Bebiéndose el Kool-Aid
La secta anula en el individuo toda posibilidad de iniciativa o de criterio propio.
La palabra del líder es verdad absoluta, incuestionable y bajo tal influencia es imposible razonar con alguien desde las reglas de la dialéctica convencional.
Los líderes carismáticos de las más trágicas sectas convencieron a sus enajenados seguidores de prácticamente cualquier cosa: de que son la encarnación del dios supremo, de que un platillo volador va a llevarse a los elegidos en viaje sideral hacia un mundo mejor, de que hay que tomarse este Kool-Aid para poder ver al Señor.
La expresión “Tomarse el Kool-Aid”, mucho más conocida en lengua inglesa que en español, hace referencia a la Masacre de Jonestown, en la República de Guyana, en la que el líder de la Secta, Jim Jones, convenció sin mucho esfuerzo a su feligresía de cometer suicidio masivo ingiriendo cianuro, eso sí, diluido en delicioso Kool-Aid de fresa, uva y −por desgracia− aun no existía el refrescante maracuyá.
Aunque versiones aseguran que en realidad se utilizó la versión barata del producto, el Flavor-Aid, al estar mucho mejor posicionado el nombre de Kool-Aid en la cultura popular, fue la marca que prevaleció en la frase de uso común, misma que significa dar un arriesgado salto de fe.
El pastor Jim Jones convenció a casi un millar de personas (gente toda antes lúcida y funcional) de que se mataran por su causa, porque “no era un suicidio, sino un acto revolucionario”, que además les garantizaba un lugar VIP en el Paraíso.
Esa misma falta de razonamiento se percibe en la secta lopezobradorista, cuando el epónimo tlatoani les dice, por ejemplo, que el perímetro fortificado alrededor del Palacio Nacional no es un muro, sino “un cerco de paz”; o que los reclamos de los grupos feministas no son demandas legítimas, sino “expresiones importadas”; o al asegurar que cualquiera que lo critique “es Felipe Calderón disfrazado”.
AMLO echa mano, prácticamente todos los días, de la incondicional credibilidad de la que goza entre su grey. Él puede impunemente violar la ley y asegurar que es un acto de justicia y la secta que encabeza lo respaldaá sin interponer el menor atisbo de racionalidad.
En el contexto de la Marcha de la Revancha convocada por el Presidente en respuesta a la marcha ciudadana en defensa del INE de hace tres semanas, y ante la imposibilidad de disimular el operativo de acarreo de gente preparado para este propósito, la 4T manejó el discurso de que “no se trataba de acarreo, sino de apoyos para la movilización de ciudadanos”.
López Obrador fue más arriesgado y en una estrategia temeraria pidió a sus simpatizantes utilizar la palabra “acarreado” con orgullo, tratando de resignificarla de manera positiva en frases como “vengo de acarreado porque estoy en contra de los aspiracionistas”.
No cabe duda de que una vez que alguien decide descansar en su líder todo el engorroso acto de pensar, se vive mucho más tranquilo a un precio relativamente módico: “Ya no hay que torturarnos tratando de discernir lo bueno y lo malo, eso lo determinará alguien más por nosotros, alguien más sabio, más iluminado, más cercano a la divinidad como nuestro amado AMLO”.
La 4T va a tener que recurrir a éstas y otras tácticas de pensamiento sectario ahora que calienta a sus candidatos para las próximas elecciones, tanto las del año próximo como la de la sucesión presidencial.
Y olvídese de lo que significa tener que decirle a los ciudadanos del Edomex que Delfina Gómez no sólo es la mejor persona que Morena pudo postular para gobernar el Estado o que no encontró un perfil más honesto entre toda su militancia.
Me refiero a detalles más anodinos que de cualquier manera necesitarán del blanqueo de divinidad que sólo puede otorgar el dedo sanador del Santo Varón de McCuspana.
La doctora y corcholata preeminente, Claudia Sheinbaum Pardo, gobernadora virtual de la CDMX (virtual porque gobierna a distancia desde su permanente gira de promoción visitando a los Cuates de Provincia), anunció que su enlace matrimonial está próximo.
Aquí podrá alegar lo que usted guste, que es un asunto privado (que la misma Sheinbaum y el Presidente se encargan de ventilar en la agenda pública) o que carece de toda relevancia política, pero los mal pensados somos muy libres también de intuir en todo esto las tácticas de posicionamiento que en su momento utilizó el PRI, como cuando a través del enlace de su precandidato presidencial, Enrique Peña Nieto, y una diva de telenovela construyó una apetecible narrativa para el electorado.
Ahora, en lo concerniente a Coahuila, recién esta semana vi un video de Tik Tok tan penoso que uno hasta piensa en las cataratas oculares como una buena opción.
El precandidato y favorito (?) de AMLO para la Gubernatura de Coahuila, el subsecretario de Seguridad, Ricardo Mejía Berdeja, bailando en compañía de su señora con menos gracia que los chistes de Platanito.
Obviemos que la delicada naturaleza de su cargo le exige mucha circunspección y sobriedad para generar una percepción de confianza, de seriedad. “¿Éste es el güey que se encarga de la seguridad pública en una nación doblegada por el crimen organizado? ¡No jodan!”.
Hablamos de alguien cuyo físico y perenne expresión de aletargamiento lo inhabilitan para tratar de ganar simpatías o generar empatía aventurándose en el arte de Terpsícore.
Danzar es algo que hasta yo tengo vedado por cuestiones de decoro y buen gusto, pero que sin embargo se le da muy bien −en lo político− a embaucadores del estilo del nefasto Humberto Moreira.
De manera que nuevamente tenemos a un morenista calefacto apoyándose −con muy poca fortuna y cero gracia− en una estrategia popularizada por el priismo más abyecto, ruin y populista.
Lo dijo el doctor Simi: “Lo mismo, pero más culero”. O algo así.
Y a lo que voy, es a que el Presidente deberá salir y hacer uso de su retórica encantadora de líder sectario a convencer a cuantos pueda de que no son las viejas y agotadas fórmulas de la política rancia, corrupta, populachera y vetusta, sino expresiones totalmente genuinas, orgánicas y espontáneas de sus jóvenes promesas morenistas.
¿Alguien dijo Kool-Aid? ¿Alguien pidió más?