Triángulo

Opinión
/ 2 octubre 2015

 

1.- Entre tanta muerte, me entero de la de Elizabeth Taylor. Rindo tributo a tanta inocencia desbaratada para siempre, pero no puedo evitar la evocación de la presencia fílmica de la actriz. Pero ¿era ella una actriz en todo el espesor de la palabra? No lo sé. Los cánones cambian tan aceleradamente que no hay tiempo para la consolidación y la reflexión. La noción de "diva" ya no es tan válida como antes, o por lo menos, ya no tiene el mismo peso. Por lo demás, el "divismo" en el arte es algo completamente epidérmico y antihigiénico, aunque muy pintoresco. Elizabeth Taylor era una "diva" heredera de las grandes del teatro, de la ópera y del cine mismo. Su "divismo" nada añadía a su talento, pero formaba parte de otra noción ambigua: el "glamour". El cine capturó para nosotros su belleza, un talento de actriz cimentado en parámetros un tanto abolidos y su monstruosa presencia. Baudelaire decía que prefería el artificio y los afeites a la "naturalidad" de la Naturaleza. Desde este ángulo maldito, la Taylor fue brillantemente artificial, pero debo añadir: qué deslumbrante artificialidad. Sólo alguien verdaderamente bello puede darse el lujo de semejante exceso. Llegados a este punto, ¿a quién importa si era una actriz eminente o no? Sólo con el hecho azaroso de ser ella fue suficiente. No creo que pueda decirse lo mismo de la horda de mujeres y hombres hermosos que hoy saturan las pantallas y hasta las calles del mundo. Porque sólo ella fue Elizabeth Taylor, la que desde la infancia brilló en el cielo artificioso de Hollywood, esa tierra mítica que cambió el nombre del Olimpo para asignarle otro, el de Starsystem.

2.- He visto a Deisy ensimismada ante un charco. Deisy es un perro hembra, negro y esbelto. Desde hace unos días ha estado triste, esquiva las caricias e ignora la comida. Pasa buena parte del tiempo echada por ahí, mirando el cielo y los helechos. Ayer la sorprendí absorta en la contemplación de un pequeño charco de agua, en el patio de la casa. No se dio cuenta de que la veía. Ella miraba el charco; yo la miraba a ella, igualmente absorto. ¿Sufrirá de parásitos? ¿Tendrá la necesidad de salir a la calle para correr una aventura con algún atractivo ejemplar canino? ¿En realidad ella no es un perro sino un avatar de alguien? ¿Piensa que ser perro es una humillación ontológica? ¿Estará enferma de melancolía? Pero... ¿piensa?, ¿siente metafísicamente? Recordé que en ese mismo sitio, ése en el que vi a Deisy ensimismada ante el agua especular del charco, también me detuve hace muchos años -o algo me detuvo- para preguntarme por el sentido de la vida. La pregunta ni siquiera fue formulada siguiendo el protocolo de la lógica; simplemente sentí el aluvión de la incertidumbre. El sol caía a plomo sobre las cosas: era el mediodía. Y estuve ahí, detenido, mirando el suelo hipnótico, fascinado por el abismo, paralizado por la ráfaga. El sol es, a veces, más tenebroso que la noche: sin misericordia desnuda a las cosas de su apariencia cotidiana y las hace exhibir su terrible sustancia; entonces, todo ofrece la prístina naturaleza de la fatalidad. ¿Deisy ha sido víctima de esta amarga iluminación ante el agua del charco o simplemente estuvo ahí, inmóvil, "por instinto"? ¿La melancolía afecta también a los animales? No recuerdo si Hipócrates y Burton hablan de esto. Tampoco recuerdo si Roger Bartra lo menciona en sus libros. Espero que no sea así: basta con que algunos seres humanos suframos de esta dolencia. Sería muy triste que el mar, las flores y los leopardos fuesen también víctimas de la bilis negra, como me lo parece Deisy. ¿Cómo decirle que no merece la pena y que resulta inútil?

3.- Alejandro Soriano Vallés publica un nuevo libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz: "Doncella del Verbo" (Ed. Garabatos de Hermosillo, Son.). En él continúa su cruzada: Sor Juana no fue víctima de un complot orquestado desde la cúpula del poder eclesiástico novohispano, sino de su propio afán caritativo, por eso se derrumbó... Aguiar y Seixas fue casi un santo; su proceso de canonización está en trámite en El Vaticano... Antonio Alatorre, Elías Trabulse, Margo Glantz y sobre todo Octavio Paz son unos terroristas, unos difamadores... ("Proceso", marzo 13, 2011). De gran cultura y de afilada penetración crítica, Soriano Vallés es oficioso en su tarea de limpiar de todo vestigio de culpa a la iglesia católica novohispana en "el caso Sor Juana Inés". ¿Por qué tanto melindre? A punto estoy de hacer un juego de palabras partiendo del título de la obra teatral de la entrañable monja jerónima: ¿tendremos que hablar, luego de tres siglos, de "Los Empeños de una Casta"? Porque es la misma Sor Juana quien muestra sus heridas en su "Respuesta a Sor Filotea de la Cruz", entre otras obras suyas... ¿O acaso leí mal o acudí a otra versión?

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