Privacidades derretidas

Opinión
/ 2 octubre 2015

Primero las indiscreciones mediáticas.

Los ídolos actores, cantantes y cantautores, gente de farándula se volvieron noticia de escándalo. Se publicaron sus intimidades. Se exhibieron sus amoríos y sus actitudes violentas, sus declaraciones alusivas y sus equivocaciones. Se fue derritiendo la privacidad en el mundo del espectáculo.

Entrevistadores con pregunta cáustica, fotógrafos con tomas clandestinas, cámaras escondidas y micrófonos ocultos extendieron en el mundo aquel estilo de watergate que noqueó a Nixon.

Se popularizaron las cámaras en los teléfonos celulares. Captar una imagen o filmar un suceso estaba al alcance de todos los usuarios. La red se convirtió en una plaza pública en que ninguna privacidad podía tener asiento.

El espionaje político empezó a tener un desarrollo de amplio espectro. Los intrusos de alta tecnología pudieron penetrar las llamadas telefónicas y los correos electrónicos, los sitios encriptados y los más herméticos candados de las contraseñas.

Ahora se va descubriendo que todos los gobiernos espían a los demás. El tío Sam está asomado a las privacidades de los demás mandatarios del mundo. Y cada mandatario tiene su equipo especializado para derretir las privacidades que juzga peligrosas para su estabilidad.

Eso que llaman transparencia en los niveles económicos se va haciendo una realidad forzada en los estratos políticos de las sociedades. No parece haber paredes sordas o ciegas. La grabación y la filmación, junto con la invasión progresiva de los canales múltiples y diversos de comunicación, va cancelando lo privado con un imparable clamoreo. Lo que se dice al oído se grita en los tejados.

¿Cómo equilibrar los derechos a la seguridad nacional con las protestas por el espionaje que la quiere apoyar? Siempre hubo espionaje bélico. En la lucha contra la criminalidad (a la que siempre se elogia con el adjetivo: "organizada") se habla de emplear inteligencia y no solo violencia. En lo doméstico son los espionajes los que descubren las infidelidades.

¿Podrá venir -en lo personal y en lo público- una etapa de rectitud forzada, ya no por una ética sino por una sobreabundancia de ojos y oídos, reforzados por recursos cada vez más sofisticados de auscultación tecnológica?...




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