Aventura y drama de un saltillense (III)

Opinión
/ 8 octubre 2023

Aquel piloto norteamericano había visto señales hechas con un espejo, procedentes de un islote desierto en el Pacífico del Sur. Era indudable que había presencia humana en ese apartado sitio. Pero ¿quién podía ser aquel náufrago? Ciertamente ningún norteamericano: por ahí no solían andar aviones de Estados Unidos. ¿Sería entonces algún japonés? Fuera quien fuera se trataba de un ser humano en desgracia, pensó el joven piloto. Tanto la ley de la guerra como el deber de humanidad le ordenaban ir en su ayuda.

La siguiente vez que pasó por ahí, y que volvió a ver la señal, el aviador no tuvo duda ya de lo que debía hacer. En su siguiente vuelo pidió que le asignaran un hidroavión. Descendió entonces cerca del islote, con la intención de bajar y averiguar quién era aquel que hacía señales. No tuvo necesidad de hacerlo: un piloto mexicano era el que estaba ahí. Nadando llegó el hombre hasta el hidroplano, y el náufrago y quien lo rescató volvieron juntos a la base aérea del piloto, en una isla del Pacífico del Sur en poder de los americanos.

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De ahí nació una estrecha amistad entre el mexicano y su salvador. Cuando acabó el conflicto iniciaron la costumbre de reunirse una vez al año, alternativamente en México y los Estados Unidos. Esa costumbre duró hasta la muerte del mexicano.

¿Cómo fue esa muerte? A su regreso de la guerra, convertido en héroe como integrante de aquel legendario Escuadrón 201, el muchacho emprendió una brillante carrera de piloto comercial. Entró a formar parte de la Compañía Mexicana de Aviación, y bien pronto se convirtió en uno de los mejores elementos de la línea. Recibió entrenamiento en diversos países, y cuando llegó la era de los jets fue uno de los primeros pilotos a cargo de los nuevos aviones. Acumuló millares de horas de vuelo; fue instructor de nuevos pilotos; su prestigio lo convirtió en elemento indispensable de aquella línea aérea.

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Llegamos a 1969. Mes de julio. Aquel día no le tocaba a él volar. Estaba de guardia únicamente, una guardia que debían hacer por turno los pilotos de la compañía para el caso de que no se presentara alguno. En cierta ocasión no llegó el que debía volar de la Ciudad de México a Monterrey. A él le correspondió hacer el vuelo. El avión partió sin novedad, e hizo el trayecto normalmente. Pero no llegó a su destino: cayó en el Pico del Fraile, a punto ya de aterrizar en el Aeropuerto del Norte, en Monterrey. Todos los pasajeros y tripulantes perecieron. En ese avión venían personajes importantes: el político Carlos Madrazo y su esposa; el gran tenista internacional Rafael “El Pelón” Osuna; Raúl Chapa Zárate, destacado funcionario público...

El piloto era el saltillense Guillermo García, aquel aviador del Escuadrón 201 que, derribado por un avión japonés, fue a dar a un islote alejado y rescatado por el aviador americano. No era su destino morir ahí, sino en el Fraile, después de una fecunda vida de ejemplar hombre del aire y luego de haber formado hijos que heredaron sus virtudes.

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