Los Burrones
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Superadas las fechas navideñas, kilos más, centavos menos, pareciera que el nuevo año se anuncia con todo y barredora para que, como si nada, volvamos a empezar. Adiós a los sinsabores del año anterior, uno es modelo 2013 y háganle como quieran.
Esta Adelita, sin embargo, no está dispuesta a darle vuelta a la página sin antes dejar en claro que la amnesia no debería incluir los avatares del convite en las "infelices fiestas". Por desmemoria, se repiten una y otra vez.
Me refiero a las tragedias familiares: los pavos quemados, los romeritos malogrados, las cenas fiascos, los viajes burrones y todo aquello que encaramos los mexicanos año tras año como si se tratara de un destino biológico.
Mi destino es la familia. Digamos que una sui generis, para no escribir nacus-burrus-geniris. Este año, como en los viejos tiempos, retornamos a Acapulco. Mire fabuler@, de niña viajábamos hasta con el televisor en la cajuela, nos acomodábamos como en concurso de coche sardina y avanzábamos por la carretera vieja armados de un gran estoicismo y altas dosis de Dramamine.
En esta ocasión, y ya adulta, su Adelita se armó de silencio, prudencia -cuando cumplía el voto de mutismo- y altas dosis de valemadrina.
Pero resulta que, a pesar de los años, la familia Adelina no evolucionó. Tomó camino hasta con el árbol empaquetado. Ajá. Un árbol, o para ser concisos una veintena de arbolitos dorados de 40 centímetros cada uno -muy chics y conceptuales. Esferas doradas y plateadas, nochebuenas, un Santa Clós blanco tamaño semi-humano, pavo relleno y, si hubiera sido por mi madre, nieve, trineo y el mismo polo norte hubieran viajado también. Todo esto, porque Nina de Vil, alias la Fiera y en resumidas cuentas mi progenitora, se puso de buenas y decidió que los nietos de Londres merecían tener una Navidad en forma.
Llevar el espíritu navideño a Acapulco costó dos: dos camionetas y un auto compacto. Uno no debiera enseñar nunca las enaguas y carencias a la ligera, pero todo sea, estimado lector, por los futuros nuevos años. Usted no está para saberlo, pero mi padre posee un auto alemán de lujo que cumplió 365 días, pero en el taller. Entre que la madre, la esposa, la tía, la cuñada y hasta el perro del mecánico han ingresado al hospital, el auto no ha sido dado de alta en todo ese tiempo. El tema es espinoso y ha sido causa de un intento de homicidio -Nina de Vil contra mi padre- pero para no aburrirlo, solo debe saber que la familia carece de un auto: el de mi padre.
Que falta SU coche, aunque en el año compró dos: una camioneta para mi madre y un auto compacto para asuntos del hogar -súper, tintorería y demás. Aún así, la Fiera, rabiosa por su falta de contundencia en el affair mecánico, retiene secuestrada su camioneta vieja y no la presta. Mientras que el segundo vehículo quedó en manos de mi hermana mayor despojada, por el ahora ex marido, del auto en el que llevaba a sus chamacos a la escuela.
Por ende, el viaje a Acapulco requirió de una logística innovadora para superar la carencia paterna. Ahí comenzaron los problemas. Uno: mi madre embargada de navidad metió la camioneta vieja al taller, pero no crea (mal pensad@s) que fue por jorobar. Dos: Victoria devolvió el vehículo compacto. Tres: su hoy pareja se ofreció a prestar un camionetón de lujo para que ella pudiera entregar pavos y pasteles dado que de eso vive. Cuatro: mi papá, tan educado el hombre, tomó la oferta del yerno y, ya aturdido por el espíritu navideño, también el auto compacto. ¡¿Juaaat?! Sí. Primer problema ¿y Victoria?... Ajá: Feliz Navidad. Que le dejan un auto chatarra de 1995 y que durante la primer entrega perdió una llanta. Ello derivó en llamadas hostiles a mi padre. A media carretera el vapuleado individuo balbuceó villancicos altisonantes, se orilló y logró un récord Guinesse. Desempacó la camioneta del yerno, la devolvió por donde vino y consiguió que maletas, árboles, pavo, Santa Clos y trapitos de sol de la familia londinense, Nina de Vil y propia, se acomodaran ya no en tres, sino en dos autos. El compacto achaparrado y la camioneta nueva de De Vil. Para cuando llegaron a Acapulco la tensión garantizó una nochebuena bastante amarga. Yo llegué sola y horas después, pero el daño era irreversible. ¡El pavo fabuloso! Mas el par de niños londinenses, origen de la movilización, dormían exhaustos tras una larguísima y tensa carretera. Infeliz Navidad.
Por el lado de mi perrucho de dos patas, su convite no fue mejor. A él le tocó el hogar de un cuñado y la cena fue servida en platos y vasos plásticos. Los romeritos doblaron el suyo y de plano exigió cristalería fina. Ahí no paró la desdicha. Los romeritos "estaban del asco", pero deglutió con la ayuda de un pudor extremo que evitó que dejara SU plato sin tocar.
En el caso de mi mejor amiga, la reunión fue con TODA la familia. Los cercanos y los lejanos. La tía casada, la amargada, la solterona, la borracha, la abuela diabólica y las hermanas... Una cena cordial salpimentada con frases como: "cuidado con cuánto te sirves, por eso no te casaste"; "los años no pasan por encima de ti, siempre estuviste medio colgadita"; "¡Ayy niña! Te pareces tanto a tu madre" (en esta se agrega un largo silencio posterior). Usted juzgue el espíritu festivo.
Si en su caso, fabuler@, la Nochebuena fue todo lo contrario, le felicito. ¡Se ha ganado un auto! Si, en contra, sus anécdotas superan las antes citadas, felicidades dobles. Su Navidad fue bastante ordinaria. Moraleja: Santa Clós grita jojojojo. los duendecillos seguro se retuercen jajajaja y uno diciendo ¡ay ay ay! por qué no se aprende.