Asignatura pendiente en materia de vialidades
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El crecimiento de las ciudades conlleva necesariamente a una mayor cantidad de problemas por resolver. En Saltillo, como en cualquier otra ciudad, en ese crecimiento resulta de vital importancia comprender la dinámica de cómo se fue construyendo y cómo se fueron tomando decisiones con respecto a la forma en que sus habitantes tendrían que organizar sus espacios
y la manera en que se moverían de un lugar a otro.
La planificación urbana en sus primeros años de vida origina dos poblaciones tan disímbolas entre sí que hasta la manera en que están diseñadas sus calles ofrece la perspectiva de cómo se llevaban la villa de Santiago de Saltillo con la de San Esteban de la Nueva
Tlaxcala. A partir de la calle Allende, una y otra parte son visiblemente distintas. Lo verde quedó mayoritariamente hacia San Esteban, agricultores; y lo que hoy todavía se observa en el primer cuadro, paisaje gris más triste, los saltillenses, dedicados mayoritariamente a la siembra de trigo y a la crianza de ganado menor.
Ambos lograron al fin el asentamiento y, a través de los años, la población con sus problemas de villa pequeña fue transformándose hasta que llegó un
gran boom en los años setenta del siglo anterior.
Un crecimiento desmedido trajo consigo problemas que de pronto se salen de las manos. Uno de ellos, en el que es preciso insistir, es el vehicular. Aún siguen faltando puentes y semáforos peatonales en avenidas claves. Saltillo no era una ciudad, todavía hasta los años setenta del siglo pasado, en la que la ausencia de puentes y semáforos hiciera diferencia.
Recuerdo series de televisión y películas norteamericanas donde su presencia era nota común y me parecía como algo propio para la gran ciudad. Saltillo se convirtió aceleradamente en la gran ciudad. Y es inconcebible que semáforos peatonales y puentes todavía en esta época brillen por su ausencia.
A eso agregamos las altas velocidades de los automóviles en donde sus conductores se creen los dueños de la vía. Permanecer observando el tráfico sobre bulevares como el Jesús Valdés Sánchez o el Periférico Echeverría dan la razón
en ello. Hace un par de días, un joven
se arriesgó a cruzar por el Periférico, rumbo a la salida a Torreón, muy cerca del Penal de Saltillo, y los carros avanzan con una velocidad increíble. Lo mismo ocurre en la mencionada vía de Valdés Sánchez, donde resulta una osadía cruzarlo a la altura del estadio Francisco I. Madero.
No únicamente no existen los puentes para el peatón, y si los hay se encuentran a distancias lejanísimas de puntos adecuados para peatones que se dirigen después de trabajar a sus casas o viceversa. Tampoco hay vigilancia para la reducción de la velocidad. Eso sin contar vialidades que dan acceso a la ciudad y que permanecen oscuras y sin posibilidad para peatones.
Resulta indispensable una verdadera inmersión en este aspecto de nuestra ciudad. Una inmersión que derive en la planeación y ejecución de obras que permitan facilitar el movimiento de todos aquellos saltillenses que de pronto abandonan el transporte público y se quedan a la deriva en medio de un camellón, pasando carros por un lado y otro a altísimas velocidades.
Ello en varias vías. Indudablemente en el centro esto es algo que también debe tomarse en cuenta. La calle Allende, en donde quedan pocos tramos para casa-habitación, se toma como pista de carreras por muchos. Hemos sido testigos de cómo conductores de autos chocan contra los otros carros estacionados.
Hace unas semanas, a media tarde, un conductor perdió el control por el nivel de velocidad en que transitaba y estuvo a punto de atropellar a una madre de familia que caminaba por la banqueta con dos niños.
Colocar ya, en esta calle de Allende, entre Ramos Arizpe y Escobedo, reductores de velocidad constituye una apremiante necesidad.
Reflexiones en torno a este aspecto de nuestra ciudad, que ya merece de importantes estrategias viales.