Los moloncos en la sierra

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A mis abuelos Juan Antonio y Esperanza Guadalupe, que siguen sembrando en esa otra dimensión.
"A ver tráeme a ese molonco para acá", dijo Eglantina para explicarme cómo se usa esa palabra. Y es que un molonco es una mazorca de maíz criollo pequeñita, que se quedó sin crecer como el resto. Y moloncos se le dice a los niños de corta edad o a la gente chaparrita; a todo objeto pequeño. Me gusta cómo suena molonco, y me gustan los moloncos que veo en la troje de Fidel Gámez Cárdenas.
Sí, estamos en el segundo nivel de casa de Fidel, un hombre de más de 80 años que anda bien derecho apoyado en un cayado de madera de la sierra. El piso del segundo nivel donde está una montaña de mazorcas, también está hecho de madera. Tiene una puerta en un extremo, por donde con una cuerda suben los costales de mazorcas que trae de su sembradío. Los sube y allí los resguarda. De vez en vez hay qué darle vueltas a esa montaña deliciosa con una pala, para que se oxigene el maíz. Un hermoso gato pardo maúlla y Eglantina dice, aquí está el que evita que los ratones se coman el maíz. Claro, por eso el gato, cómo no haberlo pensado antes.
La casa de Fidel está hecha de piedra; es de esas últimas edificaciones de piedra que quedan en la Sierra de Zapalinamé, pues Margarita me dijo hace unos días que el resto está siendo desmontada para hacer bardas.
Él, y muchos otros agricultores siembran maíz criollo, de ese maíz que es vital e impostergable proteger.
Recordemos en este momento la pesadilla monstruosa que es el corporativo Monsanto con sus abogados vestidos en dólares, sus semillas de maíz alteradas que generan frutos con semillas estériles, y el riesgo de que colapse la agricultura si los responsables de negociar, siguen apoyando la incursión de este monstruo a nuestro país, sólo por su avaricia personal.
Pues Fidel ha vivido de cultivar este maíz criollo, sus semillas se pueden compartir, y además ¡germinan! Él aquí nació y aquí sigue; dice que el mundo no ha cambiado, que es igual desde que se acuerda: Que belleza el mundo para Fidel -ajeno a esta pesadilla-, en esta parte de mundo que le sigue regalando aire puro y abrigo, ahora que su mujer murió.
Tan apegado está su tierra, que en el incendio de 1995, Fidel se negaba a salir de allí. Lo sacaron una vez su mujer y los brigadistas pero regresó pasado un rato; la segunda vez quien lo sacó fue un tronco envuelto en llamas que le golpeó la espalda. Le hizo caso al fuego. Ya si no.
Entonces sacó sus marranos y a los caballos que dejó en la caballeriza entre la sierra de buenas que no les pasó nada, fue un milagro, porque dice que veía el fuego volar de una montaña a otra como un inmenso latigazo de fuego. Pienso que habrá sido un espectáculo de verse hasta morir envuelto en él.
Un par de horas antes, cerca, en San Antonio de las Alazanas, desayunamos Eglantina, Poncho, Ariel, Andrea y yo en Las ricas gorditas de Doña Conchis, hechas de puro maíz criollo y unos frijoles de la olla que son dignos de una fiesta. En ese pueblo venden lo que se cultiva en la sierra: ciruelas, peras, manzanas y aguamiel entre otros manjares.
Si buscan vivir un momento celestial para volver a poner en valor la importancia de la naturaleza que nos alberga y provee de lo que necesitamos, visiten San Antonio de las Alazanas, pero por favor, no tiren colillas de cigarro pues son una de las causas de los incendios y de la contaminación del suelo por el alquitrán que tienen. Y es que una vez platiqué con un ambientalista coahuilense que mientras me decía que es fundamental cuidar la naturaleza, tiró en automático su colilla en el suelo, y así continúa haciéndolo, pero de verdad que ni se da cuenta, no se ha dado cuenta. claudiadesierto@gmail.com