Las patillas de Guerrero

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Este señor vive en una ciudad del norte mexicano. Las ciudades norteñas son muy recias. Sus pobladores deben luchar todos los días para sacar el sustento que en otras partes la naturaleza da generosa, como cortesana. Por eso decía Vasconcelos, con la rimbombante simplicidad con que lo decía todo, que "El sur sueña; el centro piensa; y el norte trabaja". No sé si el centro siga pensando, pero sí sé que sigue soñando el sur, y el norte trabajando.
Este señor vive en una ciudad del norte mexicano. Trabaja mucho con muy poco fruto. Quiero decir que es agricultor. Vive con los pies en la tierra y la esperanza en el cielo. Para el agricultor el cielo es un poco Dios y un mucho las nubes. Las nubes son, para el agricultor, representantes personales del Señor. Son agua, y el agua es todo. Rancho sin agua no es rancho. En cambio, con agua, dinero y tractor, cualquier pendejo es agricultor.
Voy a decir cómo es el señor de quien estoy hablando. Es alto y es robusto. Su estatura pasa del metro con ochenta; su peso va más allá de los 100 kilos. Camina lentamente, y en las calles de la ciudad pisa como si fuera entre los surcos de la tierra. Su rostro es colorado y es lampiño, pues el señor no gasta tiempo en acicalar bigote o barba. Usa ropa de kaki, sombrero texano y botas vaqueras. Lleva un cinto con una gran hebilla que es de plata. En ella ha hecho poner tres letras D. La razón de esas letras es la siguiente: él se llama Damasio; su padre se llamó Damasio y su hijo se llama Damasio. Por eso cuando nació su hijo unigénito le puso a su rancho, con orgullo, "Las tres D".
"Las dos D", quisiera ponerle ahora, quitarle una de las tres letras a su hebilla. Porque he aquí que el tercer Damasio salió jotito, dígame usted nomás. Eso no es de extrañar: los ha habido generales, gobernadores, y dicen que hasta presidentes de la República. No en México, claro, pero sí en otros países. Don Genaro Estrada, eminentísimo diplomático autor de la famosa doctrina internacional de no intervención que lleva su nombre, era del otro sindicato, lo mismo que Agustín Lazo, constructor de la Ciudad Universitaria en México; los compositores Gabriel Ruiz y Pepe Guízar; el tenor José Mojica (antes, claro, de convertirse en fray José de Guadalupe) y otros muy distinguidos personajes.
El caso es que Damasio tercero salió del otro bando. Su papá, don Damasio, era hombre sencillo, y no le cabía en la cabeza lo de su hijo. Jamás había oído de psicologías, ni de diversidad y tolerancia, ni del respeto que se debe a la preferencia sexual de cada quien con tal de que no haga daño a su prójimo ni se lo haga él mismo. Don Damasio hubiera querido tener un hijo tan rudo como él, que lo cargara de nietos, que heredara sus tierras y las engrandeciera. Y le tocó ser padre de un mariquita que habla y camina como colegiala.
El joven Damasio tiene un extraño detalle de coquetería: se ha dejado crecer las patillas. Las lleva enormes, como de cochero, y las peina y repeina con esmero. Un día llega un vendedor de fertilizantes que nada sabe del ser de Damasito. Lo ve pasar, y observa sus grandes patillas. A fin de halagar a don Damasio le dice:
-Su hijo tiene las patillas como don Vicente Guerrero.
Le responde don Damasio, hosco y ceñudo:
-Como don Vicente Guerrero debía tener los güevos el cabrón.
¡Pobre Damasito! Era demasiado fino pa' frontera.