Pesado lastre

Opinión
/ 2 octubre 2015


Un golfista le dice a otro: "¡Qué error tan grande cometí al enseñar a mi esposa a jugar golf! Se ha metido tanto en el juego, que ahora me da sexo solamente una vez por semana". "Y te va bien -responde el otro-. A los demás socios del club nos lo ha rebajado a una vez por mes"... El paciente del doctor Ken Hosanna le preguntó, angustiado: "¡Dígame la verdad, doctor! ¿Estoy muy malo?". "Vamos, vamos -lo tranquilizó el facultativo-. No nos pongamos tan melodramáticos. Lo que sí le aconsejo es que no empiece a ver la nueva telenovela"... Aquel señor iba en automóvil con su esposa. Un maleante les apuntó con su pistola, les ordenó que bajaran del vehículo, y le pidió las llaves al señor. Obedeció éste, y el asaltante subió al coche. Le dice la señora con enojo: "Muy hombrecito ¿verdad?, robando coches a punta de pistola". "Sí, señora -se burló el facineroso-. Soy muy hombrecito". "A ver -lo desafía la mujer-. Si tan hombre es ¿por qué no se lleva el coche con todo y dueño?"... Una de las más tristes herencias que la Revolución dejó es la enseñanza de que se puede vivir sin trabajar. Malos líderes; políticos venales; gente sin oficio, pero que obtiene beneficio sirviendo de carne de manifestación; ejidatarios que en su inmensa mayoría han subsistido -y siguen subsistiendo todavía- merced a la actitud paternalista de un Estado que tiene remordimientos de conciencia, y que reparte a los campesinos dádivas como limosnas; he ahí el legado de un movimiento cuyos principios naufragaron en la corrupción. Si México no avanza, si no hemos logrado aún entrar en la modernidad, eso se debe a un pesado lastre de mitos y tabúes "nacionalistas" dejados por aquella Revolución que cumple este año un siglo de existencia y que, bien vistas las cosas, no nos liberó de nada, y en cambio a muchos dogmas nos ató. Esto que digo no es tesis de conservador. Conservadores son los que no quieren que se rompan los viejos paradigmas estatistas que en campos como el aprovechamiento de nuestros recursos energéticos, el régimen laboral, la educación, por no citar sino unos cuantos -tres, si no he contado mal-, causan daños gravísimos a México. Mas ¿por qué echar a perder con estas lucubraciones pesimistas el gozo del fin de semana y de las vacaciones que comienzan? Ea, caminemos por sendas más floridas, y exornemos con otro chascarrillo de humor lene la calígine del panorama nacional... Don Astasio llegó a su casa y encontró a su mujer, doña Facilisa, en apretada conversación carnal con el muchacho repartidor de pizzas. "Ahora me explico -pensó el mitrado esposo- por qué este joven se equivoca siempre, y en vez de dejar la pizza hawaiana deja una de pepperoni o de salami. Las distracciones no son buenas". Hecha esa reflexión don Astasio determinó vengarse, para lo cual fue y desinfló la llanta delantera de la bicicleta del repartidor. Cumplida la ejemplar vindicta se dirigió al chifonier donde guardaba una libreta con insultos para espetarlos a doña Facilisa los días en quefaltaba a la fe matrimonial, que eran los más del año. Se plantó, pues, frente al lecho del pecado, y le dijo a su mujer: "¡Enamorada!". En la lectura de antiguas crónicas argentinas había aprendido don Astasio que esa palabra, "enamorada", la usaban los primeros pobladores de Buenos Aires, llegados con don Pedro de Mendoza, para nombrar a las maturrangas o mujeres de cuerpo complaciente. "Astasio -replicó doña Facilisa con severidad-: siempre dices que las distracciones no son buenas, y ahora vienes a quitarme concentración en lo que estoy haciendo. Mira: por tu culpa ya perdí el compás". Don Astasio se retiró, apenado. A lo mejor, pensó, por causa suya su esposa iba a tener que usar metrónomo... FIN.

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