AMLO, su retórica de tlapalería y la vocación por el odio
Hombre de ideas fijas y pocas luces intelectuales, López Obrador demostró este viernes, una vez más, cómo su vocación fundamental es el odio y el desprecio hacia quienes no le rinden culto ni le queman incienso
El presidente (con minúscula) reapareció enojado... o es muy bueno en eso de aprovechar los pecados de algunos de sus adversarios para justificar los propios y colocarse a sí mismo como la viva representación de toda virtud.
Incapaz de admitir un error, impermeable a cualquier posibilidad de auto crítica y poseedor de un ego descomunal, el tabasqueño volvió de su aislamiento -debido a su tercer contagio de Covid- con una concentrada dosis de inquina y, como es su naturaleza, con hambre de venganza.
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Es verdad y debe decirse con todas sus letras: López Obrador tiene adversarios y contradictores dignos de él, es decir, individuos para quienes no importa la verdad ni existen los límites a la hora de plantarse en el campo de batalla y confrontarse. Para decirlo con mayor claridad: entre sus opositores -como él les llama- hay un número importante de personas cuya catadura moral es idéntica a la del principal inquilino de Palacio Nacional.
Y como son iguales a él, pues se comportan como el, es decir, aprovechan la menor oportunidad para tratar de retorcer la realidad y obtener ganancia a partir de la manipulación grosera de los hechos o, ya de plano, de la invención de realidades alternas.
Así, cuando se conoció del desvanecimiento sufrido por el titular del Ejecutivo en tierras mayas -el fin de semana anterior- los expertos en rumorología procedieron a darse vuelo, algo a lo cual les ayudó la vocación de los lacayos de Palacio por retratar a su jefe como una suerte de semidiós invulnerable a cualquier padecimiento terrenal.
Haber esparcido versiones falsas sobre la salud de nuestro Rey Julien del Manglar no se justifica por el vacío informativo oficial; exagerar la nota para “demostrar” las posiciones personales, tampoco. Ahí tiene un punto el lenguaraz ocupante de la Silla del Águila.
Pero así como el vacío informativo y las mentiras esparcidas desde Palacio Nacional no justifican el propalar noticias sobre inexistentes infartos y, menos aún, declarar la muerte del Hijo Pródigo de Macuspana, la ligereza verbal de los adversarios no justifica la violencia con la cual se les ha respondido y la andanada de mentiras proferidas como “réplica”.
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La de ayer viernes será una seria competidora a la mañanera con más odio del sexenio. Pero también con las cotas más altas en términos de la desfachatez con la cual el titular de uno de los poderes de la unión manipula los hechos, tergiversa la realidad y miente sin recato.
Porque, amparado en la posibilidad de victimizarse proveída por sus detractores, nuestro Perseo de Pantano se lanzó con todo a “justificar” las pulsiones autoritarias de su gobierno.
Y tuvo para todo y para todos: el INAI, el Senado, los expresidentes, el Conacyt, los medios, periodistas en lo individual... porque cuando de calumniar y mentir se trata, López Obrador no se corta ni se contiene: el insulto fácil y la vulgaridad es el fluido en el cual se mueve con mayor soltura.
Insisto: no puede justificarse en modo alguno el exceso en el cual incurrieron sus malquerientes. Pero si el tabasqueño pretende, más allá del chascarrillo barato, ser comparado con Gandhi o Jesucristo, ciertamente su comportamiento de ayer lo aleja varias galaxias de tal posibilidad.
No se trata solamente de su vocación por sembrar la división y el odio entre los integrantes de una comunidad a la cual debería gobernar con equidad. Se trata sobre todo de la vulgaridad de los argumentos.
Aunque, en honor a la verdad, resulta incluso ingenuo esperar esperar tanto de alguien como mister Yo Siempre Tengo Otros Datos. Estamos ante un individuo de oceánicas limitaciones intelectuales a quien solo puede salirle eso a lo cual tiene acostumbrada a su grey: la retórica de tlapalería.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx