¿Paz mafiosa o real?
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En su mensaje navideño a los mexicanos, Enrique Peña Nieto dice que “es tiempo de construir” y que “el camino de México debe ser la paz”. Tiene razón. Pero quizás su idea de lo que el país necesita construir no coincide con lo que sus ciudadanos necesitan. Democracia. Justicia. Buen gobierno. Rendición de cuentas. Transparencia. Objetivos que el PRI nunca hizo suyos ni impulsó. Metas que la tradición política a la que el presidente pertenece nunca quiso incorporar a su estilo de gobierno ni promovió. Celebremos, entonces, que el priísmo quiera edificar, pero exijamos que lo haga de la manera correcta. Fortaleciendo las instituciones, pero no para ponerlas al servicio de la clase política. Proponiendo soluciones pero no para ocultar los verdaderos problemas que el gobierno enfrenta. Sí, el camino de México debe ser “el de la paz”. Pero no cualquiera.
No la paz de los sepulcros. No la paz octaviana. No la paz de los que claudican ante las amenazas o la violencia o la intimidación. No la perversa paz de antes, nutrida por la ignorancia, la colusión, la genuflexión, y la connivencia con autoridades abusivas. No la paz basada en la compra de conciencias y la repartición de contratos y la licitación de la libertad. No la paz construida sobre 43 cadáveres, 42 de los cuáles nadie sabe dónde están. Queremos la paz que nace de reconocer que necesitamos desmantelar los remanentes del viejo edificio autoritario y construir nuevas instituciones democráticas. Queremos la paz que implica el fin de viejas nuevas reglas y el principio de nuevos códigos de conducta para quienes ocupan cualquier puesto público.
Y por eso cuándo el Presidente habla de que ha llegado el momento de “pensar en soluciones”, ojalá entienda que las respuestas pasan por él y el gobierno que encabeza. Porque como han escrito los investigadores Mariana Campos, Esther Ongay, Osvaldo Lanverde y Néstor de Buen de “México Evalúa”, un pesado fardo con el cual cargamos es la pobreza institucional. La ausencia de un sistema de rendición de cuentas con el cual perseguir, procesar y castigar un presunto caso de corrupción. Un sistema de combate al conflicto de interés con el cual investigar a un funcionario de alto nivel – como Luis Videgaray – o al propio Presidente de la República. Un sistema anti-corrupción con el cual encarar los escándalos que brotan día tras día, casa tras casa, licitación tras licitación, moche tras moche, Porsche tras Porsche. Ese es el verdadero escándalo.
Esa es la razón por la cual no puede nacer o florecer la paz que el Presidente demanda. Porque desde hace demasiado tiempo la clase política abusa y esconde y evade y promueve una paz ficticia que le permite acumular privilegios. Y ante ese abuso – que las instituciones permiten – la verdad más dolorosa es que ninguno de los controles institucionales, internos, preventivos o correctivos funciona como debería. La “paz” mafiosa que el PRI construyó y el PAN y el PRD emulan, no permite investigaciones serias, objetivas e independientes, capaces de elucidar si hubo conflicto de interés o no. Si hubo una licitación amañada o no. Si la Primera Dama compró la Casa Blanca con recursos de procedencia lícita o no. Si Luis Videgaray, a cambio del préstamo no bancario que consiguió, le otorgó beneficios a la Constructora Higa o no. Si Raúl Salinas de Gortari acumuló su vasta fortuna y sus 49 propiedades mediante el tráfico de influencias o no.
Peña Nieto se equivoca: la corrupción en México no tiene un origen cultural sino institucional. Los ciudadanos no cuentan con un sistema eficaz para prevenirla o investigarla o sancionarla. Por ello persiste. Crece. Es cada vez más obvia y más lacerante.
Y ante ello un par de preguntas: ¿La licitación del tren México-Querétaro fue ganada por el Grupo Higa gracias a la influencia de intereses familiares por la compra de la Casa Blanca? ¿La privatización de lo que hoy es Televisión Azteca fue ganada por Ricardo Salinas Pliego debido a la intervención de Raúl Salinas en su favor?
Si Peña Nieto desea la paz a la que alude, tendrá que hacer lo que le corresponde para lograrla. Empujar la creación de un sistema de rendición de cuentas basado en tres pilares: límites claros al poder público, transparencia absoluta sobre decisiones, desempeño y resultados de servidores y programas públicos, así como sanciones efectivas y sin sesgos políticos. De lo contrario, no habrá el tipo de paz que el país anhela. Una paz real que es – en palabras de Martin Luther King — “no solamente la ausencia de tensión, sino la presencia de justicia”.