El cura y la mula de seises

Opinión
/ 29 septiembre 2013

Desaforados son los hechos y picantes los dichos de muchos personajes de Tamaulipas. Saber de ellos es motivo de deleitación.

Entre esos personajes figura el padre Chuyito, de Ciudad Victoria. Sacerdote, era apasionado jugador de dominó. Dominaba el juego, pero el juego también lo dominaba a él: movido por su afición a las 28 fichas el padre Chuyito no vacilaba en meterse en lugares no muy católicos con tal de hallar a alguien con quien entablar una partida fragorosa de su juego favorito.

Cierto día fue a una cantina de barriada en la que solía encontrar a ciertos tres amigos suyos, furibundos y expertos jugadores de dominó, como él. En la ocasión que digo los dos que formaban la pareja rival se encontraban ahí, pero no estaba su compañero acostumbrado.

El padre Chuyito traía muchas ganas de jugar, de modo que se dirigió a un hombre que bebía en la barra y le pidió que fuera su compañero en la  partida

-Me va a tener que disculpar, padre -le dijo el sujeto-. No sé jugar al dominó.

-Es un juego muy fácil, hijo -lo animó el sacerdote, ansioso por jugar su partida cotidiana-. Yo te explico.

El otro se avino, y el padre Chuyito le impartió una brevísima lección acerca de los movimientos del juego. Una vez terminada la brevísima pedagogía empezó la partida.

Naturalmente los rivales les dieron una paliza de órdago al padre Chuyito y a su inexperto compañero. Éste jugó tan mal, y tan desatinadamente, que hasta le ahorcó la mula de seises al mohíno sacerdote.

No se rindió el padre Chuyito: le dio otra explicación más detenida al individuo; le hizo notar los errores que había cometido, y le dijo cómo debía evitarlos.

Empezó otra vez el juego, y otra vez el tipo incurrió en monumentales equivocaciones, con lo que la partida se volvió a perder.

El padre Chuyito quedó corrido y enojado, y además con la obligación de pagar la cantidad que había apostado a sus rivales, a quienes erradamente se había sentido capaz de vencer aun llevando de compañero a un novato.

Éste se se apenó mucho.

-Yo le dije que no sabía jugar, padrecito -le dijo atribulado-. Perdóneme por favor.

-Mira, hijo -le respondió el padre Chuyito masticando cada palabra con rencor-. En la iglesia sí te perdono, porque es mi obligación, ¡pero aquí vas y tiznas a tu madre, por pendejo!

Si jugar solo es peligroso, jugar mal acompañado es más riesgoso aún. Lo mejor a fin de cuentas es no jugar por dinero, ni solo ni acompañado.




Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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