Donald Trump tiene un enemigo: la resistencia
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Los movimientos de protesta contra el presidente han logrado importantes victorias sociales pero intentan consolidarse para ganar influencia
Nadie sabe muy bien cómo nació el concepto de resistencia en los Estados Unidos de hoy. Hay quienes lo atribuyen al cineasta progresista Michael Moore que, tres días después de la victoria electoral de Donald Trump, dijo: “Esto va a ser una resistencia masiva”. El término, con reminiscencias bélicas, se propagó con rapidez: había que resistir la amenaza de que la presidencia del republicano dilapidara avances sociales. Al día siguiente de la toma de posesión de Trump, el 20 de enero, decenas de miles de personas vestidas de rosa inundaron el centro de Washington para protestar contra el nuevo mandatario. El mensaje fue rotundo, el miedo era palpable. “Hoy es un acto de resistencia”, clamó Tamika Mallory, una de las organizadoras de la Marcha de las Mujeres.
El lema sigue resonando un año después de los comicios del 8 de noviembre de 2016. Los vaticinios por el temor a profundos retrocesos sociales eran correctos: Trump, con su populismo nacionalista y conservador, ha alterado y desatado desde la Casa Blanca un sinfín de asuntos y polémicas. Los ejemplos abundan: ha impulsado un veto contra inmigrantes de países musulmanes y un plan contra la reforma sanitaria de Barack Obama, ha sacado a Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático, ha acabado con el acceso de personas transgénero al Ejército, ha avalado la deportación de inmigrantes indocumentados que llegaron de niños a EE UU, ha defendido a grupos de racistas blancos, y ha insultado y ha pedido despedir a los jugadores de fútbol americano que protestan contra los abusos policiales a negros.
Cada una de esas acciones ha desatado movilizaciones y debate. Y el presidente no ha logrado todo lo que se ha propuesto. Las protestas de la resistencia, junto a la actuación judicial y la división política, han hecho fracasar la contrarreforma sanitaria republicana y han forzado a rebajar el veto migratorio. El activismo se ha disparado en EE UU, un país en que las grandes manifestaciones son inusuales pero donde existe una enorme y poderosa red de grassroots, organizaciones comunitarias. Hay más carteles de protesta en las calles, marchas y grupos cívicos, y las donaciones a entidades progresistas han crecido con fuerza.
“A corto plazo, el movimiento de resistencia ha sido muy exitoso en movilizar a millones de personas para participar en protestas y desafiar a la Administración. Esta no es una tarea pequeña”, escribe en un correo Kenneth Andrews, profesor de Sociología en la Universidad de Carolina del Norte y uno de los mayores expertos en movimientos de protestas, en especial el de los derechos civiles que acabó en 1964 con la segregación legal de los negros en EE UU. “Los activistas han dificultado a la Administración el impulso de iniciativas políticas clave como la derogación de la ley sanitaria”.
Pero el primer aniversario de la victoria electoral de Trump también invita a la reflexión entre la amalgama de grupos sociales contrarios a la presidencia, en especial sobre el momento del movimiento y los siguientes pasos a dar. “Hace seis meses esta sala estaba llena”, lamentó, a finales de octubre en un coloquio en Washington, Medea Benjamin, cofundadora de CODEPINK, una organización pacifista de corte feminista fundada en 2002. Habló ante poco más de una decena de personas en el acto de presentación de un libro sobre la resistencia.
El diagnóstico de Benjamin fue demoledor: “La gente está perdiendo fuerza. Hay cansancio y resignación”. Lo atribuyó a la percepción de que la base de Trump es “tan sólida” que permanecerá con él pase lo que pase y que es verosímil que haya ocho años de presidencia del republicano. También lo vinculó a la debilidad del Partido Demócrata, que está en minoría en el Congreso y muchas cámaras estatales, y todavía inmerso en una fase de introspección tras la inesperada derrota de Hillary Clinton ante Trump. “Fue un gran movimiento al principio. Está empezando a apagarse”, concluyó.
Charles Derber, profesor de Sociología en la Universidad de Boston y autor del libro de la presentación (Bienvenidos a la revolución), fue menos pesimista. “Trump ha acelerado y unificado a la resistencia, pero también la ha distorsionado”, sostuvo. El experto considera que los primeros meses de protestas fueron el efecto de un “luto enorme”, destacó que han nacido organizaciones sociales nuevas mientras que han florecido otras ya existentes, nacidas al calor del Occupy Wall Street contra la desigualdad de ingresos o de los casos de violencia policial contra los negros como Black Lives Matter. Pero subrayó que si se aspira a definir una alternativa con influencia duradera es muy importante impulsar un movimiento transversal y unificador.
Antecedentes
Derber recurrió a la historia. Sostuvo que en EE UU ha habido tres momentos en que ha surgido en la izquierda un movimiento de “resistencia universal”, que él define como que no se centraba solo en mejorar una temática sino que aspiraba a un cambio profundo y amplio en la sociedad. El primero fue en 1890 cuando grupos de clase trabajadora, como granjeros, se organizaron para tratar de frenar el auge del capitalismo desenfrenado encarnado por magnates como John D. Rockefeller. El segundo llegó en los 1930 durante el plan de estímulo del New Deal, tras la Gran Depresión, cuando proliferaron las voces a favor de “transformaciones sistémicas”. Y el último fue en la década de los sesenta cuando varios movimientos comulgaron, como el de los derechos civiles, la oposición a la Guerra de Vietnam o a favor de viviendas asequibles en ciudades.
En el panorama actual, el profesor también instó a buscar respuestas en el pasado. “Fue el orden preexistente es el que impulsó a Trump”, dijo. Argumentó que los movimientos progresistas están en crisis desde los años noventa y que no hay que olvidar que fue Trump y no Clinton, gracias a un discurso proteccionista en economía pero muy conservador en identidad, quien conquistó a los “olvidados” miembros de la clase trabajadora blanca, ansiosos por el declive industrial de la primera potencia.
En este sentido, Derber cree muy difícil hacer predicciones sobre la evolución de la resistencia. Ve igual de posible que la izquierda resucite en las elecciones legislativas de 2018 o ante hipotéticos problemas legales de Trump como que el presidente logre fortalecer su base de votantes, que oscila entre un 36% y un 40% de la población.
Para el profesor Andrews, para tener un impacto duradero todo movimiento debe cumplir tres requisitos: “generar nuevas formas de poder cultural, disruptivo y organizativo”. Esto se traduce en influir el debate público y comportamientos, alterar el statu quo y contar con una estructura que permita atraer participación y canalizar políticas. Por ejemplo, el movimiento de los derechos civiles y del Tea Party, el subgrupo republicano que promueve un viraje a la derecha, cumplen esas condiciones.
Andrews esgrime que es “demasiado pronto” para saber si la resistencia contra Trump podrá tener un impacto duradero. “Para lograrlo los activistas deben sustentar su oposición y crear nuevos modelos organizativos que construyan bases sólidas de constituyentes”, dice. Hay dos organizaciones, cuenta, que ya lo están haciendo: el grupo detrás de la Marcha de las Mujeres e Indivisible, fundado, tras la victoria de Trump, por exasesores demócratas en el Congreso y que se inspira en tácticas del Tea Party. Por ejemplo, organizaron protestas ante legisladores republicanos contra el plan de reforma de la ley sanitaria de Obama.