1 de octubre: Día de las Personas Mayores
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En pleno 2025, más allá de actuar a cambio de todos los beneficios que las personas de la tercera edad han aportado y pueden seguir aportando, necesitamos reconectarnos con nuestras y nuestros mayores desde una óptica humana
Por Lillian Sánchez Calderoni
Como te ves, yo me vi... y, como me ves, te verás.
Prácticamente en todos los países del mundo se ha estado presentando una situación muy trascendental: el rápido crecimiento del grupo demográfico de personas mayores.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) tiene registros importantes que quiero compartirles aquí. Ahora, en 2025, el número de personas con más de 60 años se calcula en 1.200 millones, más del doble del universo cuantificado en 1995. Se estima que para el 2050 esta cifra alcance los 2.100 millones de personas, lo que representaría entre el 20 y 25 por ciento de la población mundial, y que en 2080 superarán al total global de menores de 18 años.
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Además, la esperanza de vida a nivel mundial ha aumentado casi nueve años en las últimas tres décadas, actualmente el promedio es de 73.5 años. Con base en esta evolución y evidencias sobre la rapidez con la cual ha incrementado el grupo de 80 años y más, la ONU prevé que este conjunto de la tercera edad sobrepase al universo de bebés para mediados de la década de 2030.
Esta dinámica de crecimiento del grupo poblacional de las personas adultas mayores se debe a diversas causas. Desde luego, está el aumento de la esperanza de vida de las poblaciones en general alrededor del mundo, así como la disminución en los niveles de mortalidad ⎯gracias a los avances científicos en materia de salud⎯ y el decremento del índice de natalidad.
Sin embargo, y lamentablemente, el hecho de vivir más tiempo no conlleva, en automático ni necesariamente, el goce de buenas o mejores condiciones de vida. En realidad, las personas de la tercera edad conforman un universo poblacional que enfrenta múltiples situaciones de desigualdad, como política, económica y social, y de dependencia, lo que les genera contextos de riesgos, invisibilización, discriminación, maltrato y violencia.
Así, desde la ONU y sus Estados miembros, se ha hecho necesario reconocer que este fenómeno se ha tornado en un desafío que va más allá de lo personal o social: actualmente constituyen un grupo en situación de vulnerabilidad y un reto social, incluso de carácter público.
Con este panorama en su agenda, desde el 14 de diciembre de 1990, la Asamblea General de la ONU instituyó el 1 de octubre como el Día Internacional de las Personas de Edad o Personas Mayores, con el fin de impulsar la reflexión y la conciencia sobre el valor de estas personas y su contribución al desarrollo, a la resiliencia y al bienestar económico y social de las comunidades y de la humanidad.
Del mismo modo, esta iniciativa se basa en la presteza con la cual se debe actuar para asegurar a las personas mayores una participación activa en los diversos ámbitos de la sociedad, con la protección de su dignidad y derechos humanos como punto central. En este marco, se busca lograr una plena inclusión de las personas de la tercera edad, para lo cual se conjuntan organizaciones, instituciones, instrumentos, planes y hojas de ruta con propuestas encaminadas a implementar decisiones políticas integrales que contemplen sistemas, redes, servicios, acciones y demás medidas para brindar oportunidades y garantías que mejoren las condiciones de vida de este grupo poblacional.
Para lo anterior, en 1991 la ONU emitió una serie de cinco principios que deben regir todas las medidas que se desarrollen en favor de las personas mayores: la independencia o autonomía, la participación, los cuidados, la autorrealización y la dignidad.
Estos se traducen en que deben tener acceso a derechos tan esenciales como la alimentación, agua, vivienda y/o residencia en sus domicilios y con sus familias el tiempo que sea posible, vestimenta, trabajo decente y adecuado para quienes quieran laborar, atención de salud, así como apoyo de sus familias y de la comunidad.
Además, se les debe permitir que compartan sus conocimientos y habilidades, que participen en la formulación y la aplicación de políticas que puedan afectar su bienestar, que presten servicios y formen asociaciones o grupos en pro de sus intereses.
Desde luego, se les debe garantizar el disfrute de cuidados y protección de su familia y la comunidad, servicios que les ayuden a mantener o recuperar su bienestar integral, atención y prevención o retraso de enfermedades, entornos de cuidado, rehabilitación y estímulo humanos y seguros, con pleno respeto de sus necesidades, creencias, intimidad y dignidad.
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Adicionalmente, se les deben permitir oportunidades para desarrollar plenamente su potencial, con acceso a recursos educativos, culturales, espirituales y recreativos. Y, como pilar de todo, se les debe asegurar una vida con dignidad, seguridad, libre de malos tratos, de discriminaciones y de explotaciones, independientemente de cualquier característica relacionada con el sexo, raza o procedencia étnica, discapacidad u otras.
Ha habido diversas civilizaciones, a lo largo de nuestra historia como humanidad, en las cuales las personas longevas han sido valoradas, protegidas, incluso veneradas. Han sido reconocidas por su sabiduría y por ser transmisoras de experiencia, conocimiento, valores y cultura.
En pleno 2025, más allá de actuar a cambio de todos los beneficios que las personas de la tercera edad han aportado y pueden seguir aportando, necesitamos reconectarnos con nuestras y nuestros mayores desde una óptica humana, basada en la comprensión, el apoyo y la solidaridad, que son fundamentales para la cohesión social que hoy en día parece tan difuminada.
La autora es Investigadora del Centro de Estudios Civiles y Políticos de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH