Afortunada ciudad es Saltillo
De Saltillo soy yo, dicho sea sin jactancia... Hace unos días asistí al primer informe del joven alcalde saltillense, Javier Díaz González, y sentí fundado orgullo por haber nacido y vivir en mi ciudad
¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo! El perico de la señorita Himenia solía trepar a la barda del corral y desde ahí animar al gallo en sus asaltos a las gallinitas. Le gritaba con su rasposa voz: “¡Duro, campeón! ¡Duro!”. Ayer una súbita ráfaga de viento hizo caer al loro en medio de las gallinas. De inmediato el libidinoso gallo fue hacia él con evidente intención lúbrica. Y le dijo el cotorro con voz mansa: “Suave, gallito. Suave”... Lo admito: Roma es un poco más antigua, París un poco más conocido, Nueva York un poco más grande. Pero Saltillo es otra cosa. A don Artemio de Valle Arizpe, atildado escritor, cronista que fue de la muy Noble y Leal Ciudad de México, le preguntaban de dónde era. Invariablemente respondía: “No es por presumir, pero soy de Saltillo”. De Saltillo soy yo también, dicho sea sin jactancia, y antiguo alumno, igual que don Artemio, del gloriosísimo Ateneo Fuente. Hace unos días asistí al primer informe del joven alcalde saltillense, Javier Díaz González, y sentí fundado orgullo por haber nacido y vivir en mi ciudad. Saltillo es la capital de Estado más segura del país, la más competitiva, la de menor informalidad en el trabajo y la que ofrece mayores oportunidades para la inversión. Dudo, además, que haya una ciudad con más actividad cultural que Saltillo, y otra que ofrezca a sus habitantes ventajas como un servicio gratuito de transporte urbano, el cual deriva en ahorros de consideración para las familias. Por eso, y por sus méritos personales, el próximo enero Javier Díaz asumirá la presidencia de la asociación que reúne a todos los alcaldes del país. En el curso de su informe, el alcalde saltillense reconoció el permanente apoyo que ha dado a su administración el gobernador Manolo Jiménez Salinas, a cuya labor se debe que Coahuila sea el estado más seguro del norte del país. Afortunada ciudad es Saltillo. Antes estuvo al frente del Cabildo el ingeniero José María Fraustro Siller, quien dio a los saltillenses un motivo más para estar orgullosos: el hermoso Paseo Capital, que permite admirar las múltiples bellezas del centro histórico de la ciudad, convertida ahora en atractivo turístico de primer orden. No en vano los historiadores serios –los demás se ríen de vez en cuando– relatan un sucedido verdadero. Un hombre llegó al Cielo y se formó en la fila de los que esperaban ser admitidos en la morada de la bienaventuranza eterna. San Pedro, el portero celestial, los interrogaba uno a uno. “¿De dónde vienes?”. “De Roma”. “Pasa”. “¿Y tú?”. “De Florencia”. “Pasa también”. “¿Y tú?”. “De París”. “Puedes pasar”. Le llegaba el turno al recién llegado. Le preguntó el apóstol de las llaves: “Y tú ¿de dónde vienes?”. Respondió: “Vengo de Saltillo”. Al oír eso San Pedro vaciló. Dijo al tiempo que se rascaba, preocupado, la luciente calva: “Ah, caray, señor. Pues pase usted, a ver si le gusta lo que aquí tenemos”. De ahí mi frase, consagrada ya: “No quiero irme al Cielo. Vivo en Saltillo”... La esposa de Babalucas vio por primera vez el mar. Exclamó con asombro admirativo: “¡Cuánta agua!”. Acotó el badulaque: “Y abajo hay más”... Una amiga le preguntó a doña Frustracia: “Tu marido, ¿fuma?”. Respondió ella: “Sólo después del acto del amor”. Tras una pausa añadió, mohína: “Cada cajetilla le dura cuatro años”... Don Soreco, señor de edad madura, ya no oye bien. Iba por la calle y vio que había un alboroto. Le preguntó a uno: “¿Qué sucede?”. Respondió el interrogado: “Es una riña. Una disputa”. Dictaminó don Soreco: “Entonces ya no es tan niña”. (No le entendí)... FIN.
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