A un año del Mundial: Inversión, ilusión y realidad en México
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No nos gustaría que el legado del Mundial 2026 sea sólo una selfie en el estadio remodelado, sino mejor calidad de vida, más turismo sostenible y un uso inteligente de los recursos públicos
Ya falta menos de un año para que arranque el Mundial 2026, exactamente a 335 días. Promete ser un mundial épico, 48 selecciones, por primera vez una Copa del Mundo compartida entre tres países: partidos en México, Estados Unidos y Canadá. Suena increíble, pero entre tanta emoción también hay una pregunta que no podemos ignorar:
¿Este evento realmente le conviene a México... o sólo nos va a dejar la cuenta?
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Vamos por partes. México tendrá 13 partidos en tres ciudades (CDMX, Guadalajara y Monterrey). No se van a construir nuevos estadios, pero sí se están destinando importantes cantidades de dinero en remodelaciones, como la del Estadio Banorte (antes Estadio Azteca), vialidades y servicios. Y aunque eso suena bien, también significa gasto público. Y no precisamente menor.
Ahora bien, vámonos a los números reales. Según estimaciones de la FIFA y la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Mundial 2026 dejará un impacto económico de más de 40 mil millones de dólares en PIB global, con alrededor de 824 mil empleos de tiempo completo. En México, se espera un impacto de al menos 3 mil millones de dólares, y hasta 5 millones de turistas podrían visitarnos. Muy atractivo, ¿no?
Pero aquí viene el detalle clave, la mayoría de los beneficios fuertes se los llevará Estados Unidos. Allá se jugarán 60 partidos (de 80 totales), y se calcula que sólo Los Ángeles tendrá un impacto de casi 600 millones de dólares. Mientras tanto, pareciera que muchas ciudades mexicanas ni siquiera están listas para absorber ese volumen de turistas, y aún no queda claro si lo invertido realmente regresará a la alcancía nacional.
Y no es que esto sea pesimismo. El Mundial sí puede beneficiar al país si se juega bien, es decir, modernizando el transporte, fortaleciendo el turismo, mejorando la imagen de México en el mundo, e incluso atrayendo inversión. Pero para que eso pase, tiene que haber planeación a largo plazo, transparencia en el gasto y políticas que ayuden a distribuir los beneficios, no sólo concentrarlos en unos cuantos empresarios o políticos.
Si no, podríamos repetir historias como las de Brasil 2014, donde se gastaron más de 15 mil millones de dólares, hubo estadios que quedaron abandonados y protestas porque mientras se invertía en el Mundial, hospitales y escuelas estaban en crisis.
O el caso de Qatar 2022, donde el evento costó más de 200 mil millones de dólares y sólo generó ingresos directos por menos del 1 por ciento de eso. Sí, se vio muy bonito en la tele, pero económicamente fue una apuesta que sólo benefició a unos cuantos.
También lo que sucede es que muchos de estos eventos generan lo que los economistas llaman “gasto desplazado”. Es decir, la gente que ya iba a gastar dinero en otras cosas (como vacaciones, cine o compras) lo canaliza al Mundial, pero no se genera consumo nuevo. Y si el empleo es temporal, como casi siempre pasa, el efecto se diluye rápido.
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Entonces, sí, emocionémonos con el Mundial, vibremos con los goles y presumamos nuestra cultura, comida y pasión futbolera. Pero también deberíamos exigir que esta oportunidad no se desperdicie en obras mal planeadas, sobrecostos o corrupción.
No nos gustaría que el legado del Mundial 2026 sea sólo una selfie en el estadio remodelado, sino mejor calidad de vida, más turismo sostenible y un uso inteligente de los recursos públicos.
En resumen: este Mundial puede ser un golazo... o un autogol financiero. Todo depende de cómo juguemos fuera de la cancha.
LinkedIn: Ricardo Ozuna