El Real

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La primera vez fue en vocho trepidante.
El túnel es largo y el camino está empedrado. Después de recorrer algunas calles en que todo es de piedra el viajero llega al hotel.
Es sencillo. Por la ventana del cuarto se ve el patio con su escalera pintada con colores chillantes. Se puede comer en un mesón que ofrece siempre los mismos platillos. Hay ruedas de carreta en el techo que sostienen lámparas de cristal sobre las cabezas de los comensales.
Lo mejor es salir a caminar con la cámara en la mano. Hay rincones que merecen una acuarela. Todo el pueblo es fantasmal, solitario, abandonado, con rasgos de grandezas y esplendores de tiempos pasados. La casa de moneda está en reparación pero el guardia permite entrar haciendo una excepción. Dentro se admiran las arcadas y la herrería, la luz del amplio patio central.
Es imponente este que puede haber sido palenque o estrecho lienzo de charreria. Se puede apoyar sobre un pedrusco la cámara para captar el ángulo del muro curvo con el fondo del cielo salpicado de cúmulos.
Esta mañana se siente cómoda la cabalgadura. El guía va delante y empezamos a subir la montaña. El caballo elije la senda más cómoda para él, a pesar de los jalones de rienda. Se va por la orillita en que no hay piedras sino tierra suelta, al borde del abismo, mientras el jinete siente vértigo.
Este pozo es muy profundo. La piedra que se deja caer chapotea el agua después de muchos segundos de espera. Ahí están ya las ruinas de la casa grande. Se ve todo El Catorce en esta foto que quedará enmarcada con el arco pétreo de un clarísimo gris. "Por acá está el túnel", grita el guía. El trayecto es oscuro. Sólo el flash, en destello instantáneo, descubre, en cada foto, la reciedumbre de la roca circundante.
Después del descenso capta la cámara el perfil esbelto de este pajarillo posado en lo alto del poste que canta -al atardecer- con exquisitos arpegios. Cerca está el puente...
Bajo las estrellas, el viejo pueblo minero tiene el encanto de su prosperidad marchita cargada de leyendas. El viajero platica y escucha. El lugareño sabe todo y cuenta sabroso... Uno no sabe si es un guía de visitantes o un espectral minero aparecido que narra todo como antiguo testigo presencial... Mucho subió el vocho para llegar a esta altura misteriosa a la que cada año inunda la multitud peregrina, con devoción franciscana...