Garcilaso en la escuela
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Leía con mis alumnos del Curso veraniego Siglos de Oro la célebre Canción Quinta de Garcilaso de la Vega cuando volví a advertir, primero, que leer en voz alta es una tarea muy difícil, en especial si se trata de un poema, y segundo, que comprender lo que se lee algo aun más arduo. Y si lo que se lee no se entiende, resulta bastante complicado imprimir alguna entonación al discurso.
Hace algunos años, la educación básica se ocupaba de ejercitar la lectura en voz alta. Recuerdo haber leído así varios libros en la escuela primaria: el profesor/la profesora iniciaba la jornada haciendo que cada uno de los niños leyese, de pie, un fragmento de texto diariamente. Edmundo de Amicis y otros autores fueron leídos de esta manera por varias generaciones. Tales prácticas se consideran hoy anticuadas, aunque muchos de los profesores formados en las renovadas escuelas normales sean incapaces de leer en voz alta de manera audible.
¿Las últimas reformas han mejorado la enseñanza de la lengua en la escuela? Parece que no. Hablar de entonación es irse demasiado lejos: los chicos y los no tan chicos no sólo suelen quedar en blanco ante un texto sino que, por desgracia, también les resulta muy difícil mantener una comprensible dicción, una pronunciación más o menos limpia. Hoy se teoriza mucho en torno de la comunicación, pero en la vida ordinaria esa comunicación se reduce a monosílabos o a siglas. Y mejor no hablemos de sintaxis.
No se trata de purismo lingüístico: todos los idiomas del mundo siguen en perpetua evolución y quien ose instaurarse en adalid de la preservación de una hipotética pureza lingüística es mejor que se resigne a ser echado al cuarto de los cachivaches. Ya veremos qué sucede con la lengua española, si es que una catástrofe no viene a truncar su desarrollo.
Leído en voz alta por jóvenes universitarios, la canción de Garcilaso se convirtió, de pronto, en una entidad sin pies ni cabeza. Cuando pregunté qué se decía en el poema, me vi tan confundido como ellos: la accidentada lectura había trastocado el propio entendimiento, lo que me pareció extraño, pues refresqué, a solas, esa Canción Quinta unas horas antes, además de que la he leído muchas otras veces: Si de mi baja lira / tanto pudiese el son, que en un momento / aplacase la ira / del animoso viento, / y la furia del mar y el movimiento; El poema está dedicado a la Flor de Gnido.
Cuando juntos empezamos a comentar el poema fuimos descubriendo maravillas de toda índole. Para eso fue necesario, por supuesto, leerlo otra vez, y después, detenernos en cada una de las estrofas: liras, esto es, conjuntos formados por cinco versos de once (endecasílabos) y siete sílabas (heptasílabos), como se ve en la estrofa antes transcrita, que es la primera del poema.
Dicho de manera prosaica: Si tanto pudiese el son de mi baja lira, que en un momento aplacase la ira del animoso viento y la furia y el movimiento del mar Es decir: si el sonido de mi modesta lira âde este poema, del poema- fuese tan persuasivo como para apaciguar la furia de la naturaleza Cuántas connotaciones en esta estrofa inicial de Garcilaso. Orfeo, la primera. Y más adelanta, otras, interesantísimas.
Leer así me parece un delicioso ejercicio de comprensión, de intuición, de investigación emotiva e intelectual. La poesía es una forma del conocimiento: ¿quién podría negarlo? Pero esto es apenas el principio, apenas la superficie. Hay que penetrar aún más y dejarse penetrar por el poema, ya sin búsqueda, sin intelecciones y sólo entregados a ese otro sentido cordial que nos permite ver la danza del polvo en un haz de luz.
Me pregunto si en México la escuela oficial tiene tiempo para esto. O si los abrumados profesores de educación básica sólo lo tienen para llenar formularios, encuestas, formatos y un sinfín de papeles, para no hablar de otras exigencias supuestamente ligadas al trabajo escolar. Leer es pensar, así que hablemos claro: nuestro sistema educativo, nuestro aparato de gobierno, ¿de verdad desea ciudadanos pensantes?