Cinco días sin Presidente

Opinión
/ 2 octubre 2015

Enrique Peña Nieto ha sabido colocarse en las antípodas del personaje al que sus adversarios ridiculizaron con saña: vacío, muñeco de guiñol, frívolo, insensible.

Ocho meses de gestión, puede comenzar a hablarse de un estilo de ejercer en público la investidura. El Presidente ha marginado los reflectores y el show. Sus apariciones suelen ser en actos fríos, de formato rígido, a los que no pareciera quererles dar mayor resonancia. Ni siquiera Cepropie (la televisión de Los Pinos) los difunde con regularidad, como ocurría en tiempos de Felipe Calderón.

El Presidente no improvisa. Las lecciones de la Feria del Libro y la Ibero parecen bien aprendidas: nunca te distraigas, te relajes, lo que más daña es el exceso de confianza. Ha dado una o dos entrevistas a medios nacionales y esporádicas declaraciones al vuelo. Y en las entrevistas con los medios internacionales, Peña Nieto llega con un par de sound bytes y un discurso de hierro del que no se aparta una palabra.

Quizá lo más interesante es el diseño para moverse lejos del conflicto. Tomas de carreteras, cifras de violencia, tensión con los partidos, son asunto del secretario de Gobernación. Estancamiento económico, reformas controvertidas, son del secretario de Hacienda. Los criminales son todos del procurador y el vocero oficial. El Presidente está para subir el ánimo, lucir como jefe de Estado, cortar listones y prometer que habrá inversión extranjera récord en 2013 y cosas por el estilo.

No sale especialmente bien evaluado en las encuestas sobre desempeño, pero ha erradicado la caricatura de frívolo y títere. Sin duda.

Suerte en el quirófano.

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