ABRAXAS: Diario de un nihilista

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Fuga a lo macro. Desde 1997, cuando ganó la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas no hablaba de una ciudad, la de México, sino de un sistema de ciudades. Se refería, naturalmente, a un número de poblaciones de dimensión provinciana, que en dos décadas se habían visto desbordadas por la migración nacional: Mixcoac, Tlalpan, Tacubaya, Coyoacán, Xochimilco, Tlalneplanta, Iztapalapa, Tláhuac, etcétera. Colonias de clase media como la Roma o la del Valle competían desde tiempo atrás, en densidad demográfica y población absoluta, con Querétaro o Ciudad Juárez. Lo cierto es las autoridades capitalinas, en lugar de apostar por reducir la zona metropolitana, que constituye un granero de votos para la izquierda, le han proporcionado sólo una serie de pálidos paliativos, de dudosa eficacia pero sumamente caros en términos financieros y humanos. Apostando rabiosamente por el automóvil, construyeron los segundos pisos en algunas de las arterias más transitadas, que funcionan con tarjetas de pago, como si fueran carreteras nacionales de cuota. Da la impresión de que sus planes a largo plazo consisten en ampliar la mancha urbana hasta fundirla con las ciudades de Puebla, Tlaxcala, Toluca, Pachuca, Querétaro y Cuernavaca. Si en la actualidad el Distrito Federal tiene una población mayor que la de todos los países de Centroamérica juntos, un sistema urbano de esta naturaleza lo convertiría en un país dentro del país, y en uno de los países más densamente poblados del mundo. (Se dice que la UNAM tiene un presupuesto mayor que el de cualquier país africano, exceptuando a Sudáfrica, y que es tan improductiva como todos ellos, en términos académicos.) El problema urbanístico se encuentra en un estado tal de catástrofe, que parece insoluble en todas direcciones. Ni es posible volver al pasado, reducir la población, enviando grandes contingentes humanos de regreso a provincia, ni mucho menos ampliar los márgenes de la ciudad hasta que engulla tres o cuatro estados de la república, con su territorio, su presupuesto, su población autóctona y sus recursos naturales. Ni parece posible mantenerla en las proporciones que ahora tiene, con el riesgo de reventar todos los días por las causas más insignificantes: una granizada, una interrupción de la electricidad en el metro, una marcha de profesores oaxaqueños. El Distrito Federal ya no parece rentable, como que empieza a absorber para su funcionalidad más dinero del que produce. Los jerarcas del PRD, naturalmente, están encantados de manejar un presupuesto de una magnitud tal que no se conoce ni se ejerce en el resto de América Latina, en Asia o en África. Para ellos, gobernar la Ciudad de México ha sido más cómodo y más próspero que gobernar todo el país: se han ahorrado la guerra del narco, así como la miseria endémica de Oaxaca y Chiapas, los enclaves panistas y cristeros del Bajío, el clima escaldante de Monterrey y Tijuana, las corrientes de paupérrima migración centroamericana, los ciclones del Atlántico y del Pacífico, con sus millones de damnificados.