Caso Paulette: "¿Así vas a salir en televisión?"
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A pesar de que la habitación fue el útimo lugar donde estuvo Paulette, el lugar permaneció seis días sin ser preservado por la procuraduría mexiquense. MILENIO fue testigo de las últimas horas en que la familia Gebara Farah estuvo en su casa de Interlomas, en Huixquilucan.
No dejaba de fumar. Apenas se agotaba un cigarro cuando Lizzette Farah, en una acción mecánica, encendía otro y otro más hasta llenar de humo la sala del departamento C1 del edificio Porto Vita 2, uno de los más exclusivos de Interlomas. En el estudio ya la esperaban un camarógrafo y esta reportera para entrevistarla sobre la desaparición de su hija. Su esposo, Mauricio Gebara, salió de pronto de la cocina y al verla -en pants gris y despeinada- le preguntó: "¿Así vas a salir en televisión?"
Era poco antes de las 11 de la mañana del sábado 28 de marzo. Lizzette, de pronto, se percató de que no se había quitado su ropa de cama y no era para menos: su hija Paulette, de cuatro años, llevaba ya seis días desaparecida.
Le solicitamos que la entrevista fuera en el cuarto de la pequeña, al ser el último lugar en que estuvo la niña. "Pero está todo regado", argumentó, "bueno, mira, deja que lo limpien y mientras yo me arreglo para la entrevista".
Mientras, la hermana de Lizzette, Arleth, y su novio, enviaban correos y atendían las peticiones de medios de comunicación. Lo primero que hizo la tía de Paulette fue entregar una serie de fotografías con imágenes recientes de la niña.
Después de media hora, Arleth volvió por nosotros. "Ya pueden pasar a la recámara, ahorita viene mi hermana".
Desde el rellano de la escalera, asomaba el pasillo que conduce hacia el sitio que se volvió la tumba de la niña. La puerta, con su leyenda "Polet", anunciaba el nombre de la menor de los Gebara, una pequeña de cuatro años con una discapacidad que le impedía cerrar la boca y mover libremente su brazo derecho.
Al entrar, había un librero blanco con muñecos y juguetes, algunos aún con su envoltura de plástico. A la derecha de la puerta, un estante con medicinas, artículos de limpieza y los libros de tarea -"Estimulación temprana", decían las portadas- que la pequeña utilizaba durante sus clases en la escuela Cri Cri.
Lizzette se asomó, recién bañada. "Ya, ya mero estoy". En eso, vio que Arleth portaba su chamarra café. "¿Por qué no me la pediste? ¡La estaba buscando!". "Es que me dio frío". "Pues se pide permiso para tomar las cosas", espetó la madre de Paulette.
La niña tenía un vestidor lleno de prendas de todos colores que combinaba con igual cantidad de zapatos. Al lado, su batita rosa colgaba de un gancho en el cuarto de baño como si esperara el regreso de la nena, que estuvo en ese lugar antes de ir a dormir el domingo 21 de marzo.
La cama de Paulette ocupaba la mayor parte de la recámara. Es matrimonial y cuenta con una base deslizable con cajoneras. Los edredones en tonos verde y rosa y los cinco cojines que cubren el colchón no denotaban, en ningún momento, el secreto de tinieblas que iban a albergar. "Ya estoy lista", dijo Lizzette, "¿dónde me pongo?"
Le pedimos que se colocara a los pies de la cama, en el costado izquierdo. El camarógrafo Juan Carlos Martínez leiba a colocar el micrófono pectoral, pero ella se lo quitó, sonriendo: "Ya sé ponérmelo, de tantas entrevistas." Después, narró el acto de desaparición.
-Dejé a Paulette aquí en su cuarto, le puse la piyama, la arropé y la dormí. La terminé de vestir, la arropamos la nana y yo, le di la bendición y el beso de las buenas noches.
-A las ocho de la mañana, llega la nana y dice: "Oiga, señora, la niña no está en su cuarto". Pues (dije) búsquenla en la casa, no se puede salir sola. Me paré en ese instante y, dije, voy a buscar yo en el cuarto.
-Empecé a gritarle, la busqué, saqué, me metí, bajé a buscarla debajo de la cama, en todos los cuartos y no aparecía la niña.
-Esta angustia de que mi hija no aparece, como madre me está destrozando.
Servicios Periciales
De pronto, el ruido comenzó a llenar la casa, valuada en 4 millones de pesos y que los Gebara ocupan desde hace nueve años. Arleth comenzó a preparar maletas y le dijo a su sobrina que se fuera a la alberca. En unos cuantos minutos, la prisa de los Gebara, que subían y bajaban las escaleras, evidenciaba el cambio en la historia: a casi una semana de la desaparición, la Procuraduría de Justicia se volvió a verlos como otra línea a investigar.
Con sus chalecos rojos, los trabajadores de Servicios Periciales rompieron lo que hasta entonces habían sido las tranquilas mañanas de fin de semana en el conjunto residencial.
La inocencia de los niños que nadaban en la alberca no combinaba con los equipos de agentes ministeriales que, poco a poco, se desplegaron a lo largo de los patios, el lobby, las escaleras, el estacionamiento y cada rincón del edificio.
Afuera, más de 10 vehículos de la Agencia Estatal de Investigaciones -incluido un laboratorio móvil- invadieron los espacios de estacionamiento.
La agencia envió un binomio de perros que, sumados a otro del Cuerpo de Bomberos de Naucalpan, rastrearon más de 38 mil metros cuadrados para tratar de encontrar a la niña.
Fueron por lo menos cinco horas de investigación -con pruebas de luminol, estudios de química forense y exámenes de poligrafía- y al final, nada. Nadie, entonces, pudo encontrar el cadáver de la pequeña que aguardaba ya debajo de la cama mientras su madre -desalojada de su propia casa- no dejaba de fumar.