Abelardo y Eloísa: historia de un romance monacal

Abelardo quedó cautivado desde su primer acercamiento por su belleza e inteligencia. La relación entre alumna y maestro se transformó rápidamente en un erótico frenesí
Pasado el Día de San Valentín, vale la pena recordar una de las grandes historias de amor, que sin llegar a la resolución trágica de “Romeo y Julieta”, no está exenta del sufrimiento y la pasión que caracterizan a un amor prohibido. Me refiero al romance entre el filósofo Abelardo y su amada Eloísa, quienes, a pesar de ya no ser tan reconocidos hoy día, en el siglo 12 protagonizaron un drama de época en la entonces capital cultural europea, París.
Abelardo fue un filósofo medieval, nacido en el año 1079, quien desde temprana edad mostró vocación por la actividad reflexiva con gran capacidad para la argumentación lógica. Renunció a una carrera militar y a los 20 años se mudó a París para estudiar en la Escuela Catedralicia el currículo preparatorio de la época, el trivium −compuesto por la retórica, gramática y dialéctica−, para posteriormente estudiar los altos estudios del quadrivium, integrados por la aritmética, geometría, astronomía y música. Como nota curiosa, la palabra trivial puede tener su origen etimológico en trivium, por tratarse de estudios más sencillos −“más triviales”− que aquellos del quadrivium.
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Una vez formado intelectualmente, Abelardo se dedicó a explorar la naturaleza filosófica de Dios desde la razón y la lógica, lo cual lo llevó a grandes disputas teológicas y filosóficas con las autoridades religiosas de la época, quienes, en cambio, sostenían un acercamiento místico con la naturaleza divina por encima de la indagación racional. Estas controversias argumentativas le fueron ganando una reputación a Abelardo de ser un aguerrido dialéctico.
A sus 36 años, una vez establecida su reputación, conoció a la joven veinteañera Eloísa, erudita y sobrina del canónigo de la Catedral de París, Fulberto, quien solicitó a Abelardo que la formara intelectualmente. Abelardo quedó cautivado desde su primer acercamiento por su belleza e inteligencia. La relación entre alumna y maestro se transformó rápidamente en un erótico frenesí, “...con pretexto de la ciencia nos entregamos totalmente el amor... abríamos los libros, pero pasaban ante nosotros más palabras de amor que de la lección. Había más besos que palabras”, relata Pedro Abelardo en su obra autobiográfica “Historia Calamitatum”.
Al poco tiempo, las palabras se volvieron en besos, y los besos condujeron al nacimiento de su hijo, a quien llamaron Astralabe −forma del francés antiguo de “astrolabio”− por el amor de sus padres a la enseñanza griega clásica y a las ciencias. Abelardo insistió a Eloísa en casarse, sin embargo, la amada consideraba que los hombres dedicados a la filosofía y las ciencias no debían unirse en matrimonio, conforme a las costumbres de la época. Finalmente, se celebró una discreta boda en secreto.
Pero el idilio duró poco. Al enterarse Fulberto del romance entre su sobrina y su maestro −en quien confío ciegamente− desató en ira. Al descubrir la cólera del canónigo, el matrimonio decidió que lo mejor era que Eloísa se enclaustrara un tiempo en el monasterio de Argenteuil. Sin embargo, los ánimos de Fulberto no se calmaron; procedió a sobornar a un servidor en la casa de Abelardo para ingresar sigilosamente en la noche para castrar a Abelardo. Ante la humillación, Abelardo optó por la orden monacal y se resguardó en Saint-Denis, mientras que Eloísa se hizo monja en Argenteuil. Nunca más volvieron a verse.
Abelardo prosiguió con su actividad intelectual, publicando el libro “Sic et Non” (“Sí y No”) como una propuesta de indagación racional ante los misterios −muchas veces contradictorios, de ahí el “sí y el no” del título− de la fe, tomando como punto de partida la duda escéptica que, cinco siglos más tarde, adoptaría René Descartes.
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A pesar de que la pareja nunca más volvió a verse, sí tuvieron la fortuna de volver a contactarse. Ya llegado al otoño de su vida, retirado en la abadía de Cluny, Abelardo recibió una carta de un amigo narrando los recientes infortunios que le acongojaban. La mejor manera que encontró Abelardo de consolar a su amigo fue relatarle sus cuitas amorosas de juventud con Eloísa, ya que consideró que contarle una historia más trágica a su amigo, le ayudaría a poner sus asuntos en perspectiva. Por azares del destino, la carta redactada por Abelardo llegó a manos de Eloísa, quien la leyó y mantuvieron una relación epistolar apasionante hasta la muerte del filósofo francés:
“Acuérdate de mí; no olvides mi ternura ni mi fidelidad: piensa que te amo frenéticamente, aunque me esfuerzo algunas veces para no amarte. Mas, ¡qué blasfemia no amarte! Esta idea me estremece; me siento con deseos de borrarla del papel!... En fin, concluye esta carta, Abelardo mío, diciéndote adiós, tu Eloísa”.
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