Esa triste tristeza

Opinión
/ 2 octubre 2015

Dejó de aparecer su sonrisa habitual. Ahora, su carita muestra una triste tristeza que lo agobia. ¡Pero si es un niño! Es un niño y no debería haber en su rostro más que pura felicidad. Ilusión, alegría en la mirada, contento de ver palomillas alrededor de la luz que irradia el foco y correr a decir que encontró unas mariposas "¡dentro de la casa!"; contento de haber jugado y corrido y sudado la tarde entera bajo el Sol.

En sus labios, en cambio, el gesto apretado; en su ceño, el disgusto. Son varios los días en que se le observa así, con esa triste tristeza.

No lo veíamos antes así, aunque nos negamos a interpretar esa triste tristeza. ¡Tantas cosas tenemos que hacer en el día! Nosotros mismos vamos de un lado a otro para trabajar y sostener la casa. Nosotros mismos debemos alternar con toda clase de personas a lo largo del día. Nosotros mismos debemos pagar alimentación y escuela. Preferimos no ver, preferimos no indagar, no preguntar, no explorar.

Cuando, con todas las prisas del mundo, ya por la hora, ya por las ocupaciones que nos esperan a lo largo de la jornada, nos despedimos de los niños a la puerta de su escuela, los dejamos en otro mundo al que tendrán que enfrentar y que nosotros, con nuestros pensamientos en otra parte, apenas imaginamos. Maravilloso, si es el mundo que con justicia les corresponde: valores y conocimientos. Pero en el momento en que el pequeño empieza a dar muestras inusuales de desgano o incluso presente episodios de violencia, algo, algo serio está ocurriendo.

Indagar, preguntar, explorar, es la mejor manera de llegar a su pequeño mundo infantil, donde existe el bullying que marca; el bullying que atormenta, el bullying que lastima.

¿Por qué unos niños hacen gala de bullying escolar? La explicación más sencilla es la referida al ambiente en casa, en donde viven cualquier cantidad de experiencias que reflejan en el aula. Cuando en casa las discusiones son constantes; cuando en casa el respeto es concepto que no se conoce; cuando en casa la vida va mal; cuando en casa.

El bullying, ahora ya hasta con nombre bautizado, llama a la conciencia para combatirlo. Pero en ocasiones ni hasta los maestros se dan entera cuenta de que algo está mal. A veces, con suerte, la prensa lo consigna, si hubo quienes de los afectados se interesaron y lo denunciaron. Pero son muchas las ocasiones en que se queda fantasmalmente en el aula de una escuela o en los silenciosos pasillos, porque las formas de bullying pueden llegar a tomar formas igualmente fantasmales, que no se aprecian de manera evidente.

Los maestros tienen una estrecha cercanía con los niños, pasan una muy buena parte con ellos. Con su observación y disciplina, cabe la esperanza de que el fenómeno aminore y con suerte desparezca. Pero, por supuesto, no son está en ellos la responsabilidad más importante.

La casa es el centro de la convivencia y ahí radican los valores que el niño muestra fuera del hogar. La falta de dinero es indudablemente uno de los factores que inciden de manera negativa en estas relaciones, aunque no es ni el único y tampoco, por supuesto, es condición que justifique.

El reprobable caso que se presentó la semana pasada con un niño de cuatro años en nuestra ciudad maltratado por su madre y los continuos que a lo largo de los últimos años se han presentado en Saltillo, debe ponernos sobre alerta sobre las condiciones del maltrato infantil. Lo que sucede en casa o lo que sucede en la escuela.

¿Cómo solucionarlo? Los niños, hablando; los niños cada vez mejor informados; los padres y maestros más atentos. Una autoridad recogiendo evidencias y elaborando estadísticas; una autoridad buscando remedios para combatirla: toda clase de actividades, desde pláticas, hasta cursos, hasta papelería y folletos, y más actividades. ¿Las hay de una manera formal en el sistema escolar mexicano?

Una comunidad con bullying y maltrato infantil no puede llevar el nombre digno de sociedad, donde la convivencia armónica de sus habitantes es el ideal a seguir. No puede llamarse como tal una sociedad en la que se atenta contra los derechos más fundamentales de los niños.

Tratemos de encontrar en los rostros de nuestros niños la clave de su alegría o su tristeza. Su felicidad depende ahora, y dependerá en el futuro de ello.

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