Los derechos de las personas adultas mayores forman parte de nuestra vida en sociedad

Opinión
/ 13 julio 2025

Garantizar hoy condiciones dignas para quienes envejecen es, en realidad, preparar un mejor futuro para todas las generaciones

Las personas adultas mayores están presentes en nuestras vidas: son nuestras madres, padres, abuelas, abuelos, vecinas y vecinos. Sin embargo, con frecuencia no nos detenemos a pensar en cómo viven ni en qué necesitan. Envejecer es algo natural, una etapa más de la vida; tarde o temprano, todas y todos llegaremos ahí. Por eso, es importante reflexionar sobre lo que significa y sobre lo que como sociedad podemos hacer mejor para que quienes transitan esta etapa la vivan con bienestar y dignidad.

La vejez no debería ser vista como una carga ni como un problema. Al contrario, es una etapa valiosa en la que las personas adultas mayores conservan mucho que aportar. Su experiencia, sus historias y su sabiduría enriquecen a nuestras comunidades. A lo largo de sus vidas han trabajado, han cuidado de otras personas y han contribuido al desarrollo de familias, barrios y del país entero. Merecen ser tratadas siempre con respeto y consideración.

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Desde la perspectiva de los derechos humanos, las personas adultas mayores tienen los mismos derechos que cualquier otra persona: derecho a la salud, al cuidado, a participar en la vida social, a expresar su opinión y a vivir libres de discriminación y violencia, entre otros. Sin embargo, estos derechos no se ven reflejados en la realidad social. Muchas personas adultas mayores enfrentan abandono, violencia, aislamiento o dificultades para acceder a condiciones mínimas para un nivel de vida adecuado. Esta situación muestra que aún tenemos una deuda como sociedad.

En muchos hogares y comunidades, las personas adultas mayores son uno de los grupos más olvidados y vulnerables cuando se trata de cuidado y respeto. A pesar de todo lo que han dado a lo largo de sus vidas, no siempre reciben la atención y el acompañamiento que necesitan. Este descuido refleja no sólo un problema familiar, sino un reto colectivo que debemos afrontar como sociedad.

El cuidado es clave para garantizar el bienestar de las personas adultas mayores. No se trata de un favor o de un acto de buena voluntad, sino de un derecho humano que debe garantizarse de manera adecuada. Además, el cuidado debe entenderse en un sentido amplio, incluyendo la atención a la salud física y emocional, el acompañamiento afectivo y la posibilidad de participar activamente en la comunidad.

Aquí es fundamental reconocer a quienes cuidan. Las personas cuidadoras realizan un trabajo imprescindible, aunque muchas veces invisible y poco valorado. Dedican tiempo, energía y afecto para acompañar y atender las necesidades de las personas adultas mayores. Sin embargo, esta labor, cuando no cuenta con apoyo ni reconocimiento, puede generar agotamiento y afectar la salud física y emocional de quienes cuidan. El cuidado no debe recaer únicamente en una sola persona, como suele suceder en muchos casos donde las mujeres asumen casi en solitario esta tarea.

Por eso es necesario reconocer que las personas cuidadoras también tienen derechos y requieren condiciones dignas para realizar su labor. Necesitan acceso a servicios de salud, oportunidades para descansar y recibir apoyo emocional, así como compartir esta responsabilidad con la comunidad y con políticas públicas que acompañen su trabajo. Cuidar no puede ser una tarea solitaria ni improvisada, sino una responsabilidad compartida, empática y bien respaldada.

Como sociedad necesitamos cambiar nuestra manera de ver la vejez. No basta con evitar la discriminación; hace falta reconocer su valor y asegurar que puedan seguir participando activamente en la vida social. Esto incluye escucharlas, tomarlas en cuenta en las decisiones que les afectan y garantizarles acceso a servicios y actividades que promuevan su bienestar integral.

También debemos reflexionar sobre cómo organizamos los cuidados. No podemos seguir considerando que atender a las personas adultas mayores es una responsabilidad exclusiva de las familias o de algunas personas dentro de ellas. Necesitamos políticas públicas que reconozcan y fortalezcan el derecho al cuidado, que brinden recursos y apoyo, tanto a las personas adultas mayores como a quienes las cuidan, y que promuevan comunidades solidarias y participativas.

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Hablar de cuidados y de respeto a las personas adultas mayores también es hablar de nuestro propio futuro. Si tenemos la fortuna de vivir muchos años, llegaremos a necesitar ese mismo cuidado y apoyo. Por eso, garantizar hoy condiciones dignas para quienes envejecen es, en realidad, preparar un mejor futuro para todas las generaciones.

Es urgente que fortalezcamos la conciencia social y que impulsemos cambios en la forma en que nos relacionamos con las personas adultas mayores. El cuidado de las personas adultas mayores no puede ser una tarea relegada a lo privado o familiar. Debe asumirse como una responsabilidad compartida entre familias, comunidades, Estado y sociedad en general. Sólo así construiremos una sociedad más justa, más solidaria y más humana, donde la experiencia y el conocimiento de las personas adultas mayores sean valorados y donde todas y todos podamos envejecer con dignidad, respeto y calidad de vida.

La autora es catedrática de la Academia Interamericana de Derechos Humanos

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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