Los objetos antiguos

Opinión
/ 4 octubre 2010

Para mi madre Agripina María, en su cumpleaños

La luz cae sobre una jarra de cristal azul. Vibra y es lo único en lo que se complacen mis ojos por un instante. Luego busco un tintero de porcelana. Encuentro una bolsa -del tamaño de la palma de mi mano- tejida con hilos de plata. Más delante yace una lámpara cuya base es una serpiente de bronce, repta hasta la bombilla, abrazándola en su sabiduría de mítico reptil.

Un universo de talentos volcados en materia. Relojes, óleos, mesas, libros; una bomba de gasolina antigua y esbelta. Los objetos reposan en la brillantez de sus sedas, de sus transparencias, de sus cerámicas, de sus maderas, de sus hierros.

Imperios de la imaginación ante nuestros ojos. La capacidad de mirar no sólo el objeto, sino lo que representa, el genio de quien lo crea. Las horas vertidas del orfebre, del artesano, de las personas que tejieron y trazaron. O el trabajo de quien encuentra ese objeto, lo rescata y lo ofrece.

Cada objeto es una esencia íntima. Me gusta imaginar, más que preguntar, sobre la edad o el nombre de quien pulió una idea. Y esa curiosidad me hace imaginarle. Me deleito al crearle una historia, una vida. Veo sus manos, sobre todos sus manos; sus líneas hilvanándose sobre las hojas de papel, la resolución primera. Le veo tomando un té al amanecer mientras da vueltas a la idea, así como giran en el viento los pétalos de las flores. Y el objeto se vuelve más querido.

En la Muestra Nacional e Internacional de Antigüedades, conviven en un mismo espacio el objeto y el espíritu de la mujer o el hombre que le dieron forma. O el grupo numeroso de manos y talentos sobre él impresos. Cada pieza es como un libro, pero su lectura es distinta. Y todo el tiempo habla, así ocurre con el sólo golpe de una mirada.

En el sentido más literario, soy una romántica: sólo contemplo. En el real, mis fondos no alcanzan para comprar más que objetos pequeños. Un caballo de la India honra mi sala. Lo hermoso de la pieza es que guarda tres oquedades en el centro. Su figura se puede abrir deslizando la mitad superior a un costado.

Desde otro punto de vista, en cierto modo es cierto: entre menos objetos más espacio para la creación, esto, recordando las casas japonesas, pues también el espacio vacío habla, dice. Pero en otro, está el deleite de lo que el mundo ofrece.

En mi pequeño estudio guardo un escritorio donde mi madre y mis tíos hacían sus tareas iluminados por lámparas de aceite. Sobre su madera sencilla coloqué otra pieza pequeña que pude adquirir, un raso frasco de cristal cerúleo con boca de metal, en donde se guardaba el agua mineral.

Los objetos poseen una soberanía molecular que ninguna moneda puede comprar. Y es que los objetos cambian de lugar, cambian de dueño, pero seguirán siendo fieles sólo a su creador, pues en ello llevan el sello de su causa, de su existencia. Imagino el mundo, con sus múltiples objetos, cambiando de manos, de espacios, de latitudes. Los compramos, pero esto es quimera. El objeto es. Está. Lo que uno puede hacer es disfrutarlo en esa posibilidad de ilusión que da su adquisición. Luego viene la muerte y el objeto sigue en su tránsito. No poseemos nada, sólo contemplamos.

Los objetos bellos no son parte de las necesidades básicas, es cierto, no son el necesario alimento, ni el calzado apremiante, ni la educación ineludible para que este país siga en su trayecto hacia la libertad del individuo. Sin embargo, esta muestra de antigüedades con su halo de sofisticación, nos permite hacer cercanas por gratuitas, manifestaciones de la belleza. Nos da el tiempo para observar lo que no veríamos en otro momento.

Y es que hay quienes no se detienen en esto, pues dicen que el arte no es prioritario; dicen que es inútil. Una postura así es limitada. El arte embellece al mundo. El arte da cuenta de nosotros. Nos permite asomarnos a momentos radiantes. Yo todavía imagino claramente a mi madre siendo una niña, escribiendo sobre ese escritorio viejo que me regaló, al que ahora he agregado esa botella azul. Veo el cuadro completo.

claudiadesierto@gmail.com

Nacida en Monclova, Coahuila. México, en Junio 3 de 1969. Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Maestra en Historia de la Sociedad Contemporánea. Doctora en Ciencias y Humanidades para el Desarrollo Interdisciplinario. Ha publicado entre otros, “Los frutos del sol“ (Castillo MacMillan 2005) libro infantil y poemarios entre los que figuran Casa de sol (FECA-CONACULTA 1995), “Ruido de hormigas“ (Gatsby Ediciones, 2005), Carne para las flores, antología personal (Aullido libros, España 2011), Las flores desenfundan sus espinas, antología personal (Secretaría de Cultura de Coahuila, 2013) y “Donde la piel“ (Mantis Editores/CONARTE, 2019). Aparece en “Anuario de poesía mexicana“ (Fondo de Cultura Económica, 2006).

Obtuvo el primer lugar en fotografía Coahuila luz y forma 2003. En poesía, recibió beca del FONCA, estímulos como joven creadora y como creadora con trayectoria del FECA y del PECDA en varias ocasiones. Fue becaria FORCA-Noreste 2011-2012, en Lima, Perú donde impartió talleres sobre poesía objetual. Como invitada de honor del Festival Internacional de Teatro Tánger 2013 en Marruecos, se leyó su poesía traducida al árabe. Parte de su trabajo también tiene versiones en inglés, alemán, portugués y francés. Entre las revistas en las que ha publicado, destacan el número inaugural de la revista de poesía contemporánea de Valencia “21veintiúnversos“, ( octubre de (2015), y “Lichtungen“ (noviembre de 2016) en el apartado “Literatura del norte de México“, en el que sus poemas fueron traducidos por Christoph Janacs.

Fotografías medio ambientales, video poemas y atmósferas sonoras fueron exhibidos en la Galería Mohammed Drissi de Tánger (Julio-agosto 2021). Participó en la muestra de arte coahuilense titulada Segar el mar, dentro del 49 Festival Cervantino. Parte de su trabajo se encuentra en el portal virtual www.thenatureofcities.com, al lado de artistas medio ambientales del mundo. Actualmente es Directora de Divulgación Científica en el Museo del Desierto.

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