Tantas letras como tiene el arcoíris
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Disertar sobre la diversidad sexual es el equivalente verbal a cruzar un campo minado: Puedes hacerlo con la mayor cautela y mejor intención del mundo sin anticipar en qué momento darás el paso fatídico que mande todo a la mierda y ¡kaboom!
Intento proceder ahora con ese tacto y ánimo, pues tengo entre mis amigos y gente entrañable a orgullosos representantes de cada una de las letras que conforman la comunidad LGTB, -e incluso de otras letras que no han sido oficialmente incorporadas a esta denominación- y créame que con ninguno de ellos me ando buscando una bronca gratuita (me tienen bien amenazado con ponerme discos de Chavela Vargas).
Resulta ahora que el espectro del arcoíris nos ofrece todo un alfabeto de preferencias alternativas en materia de sexualidad. Además de las antes mencionadas L (para lesbianas) G (para varones homosexuales) T (para travestidos y si es doble T para transexuales también), hay otras vocales y consonantes (aquí no se discrimina) que entran y salen según los tiempos y la geografía: I (para intersexuales) C (curiosos) U (por "unsure" para los indecisos) A de asexual, H de (heteroflexibles) P (para los omnívoros de esta galería, los pansexuales) y un muy colorido etcétera.
Pues, a uno no le resta más que proferir aquella interjección con la cual ya desde la Grecia Antigua se fomentaba el juarista respeto al derecho ajeno: "¡Ah... Psórale!".
Lo delicado viene al momento de discrepar, porque los miembros más radicales del movimiento LGBT y letras conexas asumen que contradecirlos o diferir es necesariamente discriminarlos o pisotear sus derechos y pues no.
Ya si alguien se anima a refutar o discutir siquiera una moción de la comunidad de las cuatro consonantes se deduce en automático que es por retrógrada y reaccionario, por lo cual se infiere que el apoyarlas incondicionalmente y sin el menor análisis de por medio es muy progre.
Disentir significa en automático ser en un Torquemada panista y abrazar sin reservas nos vuelve sin mayores trámites un adalid liberal.
Pero no creo que sea tan sencillo. Desmenucemos la nota que recién se publicó con el encabezado: "Piden que homofobia sea considerada delito".
En ella se reseña que ante la Asamblea Legislativa del DF se presentó una propuesta para que se incluyan los conceptos de "homofobia, lesfobia y transfobia" como forma de discriminación y conducta antisocial y constituyan un delito.
Quien tal causa promueve, la titular del COPRED, reconoce que la Ley ya enuncia las causas de discriminación (religiosa, étnica e incluso sexual), pero ella busca que se incluya cada neologismo sexual según se nos vayan ocurriendo formas de interrelacionarnos.
Digo, si se me discrimina por mis tendencias o preferencias de alcoba, ya la Ley lo contempla como delito, mas no veo la necesidad de especificar si soy lesbiano, voyerista, globófilo, erotómano o sólo me excito con un plato de enchiladas potosinas presente. Ello equivale, en términos raciales, a buscar incluir en las leyes especificaciones para cada grupo étnico: asiáticos, afroamericanos, pieles rojas, tzotziles, jarochos, güeros de Arteaga y vaya usted a saber cuándo acabará de contar.
O para cada religión: ¿A poco usted estima necesario distinguir ante la Ley si se transgreden los derechos de un guadalupano, un musulmán, un raeliano o un cienciólogo? Yo no.
En otra nota encontré la síntesis del problema que busco enunciar, en una declaración del presidente del CONAPRED, quien de acuerdo con la información reconoció que "los homicidios en contra de personas no heterosexuales son un problema que se debe eliminar".
Le invito esta vez a proferir conmigo y al unísono el consabido y muy pertinente ¡ashingá! ¿Qué no sería lo deseable abatir el homicidio, así, sin mayores etiquetas para las víctimas y sus ultimadores?
Porque si buscamos que la Ley responda con diferentes parámetros la muerte de un ser humano porque pertenece a una minoría, entonces el principio de equidad que se pretende alcanzar sencillamente vale queso.
Pero es la otra exigencia la que encuentro totalmente fuera de lugar. Pretender que se tipifique como delito la homofobia, entendiendo por ésta la ojeriza gacha contra los amigos LGBT.
Lo siento, pero no. Es imposible. Creo sincera y muy honestamente que las leyes deben regir nuestra conducta, no nuestro pensamiento, ni nuestras creencias o ideologías, por erradas, atrasadas o políticamente incorrectas que se antojen.
La Ley no puede tocar mi fuero interno, ni siquiera para suavizar mis odios, mis enconos, mis rencores. Esos son míos, no del ámbito público o jurídico y, en todo caso se atemperan con educación y no por la obligatoriedad legal.
Es obvio que, en el remoto caso de que yo asesinara a alguien (y descontando la posibilidad de la autodefensa), lo haría por un sentimiento nocivo muy exacerbado y mal canalizado, pero la Ley no puede anticipar en cada caso qué condición (social, racial, sexual, religiosa o personal) terminará en tragedia.
Es tan sencillo como que, si cada homicidio fuera debidamente investigado, procesado y castigado, estarían bien protegidas la integridad y la vida no sólo de la comunidad LGBT, sino la de todos los seres humanos que nos vemos obligados a compartir el único mundo que conocemos.
petatiux@hotmail.com