¿Hacia dónde?
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En las últimas semanas hemos comentado, en estas páginas, acerca de la transformación que vive el mundo entero (empezando por los países más avanzados, pero inexorablemente llegando a nosotros). En esta semana, en la sección Cartera, hemos empezado a discutir la posición de México en esta transformación, así como nuestra definición de lo que queremos que sea.
La diferencia entre lo que ocurre en el resto del mundo y lo que nos pasa a nosotros se ha ido reduciendo conforme el mundo se hace más pequeño. Hace 200 años, por ejemplo, mientras Europa iniciaba la creación de la economía industrial, acá apenas estábamos viendo si copiábamos o no las estructuras del siglo XVII francés. Y concluimos que mejor no, y que mejor nos independizábamos, para no correr el riesgo de cambiar. Hace poco más de 100 años la primera globalización nos arrastró y nos permitió una primera época de prosperidad, que después calificamos de injusta y conservadora, y nos volvimos a lo conocido, el colonialismo interno.
Nos hemos tenido que subir a procesos que no entendemos ni queremos porque es muy difícil mantenernos aislados, pero hemos sido muy exitosos en mantener el aislamiento al menos en nuestras mentes. Y por eso la versión local es siempre defectuosa, porque no nos la creemos. No aceptamos la economía industrial, así que hicimos nuestra economía mixta; no aceptamos la democracia liberal, así que hicimos nuestra versión mexica. Es más, ni siquiera nos gusta eso del Estado de derecho, así que acá, justicia y gracia a los cuates, y a los demás, lo que les toque.
Por eso nos toma de sorpresa todo lo que pasa en el mundo, porque rara vez volteamos a verlo, y cuando lo hacemos, no entendemos qué pasa, porque queremos verlo con los lentes de nuestra versión. No nos dimos cuenta, por ejemplo, del precipicio al que nos dirigíamos en los años 70. Ni entendimos, en la década siguiente, cómo el mundo empezaba a alejarse de lo conocido. Por unos momentos, en los 90, nos subimos a la transformación, pero por poco tiempo. De pronto apareció China, y nos desplazó sin haberlo imaginado. Hoy, como de costumbre, estamos apenas considerando tomar decisiones que ya son obsoletas.
México ha ido encimando estructuras. Nos trajimos un cacho de industria para sobreponer a nuestra economía tradicional, que ahí seguimos cuidando (¡más de 20% de la población en el campo!). Luego atrajimos algo de "economía del conocimiento" que pusimos encima de la industria. Al mismo tiempo estamos tratando de administrar centrales campesinas y sindicatos, y del otro lado, industria aeronáutica y desarrollo de software. No podemos evaluar a los profesores de primaria, pero queremos tener alta inversión en ciencia y tecnología. Sólo uno de cada tres trabajadores es formal, pero queremos salud y seguridad social para todos, financiada con impuestos que nadie paga. Para decirlo técnicamente, esto es un margallate.
El fin de la economía industrial significa el fin de buena parte de las cosas que en México queríamos y no tuvimos durante el siglo XX: empleos bien pagados, prestaciones, una democracia como la europea. Pero como eso queríamos, lo seguimos queriendo, sin entender que ahora ya no será posible. Y entonces nos sentimos identificados con los europeos "indignados", y como ellos, queremos que regrese un mundo que se fue. No discuto la bondad de ese mundo, sólo afirmo su inexistencia.
Mientras los países avanzados tendrán que moverse hacia una economía con menos empleos y más tiempo libre, nosotros tendremos la oportunidad de cosechar los últimos estertores de la industria (que habrá que disputar con varios países), pero a la postre llegaremos al mismo dilema: una economía de poco empleo. Esto, para nosotros que ya tenemos una economía informal inmensa, es una amenaza seria.
Entonces, la estrategia para México parece evidente. Primero, hay que captar la mayor parte de la vieja economía que nos sea posible, desde la industria hasta los servicios (insisto en el tema de la salud). Después, hay que construir nuestro sistema social rumbo a esa economía de poco empleo, y no como si algún día fuésemos a ser industrializados, que no lo seremos ya jamás.
Ya sé que andamos preocupadísimos con las elecciones, el Pacto, y con reformas que hace 15 años tenían sentido, pero a lo mejor valdría la pena levantar la vista, voltear a los vecinos, e imaginar otras cosas.
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