Una mentada de madre
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Sonora y retumbante.
Una mentada de madre siempre se oye mal, y más cuando se dice por ofender. Pero una mentada de madre dicha en un convivio familiar se oye aún peor.
Se celebraba una fiesta de cumpleaños, y una mentada de madre rompió la alegría de la ocasión, No sé si haya sido justa esa mentada, pero sí puedo decir que fue sonora y expresiva, tal como las mentadas deben ser. Intentaré hacer la narración de los hechos en modo veraz, liso y llano, como me fueron relatados, sin poner ni quitar nada, a modo de imparcial cronista.
Un cierto señor quiso agasajar a su esposa y madre de sus hijos en ocasión de su onomástico. Para tal fin organizó en su casa, el domingo, una carne asada, con el obligado acompañamiento de salchichas asadas, quesadillas, guacamole, cebollitas asadas, y esa nueva delicia que en buena hora nos llegó de tierras nuevoleonesas: los empalmes. También preparó, remate señorial, unos sabrosísimos frijoles a la charra. Todo rociado -así decían las reseñas de antes- con tequila, cerveza helada y refrescos de dieta y de los otros.
Estaba la familia en lo más animado del convivio, gozando ya las suculentas viandas, cuando llegó un compadre del jefe de la casa. Del señor, quiero decir, aunque sea en forma simbólica. No había sido invitado el tal compadre, pero de cualquier modo fue bien recibido.
-Pase, compadrito -le dijo el anfitrión-. Llega usted a muy buena hora. Ande, siéntese a comer.
-No, gracias, compadre -declinó el fulano-. Ya comí en casa de mi mamacita, como todos los domingos. Si acaso, picaré algo.
¿Picar? Ni un picador de toros lo habría hecho con sevicia tal. Para empezar, el compadre se sirvió cinco o seis copas de tequila, con lo que dejó a medias la botella del preciado líquido. Luego se despachó bonitamente media docena de cervezas. Después, a manera de botana -"Voy a picar nomás", volvía a decir una y otra vez-, dio buena cuenta de un plato de salchichas, otro de quesadillas con guacamole y salsa molcajeteada, y un buen montón de empalmes. Cumplido ese yantar meramente botanero, y ya dispuesto el gaznate a recibir manjares de más sustancia y entidad, el compadre se zampó una arrachera, un tibón, una costilla, dos agujas norteñas y un sirloin, y coronó su minuciosa obra con dos platos hondos, llenos hasta los bordes, de frijoles charros. Luego pidió un refresco - "pa'l eruto", dijo con exquisita cortesía-, y preguntó a la señora cuya fiesta se celebraba si no podía hacerle un cafecito, y de paso le pidió una rebanadita de pastel y algunas galletitas. "Nomás pa' picar", dijo nuevamente.
Terminado aquel copiosísimo condumio el hombre se levantó para irse. Ha de haber dicho: "Ya bebí, ya comí, ya qué estoy haciendo aquí".
Fue entonces cuando surgió la mentada que al principio dije, y que estuvo a cargo del hombre de la casa. Acompañó al visitante hasta la puerta, y ahí le dijo con rencor infinito estas palabras:
-Compadre: la próxima vez coma usted aquí, y luego váyase a picar a casa de su chingada madre.