Ay, el otoño, esa bruma, esa brisa, el leve temblor de una hoja...

Opinión
/ 20 septiembre 2022

Es la temporada de otoño una de las más entrañables del año. La brisa se asienta en Saltillo con placidez. Los árboles empiezan a dejar caer lentamente sus hojas. Se han pintado en tonos amarillentos y ocres y se siente en la atmósfera un ir y venir del suave viento de las tardes.

Algunas lluvias ocasionales dejan la humedad en el ambiente. La tierra adquiere aromas rurales, y los chiquillos salen de las casas para tomar el fresco y aspirar hondamente un aroma que luego se apoderará de ellos en los últimos años de la vida.

El otoño hace que los recuerdos se acomoden con tiempo en el espíritu. Llegan las remembranzas de quienes gozaron estos tiempos e iluminaban con sus sonrisas nuestras vidas. Siempre traigo en la mente a la poeta lagunera Enriqueta Ochoa en esta temporada, con el
título de su poema: “Bajo el Oro Pequeño de los Trigos”.

Darle la categoría de oro al trigo, únicamente Enriqueta Ochoa,
la mujer del poema íntimo. Me hace imaginar el paisaje cubierto de trigos y el sol cayendo sobre ellos en días como estos.

Un día cualquiera para muchos, pero el día más doloroso para alguien. Pues es el día de la partida de un ser amado, que se marcha en medio de la luz suave del atardecer.

Bob Dylan también canta a las hojas que caen. Ve a través de las ventanas cómo van yendo a la deriva en colores rojo y oro. Recuerda el verano: “las manos quemadas por el sol”, que solía sostener. Vendrá el invierno, pero el recuerdo se ha acentuado en los días de otoño, justamente cuando las hojas de otoño empiezan a caer.

Y es que en esta época, pienso a ratos que quizá más que en la del
propio invierno, se vienen a la mente todas las promesas que la primavera hizo sentir: los capullos de las flores; el aroma de la frescura. El verde tierno ante nuestras miradas. Los cerezos
en flor; el durazno que apunta sus pálidos rosas. La fresca brisa y el relente de la mañana.

Para el otoño, todas esas promesas se van yendo, una a una. El verano, sofocante, no nos permite acercarnos a la poesía de la naturaleza; a veces terminamos refugiándonos en los asépticos espacios con aire acondicionado que nos permite escondernos del salvaje calor.

Ah, en el otoño es otra cosa: aquello que nació en la primavera y que con tanta intensidad se hizo presente en el verano, en el otoño lo vamos perdiendo. Se va yendo frente a nuestra mirada, haciendo que el más pequeño temblor de una hoja arranque un profundo suspiro.

Dorados días de otoño que a ratos se vuelven grises con las lluvias que de un momento a otro se vuelven torrenciales. Ojalá que busquemos que la preparación ante estas condiciones sea la oportuna porque la igualdad en calidad de vida a muchos no alcanza a llegar.

CONDICIONES EN LO ALTO DE LA SIERRA

El velo que acompaña a Saltillo en esta temporada lo vuelve más entrañable. Hasta cierto tiempo no lo acompañaban los problemas que a la ciudad se le vinieron encima, sobre todo en los puntos más altos donde las construcciones están hechas con cartón y lámina.

Ojalá y fuese que en perfecta sincronía con la temporada se atendieran las circunstancias en que muchos viven y sufren en lo más cercano a la sierra de Zapalinamé y en otros espacios que están lejos de la mirada oficial, pero en donde priva con toda dureza y crudeza la carestía y la ausencia de servicios.

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