Diario de un nihilista
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Lo malo no es AMLO sino el tripartidismo, este sistema irregular nuestro que favorece la demagogia y la ingobernabilidad. Habrá siempre dos partidos echándole montón al tercero, chantajéandolo, difamándolo, intrigando en su contra. En siniestra camaradería o en alianzas contra natura, no se unen para gobernar sino para impedir que el tercero gobierne. Las siglas varían según el péndulo se encuentre a la derecha, a la izquierda o en un momentáneo centro: PRIAN (Partido Revolucionario Institucional y de Acción Nacional), PRID (Partido de la Revolución Democrática Institucionalizada), PRAN (Partido Revolucionario Democrático y de Acción Nacional). La culpa no es de AMLO, insisto, sino del tripartidismo, una triangulación política que a nadie beneficia, ni siquiera a los partidos involucrados, que sufren un proceso de permanente desgaste y desprestigio ante los ciudadanos. Un sistema de alternancia que tomara en cuenta a los tres sería demasiado lento para ellos mismos y para el electorado. Así, dos sexenios en el gobierno federal no capacitaron suficientemente al PAN para un tercer período presidencial, que de suceder se daría hacia el 2036, después de dos hipotéticos períodos del PRI (2012-2024) y dos del PRD. Después de un cuarto de siglo fuera del poder, olvidaría lo poco que aprendió durante el Duodecenio que nos hizo sufrir. De hecho, los panistas han aprendido más del arte de la política gobernando Guanajuato que en cualquier otro momento de su historia partidaria. Ahora bien, para que el PRD aprenda a gobernar un país necesita, como el PAN y aún más que éste, dos o tres sexenios con las manos libres, echando a perder, de borrón y cuenta nueva, en el típico juego d ensayo y error, y nuestro país ya no está para eso. Sólo el PRI puede ejercer la tutela -como en realidad lo ha hecho desde 1988- sobre estos partidos para ejercitarlos en el viejo arte de la política, entregándoles estados para que los gobiernen, congresos locales para que aprendan a legislar, escaños federales para que vayan familiarizándose con los grandes problemas de la nación. Sólo el viejo partido -del que proviene el PRD como un hijo idiota o un hijo desobediente- podía tutelar nuestra democracia, conducirla de manera tersa por un proceso de transición, sin que se desbarrancara en la anarquía (el nombre técnico parece un palíndromo: narcoanarquía) o en la dictadura sudamericana. En 2012, estamos a un paso de ambos extremos, gracias a la imprudencia de la izquierda y de la derecha. Mientras los cárteles se adueñan del país, AMLO sueña con instalar una dictadura financiada con los recursos del Pemex (no necesita conocer personalmente a Hugo Chávez para imitar su modelo). Me pregunto si Luisa María Calderón, que tanto peleó la gubernatura michoacana, deveras se sentía capaz de gobernar a La Familia, que de bonita nada tiene: una cosa fueron las baladronadas de su hermano y muy otras las cabezas cercenadas, los cuerpos descuartizados y los conjuntos musicales trasladando de contrabando armas, dólares y cocaína. El tripartidismo sólo desconcierta al elector, que tiene que escoger entre demasiadas opciones, en un país que fomenta además los partidos chicos. Más que segundas vueltas necesitamos un sistema de dos partidos, en el que ambos actúen con eficacia electoral y lealtad a los intereses nacionales. Lo deseable es que el PRI y el PRD, más que refundarse se refundieran en la unidad de ideales y de vicios, de costumbres buenas y malas que a la larga han sido siempre. En cuanto al PAN...