¿Ciencia o creencia?

Opinión
/ 2 octubre 2015

Fue durante un examen médico de rutina que a Steve Jobs, el genio creador de la empresa Apple le detectaron cáncer de páncreas. Los médicos le recomendaron operarse, pues la detección temprana le daba amplias posibilidades de éxito, pero la respuesta del presidente de la compañía con sede en Cupertino fue inesperada: decidió utilizar un tratamiento que consistía en medicina alternativa, dieta vegetariana y acupuntura. Un año después con el cáncer extendido por todo su cuerpo, optó por operarse pero era demasiado tarde. Steve Jobs, el hombre que había dedicado su vida al desarrollo del conocimiento científico y la tecnología, siguió creencias que impidieron quizás salvar o extender su vida.

La semana pasada se conocieron los resultados de la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México 2011, elaborada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía para conocer el grado de involucramiento de los mexicanos en ciencia y tecnología, y con ello poder diseñar nuevas políticas públicas sobre esos rubros. El estudio se aplicó en 3 mil 200 viviendas distribuidas en 32 áreas urbanas de México y sus resultados revelan los graves retrasos que por siglos venimos arrastrando como nación: 7 de cada 10 mexicanos confían más en la fe, en la magia y en la suerte que en la ciencia. Pero hay más: uno de cada dos considera que los investigadores "son peligrosos" y que el desarrollo científico genera una vida "artificial y deshumanizada"; un 40 por ciento creen en los poderes síquicos y para una alarmante mayoría las limpias, la homeopatía y la acupuntura son opciones para aliviar las enfermedades y casi 30 por ciento de los encuestados cree que existen números de la suerte y que los objetos voladores no identificados (ovnis) son vehículos espaciales de otras civilizaciones.

En cuanto a los conocimientos generales sobre ciencia y tecnología, los resultados son decepcionantes: Muchos mexicanos creen que los primeros humanos vivieron en la misma época que los dinosaurios; una parte señala que la Tierra da la vuelta al Sol en un mes y uno de cada tres encuestados asegura que el sonido viaja más rápido que la luz. Y es muy preocupante darse cuenta que confundidos y siguiendo los dictados de sus creencias, millones de mexicanos pongan en riesgo su salud física y mental al escuchar y seguir a personas que dicen predecirles su futuro y en otros casos al encomendarse a figuras y santos esperando recibir los milagros que el Dios de sus creencias puede otorgar a través de la ciencia. Un ejemplo contundente, ha sido el crecimiento de la expectativa de vida en el País que no se debe a milagros o creencias, se debe simplemente a la ciencia en este caso la médica pues en 1930, los mexicanos vivíamos en promedio 33.9 años y hoy nuestra esperanza de vida es de 76.9 años.

Las tradiciones, las creencias y la vida espiritual de pueblos y personas deben conservarse y respetarse. Pero problemáticas como la salud, contaminación ambiental y otros conflictos sociales, deben ser resueltos con base en el conocimiento científico. ¡Cuánta razón tuvo el científico inglés Thomas Henry Huxley, uno de más férreos defensores de la teoría de la evolución de Darwin cuando dijo que "El nacimiento de la ciencia no fue la muerte de la superstición"!
Este desconocimiento científico, ha permitido que charlatanes disfrazados de curanderos, síquicos, supuestos brujos, santeros y hechiceros lucren con la ignorancia de millones de mexicanos que depositan su confianza en ellos para sanar enfermedades del cuerpo y del espíritu. Parece increíble que hoy en pleno año 2013 en México las creencias están aún por encima de la ciencia, un elemento que puede transformar y mejorar nuestro entorno. Es cierto que la religión y la fe pueden ayudar a muchas personas a reconfortar y dar fuerza al espíritu pero con eso no se salvan vidas ni se llega al desarrollo. Con una gran crudeza, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo que la "fe es no querer saber la verdad" y tenía razón: la luz de una veladora, no logrará jamás los efectos de la luz de un equipo de radioterapia.

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