Valiosos dones

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Timoracio era muy tímido. Hasta que su esposa tuvo el séptimo hijo se atrevió a confesarle que era estéril. Relataba aquel señor: "Un coche atropelló a mi perro, y lo dejó sin las patas de atrás y sin los éstos. El veterinario no pudo implantarle otras patas traseras, pero le puso unos éstos de metal". Pregunta alguien: "¿Cómo se llama tu perro?". Responde el señor: "Chispas". El médico le informó a su paciente: "Tiene usted HILG". "¿HILG? -se inquietó el hombre-. ¿Qué es eso?". Contesta el facultativo: "Herpes, influenza, lepra y gonorrea. Lo pondremos en un cuarto aislado, y lo someteremos a una dieta a base exclusivamente de tortillas". "¿Con eso me curaré?" -inquiere angustiado el individuo. "No -responde el galeno con franqueza-. Pero es el único alimento que podemos pasarle por abajo de la puerta". (¡No sean canallas! ¡Pásenle también pizzas y hot cakes!). En el pueblo de Babalucas no gastan en patrullas. Compran un coche usado y le hacen dos agujeros en el techo. Por ellos sacan la cabeza dos policías. Uno va haciendo: "¡Uuuuuuuuu!, como sirena, y el otro va diciendo: "Luz roja. Luz azul. Luz roja. Luz azul.". Cuando tienes 20 años la gente dice de ti: "¡Qué ingenio!". Te dice a los 40: "¡Qué cultura!". Llegas a los 60, y el comentario es: "¡Qué memoria!". Ahora, a la edad que tienes, la gente se asombra y dice de ti: "¡Qué lucidez!". De esos valiosos dones el único que he tenido es la memoria, y eso con sacrificio de las otras dos potencias del alma, que son entendimiento y voluntad. La memoria es muy extraña: te hace olvidar cosas que quieres recordar, y te recuerda otras que olvidar quisieras. Lo que sucede es que no recordamos, días, ni años: recordamos momentos. De ahí el valor que a cada instante le debemos dar. Yo soy capaz de recordar incluso lo que nunca sucedió. Poseo, por desgracia, memoria de acreedor, no de deudor. Y es que escribir las cosas es la forma mejor de no olvidarlas. Así, tengo muchos recuerdos porque escribo mucho. Cargo un pesado fardo de inútiles memorias. Por ejemplo, ayer recordé que el 15 de marzo de 1916, hoy hace justamente 95 años, entraron en territorio mexicano 12 mil soldados de Estados Unidos, al mando del general John J. Pershing. El propósito de la llamada Expedición Punitiva era encontrar a Pancho Villa para llevarlo a la nación vecina y fusilarlo o hacerlo ahorcar. Unos días antes, el 9 de ese mes, el pueblo fronterizo de Columbus, Nuevo México, había sido asaltado por el audaz guerrillero, entre otros motivos como represalia por el reconocimiento que el Presidente Wilson había hecho del gobierno de Carranza. La poderosa fuerza expedicionaria le hizo a Villa lo que el céfiro le hizo al Benemérito, y aquel gran general y sus soldados hubieron de regresar a su país alicaídos y con el rabo entre las piernas, llenos de ampollas los pies de los de a pie; de ampollas llenas las abnegadas nalgas de los de a caballo. La historia se repite. Más que maestra, la Historia parece ser a veces una mujer demente que repite sus locuras con implacable terquedad. Sólo que en esta ocasión la historia se repitió al revés. Si Villa invadió Columbus, ahora el alcalde de Columbus nos invadió con armas de cuyo trasiego sacaba medro personal. Difícil relación es la de México y Estados Unidos. Ambos países tienen razones muy fundadas para lamentar su vecindad y para echarle madres a la geografía. El trato entre las dos naciones está pasando en estos días por uno de sus momentos peores. La misma geografía, sin embargo, obliga a que las cosas no excedan ciertos límites que el mutuo interés y la diplomacia fijan. Al final se impone siempre esa señora llamada realidad. Ojalá, sin embargo, no sea aplicable a nuestro caso aquella historietilla según la cual el secretario particular del Presidente de cierta nación de América del Sur le dice al mandatario: "Señor: en la antesala esperan el embajador de Estados Unidos y el Nuncio de su Santidad el Papa. ¿A quién hago pasar primero?". "Al Nuncio -responde sin vacilar el Presidente-. A él lo único que le tengo que besar es el anillo"... FIN.