país: las relaciones del mundo político con el paramilitarismo.
Según Córdoba, el máximo jefe de esas bandas armadas le había comentado que estaba cansado de ser tratado como una prostituta a la que de noche muchos visitan y hacen regalos, pero que de día nadie conoce.
Para finales de 2006 ya eran decenas los congresistas, gobernadores y alcaldes los que eran investigados por los tribunales por esos lazos con los paramilitares.
Tras su secuestro, Córdoba se marchó con sus hijos un tiempo a Canadá. Sólo regresó para hacer campaña en busca de renovar su escaño como senadora en los comicios legislativos de 2002, lo que consiguió de manera apretada.
Fue en el Congreso una de las más potentes defensoras del entonces presidente liberal Ernesto Samper (1994-1998), señalado de haber financiado su campaña electoral con dineros del cartel de las drogas de Cali, lo que él siempre negó, mientras en el país se expandía el paramilitarismo y la guerrilla.
Al final, Samper fue absuelto y una de sus escuderas fue Córdoba, quien siempre sostuvo con el mandatario una estrecha alianza.
El 7 de agosto de 2002, Álvaro Uribe se posesionó como presidente de Colombia y desde ese momento Córdoba se puso a la cabeza de la oposición. Durante los ocho años que Uribe permaneció en el poder, no dejó de calificarlo de ilegítimo y, sobre todo, de señalarlo de ser cercano y afín a los grupos paramilitares. Además, mientras Uribe ha sido partidario de combatir a los rebeldes por la vía militar, Córdoba decía que con las guerrillas la solución debía ser mediante el diálogo.
A pesar de sus posiciones ideológicas encontradas, en agosto de 2007 Uribe autorizó a Córdoba para que se acercara a las FARC y tratara de conseguir la liberación de un grupo grande de políticos y miembros de la fuerza pública que estaban secuestrados por esa guerrilla.
Pese a cantidad de altibajos, en enero y febrero de 2008 Córdoba y el presidente venezolano Hugo Chávez, su amigo, consiguieron que las FARC les entregaran a seis políticos que llevaban entre seis y siete años secuestrados por ese grupo ilegal.
Entonces las acciones de Córdoba con las FARC y su cercanía con Chávez empezaron a ser mal vistas en Colombia por sectores conservadores y uribistas. De hecho, en 2008 Córdoba iba a bordo de un avión que cubría la ruta Bogotá-Caracas y varios de pasajeros estuvieron a punto de agredirla a golpes llamándola “apátrida”.
Paralelamente, la Corte Suprema de Justicia inició una investigación previa por sus aparentes nexos con las FARC, basada en cientos de correos electrónicos que se cruzó con Raúl Reyes, el jefe guerrillero de las FARC abatido el 1 de marzo de 2008 en territorio ecuatoriano.
Pero Córdoba, que fue una mujer de mil batallas, siguió sin mirar atrás con su trabajo para lograr la liberación de los demás secuestrados, ya sin la ayuda de Chávez. Entre enero de 2008 y febrero de 2011, las FARC le entregaron 20 secuestrados más, entre políticos, militares y policías.
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Córdoba fue “una mujer incansable, constructora de paz en Colombia”, comentó Iván Cepeda, un congresista y activista de derechos humanos que desde hace unos cuatro años se convirtió en uno de sus principales apoyos en un movimiento fundado por ella, “Colombianos y Colombianas por la Paz”.
En el 2022 volvió a ser elegida senadora por la lista del movimiento político de Petro, el primer presidente de izquierda en la historia del país.
En sus últimos años de vida, Córdoba lidió con la captura y extradición de su hermano Álvaro Fredy a Estados Unidos por cargos federales relacionados con narcóticos. Pocos días antes de su muerte, se declaró culpable.
El hermano de la congresista aceptó que fue parte de una operación en la que ofreció a informantes de Estados Unidos presentarlos a guerrilleros disidentes que podrían ayudar a introducir grandes cantidades de cocaína en Nueva York.
Pese al proceso que enfrentaba su hermano, Córdoba siempre defendió su inocencia y también la de él.