Casas de seguridad, secuestros y balaceras, nueva realidad de Los Mochis

Nacional
/ 9 enero 2016

Apenas hace unos seis años Los Mochis era una ciudad apacible, de calles anchas de un solo sentido, donde las bocinas de los automóviles estaban en peligro de extinción, igual que los semáforos y los retenes.

CULIACÁN, SIN.- De repente, el ruido de los rotores, la tracatera –como llaman acá a las balaceras–, los gritos y los pasos apurados coparon la madrugada. Ahí, en Los Mochis, fue aprehendido ayer Joaquín El Chapo Guzmán Loera, líder del cártel de Sinaloa, uno de los hombres más buscados por el gobierno de Estados Unidos.

Apenas hace unos seis años Los Mochis era una ciudad apacible, de calles anchas de un solo sentido, donde las bocinas de los automóviles estaban en peligro de extinción, igual que los semáforos y los retenes.

A sólo 200 kilómetros de Culiacán, para muchos la sucursal del infierno y la cuna del narcotráfico –por ser santuario del cártel de Sinaloa–, Los Mochis, cabecera municipal de Ahome, está ahora infestada de casas de seguridad, no tiene vida nocturna por el terror que se padece en sus calles, anchas de sangre y desolación.

Apenas en noviembre pasado unas 35 personas fueron levantadas por hombres armados, y desde los últimos días de diciembre cuatro jóvenes culichis que fueron a visitar a una de sus novias permanecen desaparecidos.

Los Mochis se echó a perder a partir de 2008, cuando se dio la fractura del cártel de Sinaloa, que era controlado por Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo.

Ahora Guzmán Loera tiene un pie en una cárcel de máxima seguridad mexicana y otro en algún penal estadunidense, adonde parece no quiere llegar. El amparo que interpuso ante las autoridades judiciales federales así lo confirma.

Autoridades de México y Estados Unidos han insistido en su extradición, lo que parece inminente. El gobierno de Estados Unidos hizo la solicitud formal desde 2014 y sus voceros afirman que no hay necesidad de un nuevo requerimiento, pues el primero sigue vigente.

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El terror se instaló en los Mochis, en esa otrora apacible ciudad. En el sector, uno de los más viejos de la ciudad, proliferan nuevas edificaciones y casas abandonadas.

En la vivienda ubicada en Jiquilpan y Río Quelite, donde Guzmán Loera se resguardaba, apoyado por varios gatilleros, habían vivido hace alrededor de dos años unos mormones. Se fueron, huyendo de la violencia. Luego la casa permaneció vacía y rápidamente fue remodelada.

A sólo 200 metros de la casa de seguridad donde se ubicó a El Chapo tiene su residencia Eva Valdez, madre del gobernador Mario López Valdez (Malova), y a escasos 500 metros vive Gerardo Vargas Landeros, secretario general de Gobierno, de la administración estatal.

Lo agarraron en un motel; la tracatera fue a dos cuadras de mi casa, en la madrugada. Se les peló por el drenaje y salió como cuatro cuadras atrás (donde) se robaron un carro y se metieron al motel, expresó un habitante de este sector, quien pidió mantener el anonimato.

Lejos quedó la paz mochiteca, las calles anchas de una ciudad trazada geométricamente, como las estadunidenses, funcional y vivible, sin el uso del claxon, donde los semáforos parecían no hacer falta.

Ahora el rojo está más vivo que nunca y la escalada violenta tuvo en la aprehensión del jefe del cártel de Sinaloa una historia de sangre más; ahora hay luto, pavor y espanto, un trago amargo que sus habitantes no terminan de pasar.

 

Por Javier Valdez Cárdenas

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