Aforismos de la desilusión o de la crítica musical (I)
En el arte no se trata de entender sino de vibrar a tono y en la misma clave del artista. Ramón J. Sender.
Organ/ASLP, de John Cage es, por ahora, el modelo por antonomasia- y en curso hasta el año 2640- para librarse de la acerba crítica del diletante.
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El silencio, en el Soneto del Petrarca 104 de Franz Liszt, es el más elusivo de los sonidos que un crítico musical jamás podrá enjuiciar.
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El fuego de la imaginación del músico es el antídoto para incinerar el juicio del melómano.
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Rossini y Sibelius son el paradigma de la fermata. El éxito de su Obra Completa se complementa con el silencio en el que naufragaron.
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He aquí la frustración máxima de un crítico musical:
Parsifal Guardiola, insigne pianista, se apuró para entrar al escenario. Vestía su novísimo frac y moño blanco. Al entrar dio un traspié y con grandes zancadas cruzó el espacio escénico, quiso asirse al piano, pero no pudo; fue a dar al otro extremo. El público estalló en carcajadas. Varios aplaudieron la torpeza del pianista. Parsifal se levantó en un estado de estupor. Al ver al público aplaudir sonriente, entendió que su actuación había terminado. Agradeció con una bien ejecutada caravana y, satisfecho, abandonó la sala.
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De las redes sociales: “Quédate con el crítico musical que te espera, hasta que el último de los asistentes abandone la sala, para dialogar contigo sobre los pormenores de las obras que ejecutaste en la velada, que se sienta ante el teclado para tocar los pasajes maculados; o con el que se queda a analizar con el director la partitura orquestal, sección tras sección, para divagar sobre las texturas, dinámicas, pulsos, tenutos y súbitos”.
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El melómano es, entre otras cosas, el oyente entusiasta que percibe lo que es un rubato, pero no sabe distinguir la elasticidad y longanimidad de éste en un Nocturno de Chopin y la diferencia que hay con un Aria de cualquiera de las óperas de Puccini. Tampoco es capaz de distinguir las innumerables modulaciones en las que transita una Sonata para piano de Schubert y cómo éste se solaza abalanzándose a tonalidades ajenas para retornar campante a la zona tonal mucho antes que lo hiciera Chopin.
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El melómano es un invidente que palpa la vibración, matriz del sonido, para estar en equilibrio. Un crítico la disloca; el músico la transfigura.
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-(Un relato en el que no existe un crítico musical):
Cuando la más afamada cantante del orbe abrió su boca para entonar el aria inicial de la ópera, un torrente vocal salió de su garganta: en unos segundos el depósito de su voz se quedó vacío. Consternada y con la angustia más atroz, se quedó paralizada (en sus nervios habituales había olvidado ceñirse la faja interior que sujetaba firmemente su caja torácica, recipiente de su fluido vocal). Poco a poco el público la sustituyó cantando una a una las arias, duetos y sextetos de la ópera. El empresario teatral, fuera de sí de contento, contrató al público para la siguiente puesta en escena.
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Un melómano se paraliza, aterrorizado, ante el edificio sinfónico de la Octava Sinfonía de Mahler, para terminar, ahogándose en ese océano; un crítico musical se encarama en el borde de su minúsculo asiento y se embriaga, extático, en el marasmo de la obra; el director y sus músicos navegan con un rumbo definido.
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Todo gran cantante es un maestro en el arte de divagar a placer en el maremágnum del tempo básico, pero luego retorna a él. Es el nauta musical por excelencia.
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Puccini: un exégeta del escándalo.
CODA
“No presten atención a lo que dicen los críticos. Nunca se ha erigido una estatua en honor a un crítico”. Jean Sibelius