Los 'perdonó' 'La Mataviejitas'
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Miguel Trinidad Martín Alcaraz, de 84 años, estaba acostado en su cama boca abajo, sin camisa, con la cabeza ligeramente de lado, de tal forma que sólo sentía un frío objeto metálico que colocaba Juana Barraza Samperio en su espalda y nuca, para someterlo a un supuesto examen médico.
Identificada por las autoridades como La Mataviejitas, Barraza tomó el pulso del anciano mientras éste intentó incorporarse, pero se lo impidió con la palma de la mano, al segundo intento lo regresó al colchón con más fuerza, inmovilizándolo, con el brazo en su espalda.
"No se mueva, porque altera los aparatos", exigió la mujer con voz imperativa y seca en una de sus contadas frases. Cuando terminó la revisión, le pidió permiso para entrar al baño y solamente regresó para llenar con pluma un par de papeles.
Prometió regresar a la casa de Martín Alcaraz para actualizar sus datos de la credencial de pensionado dentro del programa del entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador. Nunca regresó.
El anciano, es una de las nueve víctimas que no fue asesinado por la llamada Dama del silencio, ya que Juana Barraza solamente le robó diversos objetos, como relojes, anillos, dinero nacional y extranjero que suman unos 10 mil pesos y que se encontraban sobre la caja de agua del excusado en un botiquín sin llave. Ese día, 11 de mayo de 2005, no murió en su domicilio de General Antonio de León número 28 de la colonia San Miguel Chapultepec, porque sus víctimas eran mujeres, como lo muestran 16 asesinatos similares, la mitad de ellas tiene como coincidencia el María como su primer nombre.
Una de ellas, María del Consuelo Guerrero, de 89 años estuvo a unos segundos de convertirse en la víctima número 17 e incrementar así el grueso expediente de 49 tomos por el que el juez el 67 de lo penal en el Distrito Federal Enrique Juárez Saavedra.
El 30 de mayo de 2005, tras haber estado en casa de Martín Alcaraz, la llamada Mataviejitas caminaba por las calles de la colonia Escandón, para detenerse en el número 19 de la Cerrada de la Paz para preguntar si María del Consuelo tenía la tarjeta de López Obrador.
"Sí, sí la tengo", fue la respuesta.
"Ah bueno, si es así estoy en la posibilidad de otorgarle un seguro contra incendio y otro de vida, que ya van incluidos", afirmó Barraza Samperio, con lo que logró el acceso al domicilio.
La supuesta empleada del Gobierno del Distrito Federal, tras hacer una rápida revisión, comentó a la anciana que corría un grave peligro, porque tenía muchos objetos de madera, "pero para ser más precisa tengo que revisar el resto de las habitaciones".
Ella comenzó a subir las escaleras para entrar a las recámaras, mientras María del Consuelo se acomodó en la sala a esperar unos 10 minutos. Barraza Samperio regresó con la dueña del inmueble con un juego de plata, anillos, cadenas de oro y plata, gargantillas, arracadas, pulseras, dinero en efectivo entre otros objetos que sumaban más de 30 mil pesos.y un estetoscopio en la mano.
Antes de plantarse frente a la anciana, mientras la Dama del silencio bajaba las escaleras, en esos momentos entró Aurora Pérez Guerrero, hija de la potencial víctima de 67 años de edad, quien la miró sorprendida.
Juana Barraza se descompuso, apretó contra su pecho los papeles que llevaba en la mano y metió en su bolso el aparato metálico para alcanzar a balbucear un "no se asuste, no hay ningún problema, ya me voy, ya le dejé mis credenciales a su mamá, ella me dejó pasar al baño". Aurora se limitó a acompañarla a la puerta, se despidió de ambas y tampoco regresó.
Tanto Martín Alcaraz como el par de mujeres, la volvieron a ver el 25 de enero de 2006, cuando por televisión mostraron las imágenes de la detención de la Mataviejitas en la Moctezuma luego de sumar otra víctima, aunque el día del robo ellas reconocieron que no podían hacer un retrato hablado.
Detenida desde el 25 de enero de 2006, Barraza Samperio llegó al reclusorio en medio de gritos amenazantes de varias internas, aunque durante los trámites de ingreso, se hizo un pesado silencio.
Éste se rompió un par de horas después cuando se dirigía a su celda, ya que cuando caminaba por el largo pasillo que la llevaba a la que será su morada hasta el 2056, los custodios desaparecieron de repente.
En el tramo más oscuro primero le cayó encima una cobija y después, decenas, cientos de golpes y puntapiés que la dejaron postrada en cama durante varios días. En medio de la golpiza alcanzó a escuchar las mentadas de madre como parte de su bienvenida y la frase de "¡aquí también hay un chingo de ancianas culera!, ... pero ninguna se va a morir".