Caballero apasionado

Opinión
/ 9 febrero 2025

Antes de la cita erótica con alguna fémina el añoso señor solía beber un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo

“Acúsome, padre, de que anoche le hice el amor tres veces seguidas a una mujer casada”. Don Cucurulo, señor de 80 años, le dijo eso al padre Arsilio en el confesonario. Dictaminó el sacerdote: “Muy grave culpa es ésa, reprochable, reprensible y reprobable. De penitencia rezarás 100 credos y cantarás postrado de rodillas el himno que dice: ‘Perdón, oh Dios mío. / Perdón, indulgencia. / Perdón y clemencia. / Perdón y piedad’”. “¡Ah! –exultó don Cucurulo, jubiloso–. ¡Entonces usted sí me cree!”. (Nota. Las tres consecutivas refocilaciones llevadas a cabo por don Cucurulo, y otras más numerosas aún, se vuelven posibles gracias a las miríficas aguas de Saltillo, taumaturgas linfas potenciadoras de la virilidad. Historiadores serios han documentado el hecho de que en cierta ocasión un señor de más provecta edad que la del personaje del anterior relato, ocupó la habitación 210 del Motel Kamawa con una damisela que ni siquiera llegaba todavía al –ta, es decir a los 30 años. La joven mujer se asombró al ver que a más de un preservativo el maduro caballero llevaba consigo unas orejeras y unas pinzas de las que se usan para colgar la ropa en el tendedero. Le preguntó, intrigada: “¿Para qué son esas cosas?”. Explicó el veterano: “El preservativo es para protección. Las orejeras son porque no me gusta escuchar los gritos de pasión que suelo provocar en la mujer. Y las pinzas me las pongo en la nariz para no percibir el olor a hule quemado del preservativo”. Así de vehemente era la pasión sensual de aquel lúbrico másculo. Se supo después que antes de la cita erótica con alguna fémina el añoso señor solía beber un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo, cuya eficacia y virtud están garantizadas ante notario público)... En la tienda de departamentos el cliente le preguntó a la encargada de la sección de ropa para caballeros: “¿Por qué es tan caro este abrigo?”. Le explicó la empleada: “Es de lana virgen”. Pidió el tipo: “Muéstreme uno más barato, aunque sea de lana de borregas pirujas”... Llegó el marido a su casa y lo recibió su esposa vestida sólo con vaporoso negligé, brassiére de media copa, medias de malla con liguero y pantaleta crotchless. “¡Joder! –exclamó el tipo con enojo–. ¿Otra vez chocaste el coche?”... La experta en cuestiones de cocina postuló en su conferencia: “El camino para conquistar a un hombre pasa por su estómago”. La linda Dulcibel le dijo por lo bajo a su amiga Susiflor: “No pasa tan arriba”... En la cena de invitados un individuo joven se dirigió a un conocido médico: “Tengo herpes genital, doctor. ¿Qué me recomienda?”. Al galeno lo molestaba que hubiera quienes aprovecharan su presencia en alguna reunión para hacerle una consulta gratis, de modo que respondió, cortante: “Haga una cita con mi secretaria”. “Ya la hice –contestó el individuo–. De ahí me vino el herpes genital”... La esposa, emocionada al ver una serie con tema de ancianos, le preguntó ensoñadoramente a su marido: “¿Me amarás cuando tenga los cabellos blancos?”. “No veo por qué no –replicó el hombre–. Te he amado cuando los has tenido negros, rubios, castaños, pelirrojos, anaranjados, azules y morados”... Un sujeto le dijo a otro en el Bar Ahúnda: “Eres un cabrón”. Le pidió el otro: “No me digas cabrón, porque me da sueño”. “¿Cómo es eso?” –se extrañó el primero–. Explicó el otro: “Reflejo condicionado. Cuando mi mamá me arrullaba me decía: ‘Ya duérmase, cabrón’”... La mamá de Pepito lo tomó en sus brazos y le preguntó con acento mimoso: “¿De quén es ete muchachito pechocho?”. Replicó, molesto, Pepito: “No me vayas a salir ahora con que no sabes quién es mi papá”... FIN.

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