Amar cuando todo falla

Opinión
/ 6 noviembre 2025

Las relaciones no se rompen por falta de amor, sino por falta de entrenamiento emocional y ejecutivo

Cuando se inicia una relación el amor parece suficiente. Todo fluye, se conecta de forma natural y la felicidad se siente como un estado garantizado. Pero este es el momento en que la vida empieza a hacer acto de presencia: uno se encuentra con el estrés, con las diferencias entre uno y la otra persona, con el cansancio emocional, con situaciones económicas adversas (luego vienen las enfermedades, las frustraciones y las heridas no resueltas). Es entonces cuando nos percatamos de una verdad reveladora: el amor no se sostiene en los sentimientos, sino en las decisiones.

Las investigaciones recientes indican que las parejas no se rompen sólo porque “sienten algo”, sino porque no pueden hacer nada, es decir, no pueden hacerlo cuando hay tensión emocional. De hecho, estudios recientes han demostrado que las causas más habituales de la ruptura son: falta de compromiso, conflictos constantes, mala comunicación y desconexión emocional.

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Todos estos factores no aparecen de la nada, sino cuando la relación se ha extinguido como proyecto consciente y ha comenzado a ser una reacción automática e irreflexiva. El cerebro seduce, pero la relación la construye la corteza prefrontal.

Al inicio del amor, aparecen la dopamina, la oxitocina y la serotonina: placer, conexión, entusiasmo. Es una tormenta química increíble... ¡y temporal! La relación necesita pasar a un sistema distinto cuando el tiempo ha demostrado que no requiere la lluvia de neurotransmisores: la corteza prefrontal, terreno de las funciones ejecutivas. Aquí se van desarrollando capacidades tan importantes como las siguientes:

Autorregulación emocional

Planificación

Inhibición de impulsos

Empatía activa

Resolver problemas

Tomar decisiones conscientes

El enamoramiento es una emoción; la convivencia es una capacidad ejecutiva. Cuando las capacidades no se desarrollan, empiezan las respuestas automáticas de supervivencia: ataque, huida, indiferencia o silencio emocional. No es desamor; es neurobiología no entrenada. De la emoción a la decisión: amar a través de las funciones ejecutivas. Tal como comento en mi último libro sobre la inteligencia ejecutiva aplicada a las relaciones, la madurez afectiva también consiste en pasar del sentimiento a la decisión.

El investigador John Gottman, terapeuta matrimonial de la Universidad de Texas en Austin, indica que las relaciones que perduran no son aquellas que no discuten, sino aquellas que mantienen una proporción de al menos cinco interacciones positivas por cada negativa. Los microactos cotidianos reescriben la relación:

Ver a los ojos cuando se habla

Dar abrazos largos que disminuyen el cortisol

Agradecer y hacer reconocer

No interrumpir

Enviar mensajes de apoyo

Preguntar: “¿cómo estás, de verdad?”.

Tener rituales de conexión cotidiana

Buscar soluciones en lugar de culpables

Son gestos sencillos, pero con una gran fuerza neurobiológica. Cuando ya no se entiende nada: cinco pasos concretos:

Pausa antes de reaccionar.

Respirar, sentir el cuerpo, disminuir el carácter emocional.

Nombrar la emoción sin atacar.

Decir “Me siento herido” en lugar de “Tú siempre...”.

Establecer tiempos y espacios para hablar con tranquilidad.

Recordar el propósito y la historia compartida.

Pedir ayuda a tiempo.

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Las relaciones no se rompen por falta de amor, sino por falta de entrenamiento emocional y ejecutivo. Cuando todo parece fallar, se da la gran oportunidad: dejar de amar con el impulso y empezar a amar con la inteligencia, la voluntad y el propósito.

No se trata de mantener relaciones que hacen daño, sino de aprender a mantener las valiosas. Amar no es sentir siempre: amar es decidir, atender y construir cada día.

“Decido escuchar, aunque esté cansado”; “pongo límites con respeto”; “construyo rutinas de conexión”; “no actúo desde el impulso”; “mantengo la relación cuando la emoción no basta”.

El amor adulto decide actuar aun cuando la emoción no ayuda.

Es licenciado en Educación con Maestría en Desarrollo Organizacional por la UdeM. Maestría en Psicopedagogía Clínica en España. Cuenta con doctorado en Currículum e Instrucción por la Universidad del Norte de Texas y estudios de Postrgrado en Educación, género, aprendizaje y cerebro en el programa de Velma Smichdt por la Universidad del Norte de Texas.

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