7 pecados...

Opinión
/ 4 abril 2022
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A días de Semana Santa, todo duele en el cuerpo. Y esa parte llamada alma. De existir, claro. Se huele Semana Mayor en el calendario y en los días lerdos los cuales padecemos y habitamos, se ponen de moda, como siempre, los siete pecados capitales. Pecados capitales inventados por un poeta, Dante Alighieri, como todo en la vida, y no por dios alguno. Al parecer, no del todo creados por Dante, pero sí eternos por su pluma.

No tengo el dato exacto, sólo una vaga referencia la cual he encontrado en un libro de historia de las religiones: fue Gregorio I en el año 590 d.C., quien los ordenó e impuso, como un ejemplo de vicios los cuales los hombres tenían al estar alejados de Dios. ¿Cuáles son los suyos, señor lector? ¿Cuál es a su juicio el principal o mayor pecado de todos? Hoy con este texto, inicio la saga de publicar aquí, un breve, brevísimo análisis y puesta al día de los 7 pecados capitales los cuales arrastran la humanidad.

No pocos historiadores, escritores y poetas los han abordado. Libros completos se han escrito. ¿Internet? imagino ha de rebosar de páginas sobre ellos. Pero, le pido me lea como siempre por un motivo: le va a gustar mí puesta al día de ellos; creo, los va a disfrutar. Espero aportarle a usted nuevas aristas y pie de análisis para su reflexión cotidiana. Espero aportarle nuevos autores o bien, los mismos de siempre, pero revisitados por mi pluma la cual está más madura día a día...

Y ya cometí un pecado capital: la soberbia. Usted lo sabe, yo padezco varios. Sin duda la soberbia (me creo la última Coca-Cola en el desierto. Todo porque estoy guapo, visto elegante y soy harto inteligente. Ya ve, volví a caer de nuevo en él. En fin). Padezco también el de la pereza (pero bueno, como soy intelectual, pues me tardo mucho en pensar). Uno el cual me atosiga, pero lo tengo controlado por el momento: la lujuria.

Y un pecado capital el cual no padezco, pero lo he mutado por otro más peligroso y letal: la gula lo trocamos por el maldito alcoholismo. Y caray, todos mis escritores favoritos han sido alcohólicos. Han muerto con un vaso de jaibol en la mano, para decirlo elegantemente. La lista es larga, van algunos nombres. Hombres y mujeres: Clarice Lispector. Edgar Allan Poe; ni se diga mi adorado Francis Scott Fitzgerald, Malcom Lowry...

Y usted conoce las palabras de Edgar Allan Poe en su celebérrimo cuento, “El gato negro”: “¿Qué enfermedad se puede comparar con el alcohol?” Ninguna. Muerto él mismo luego de una parranda de antología, aunque los diversos biógrafos no se ponen de acuerdo en este aspecto. Algunos dicen y mantienen la tesis: el autor de “El cuervo” más bien bebía poco, pero era suficiente para estar embotado. Otros dicen: sí, su ingesta de alcohol era abundante. Lo bien cierto es: cuando muere, sólo un par de gentes fueron a su entierro. Murió en la miseria y tendido en la calle. Y hoy, la literatura norteamericana no se entiende sin él. Forma parte del mapa literario mundial.

Esquina-bajan

No gula, sino alcohol. Al actualizar el pecado, nos encontramos con lo siguiente: las terribles muertes de niños y jóvenes los cuales se han alcoholizado, pues sí, hasta morir. Manejan bólidos pagados por sus padres en sus manos y no van manejando, van ebrios y dormidos. Por lo anterior, no sólo ellos, los niños y adolescentes bebedores, sino todo adulto bebedor necesita un brazo de autoridad el cual los cuide (sin madurez, todos son menores de edad). Las multas son cuantiosas: 19 mil 244 pesos por manejar en ebriedad completa. 9 mil 522 pesos por ir a “medios chiles”, como se dice coloquialmente.

El Alcalde de Saltillo, José María Fraustro Siller, “Súper Chemota”, tiene razón en alertar de dicha problemática social y de salud: “Cualquier cosa de estas (las multas) es menor a que perdamos vidas de los jóvenes. Hago un llamado para que nos juntemos y hagamos las cosas bien. Creo que podemos divertirnos sanamente sin llegar a los extremos”. La cosa es coloquial, así lo espeta todo mundo: los mexicanos no tenemos “llenadera”.

¿Quién puede sustraerse a los placeres de la gula o el alcohol? Caray, pocos. Pocas mujeres y hombres los cuales gozan y tienen armonía en su cuerpo y en su cabeza. ¿Yo? Prefiero mis pecados y toxinas a ser un asceta. Lea lo siguiente del poeta romántico por antonomasia, Víctor Hugo: “¡Señores, qué divino es el hombre,/ Dios tan sólo hizo el agua, pero el hombre hizo el vino!” La gula (la glotonería) es un pecado capital. Exceso en la comida y la bebida, exceso el cual se practica con ansia. La glotonería aparece varias veces en la Biblia: (Deuteronomio, Tito y Romanos).

Vamos bien, pues sí, pero da la casualidad de un detalle: ni el maestro Jesucristo pudo sustraerse a ello. Fue acusado de glotón y bebedor. En traducción al lenguaje de hoy: lo acusaron de borracho. Lo anterior usted lo puede leer en Marcos 2, 13.17. Me abanico con garbo, oteo el horizonte y justo al pergeñar estas líneas en mi libreta y acodado en una mesa del Bistro “Republique”, contemplo a una bella musa sentada un poco adelante. Brindo con mi copa de vino tinto por los placeres de la carne: lujuria, tragos, algo de comida. Hago mío el verso de Alfred de Vigny: “En la espuma de Aï hay fulgores de dicha”. Aï: región francesa famosa por sus vinos espumosos.

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7 pecados capitales. ¿Cuál es el suyo?...

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