Café Montaigne 215

Son más las desventajas de estar flaco que el estar gordo. O bueno, eso mal llamado o mal definido como ser “gordo”. Digo, hay gente bien proporcionada de cuerpo los cuales los hombres son robustos y las mujeres bien buenotas. Ellas tienen bolas agradables y sensuales en las diversas partes de su anatomía las cuales les hacen verse femeninas y atávicas. El problema es que el estereotipo de belleza ha mutado desde siempre y sigue cambiando todos los días. Hoy más que nunca con eso llamado Internet.

Como “Dios es gordo”, según lo dijo el escritor Jorge Amado y lo vimos en tertulia pasada, en el texto de “Doña Flor y sus dos maridos”, y por lo engorroso que ha sido en mi vida ser flaco, pues sí, quiero ser gordo antes de morir. Sólo para saber qué se siente y así quitarme esta maldita tentación. Por aquello también que decía el dandy irlandés, mi admirado Oscar Wilde: “La mejor manera de liberarse de una tentación, es caer en ella”. Por esto, he decidido ser gordo... lo único es que no tengo ni la menor pinche idea de cómo lograrlo.

¿Es sólo atragantarme de toda la comida posible? No lo creo. Ni me late. Insisto, debería de haber libros, artículos, reportajes y claro, clínicas y hospitales especializados en hacer engordar a humanos secos como palos de ocote como yo, los cuales queremos ser felices estando gordos. Gordo, pero no tanto en honor a la justa verdad. Dos parejas universales: un gordo y un flaco. Uno feliz (el gordo), el otro flaco (amargado). Usted claro que los conoce y lo ha leído y los ha visto en el cine en su momento: don Quijote de la Mancha (el flaco, el atormentado e idealista hidalgo) y su contraparte, Sancho Panza (en su nombre lleva su sino y condena: el gordo; el eterno hambreado el cual prefiere siempre lo práctico y material, al idealismo y sueños de su patrón y protector).

Don Quijote es el prototipo siempre vigente y audaz de la libertad, el cual incuba todos nuestros anhelos y quiméricos sueños de idealismo y justicia, es aquel caballero enloquecido por leer tantos libros de caballería quien dejó su hacienda para lanzarse a la aventura. No personaje literario, sino más hombre de nervios, tendones, linfa y huesos que cualquier “hombre real” que haya existido. Don Alonso Quijano, fruto de la vida, ensueño y pluma de don Miguel de Cervantes Saavedra. Pero, tanta profundidad material y espiritual personificada en el enjuto caballero, necesitaba un contrapeso, en este caso, personificado por un bruto, goloso y egoísta Sancho Panza.

Por eso las palabras de don Quijote de la Mancha aún resuenan en la eternidad al definir a su escudero: “Asno eres y asno has de ser y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida...” ¿Nota usted qué tremenda lección de idealismo, vida y esperanza (Don Quijote) contra el patetismo, estupidez, conformismo y hasta hartazgo de su salud, por parte de su escudero (Sancho Panza) el cual siempre y una y otra vez, sólo desea comer? Un sentido práctico sobre una nobleza quimérica.

ESQUINA-BAJAN

Entonces ¿es un mito o una realidad fatal lo anterior? Otra pareja eterna es sin duda, “El gordo y el flaco”. Imitada en nuestro vecindario por “Viruta y Capulina”. Si se está desmesuradamente gordo, es decir, el término médico aplicado de obesidad, ¿es necesario atenderse e ir a consulta con el doctor? Sin duda sí. Porque luego llegarán enfermedades y detalles de salud que lo afectarán y claro, lo llevarán a la tumba.

Y entonces ¿Por qué si uno está seco y flaco, porque no ir con un médico especializado en hacer gordos a los flacos? ¿Quién lo hace o mejor dicho, quién atiende lo anterior: una nutrióloga? ¿Cuál es una buena dieta para engordar sanamente un par de kilos? Pues sin duda, e insisto, no andar preguntando ni comiendo chatarra al azar, sino ir con un especialista. Y de nuevo aparece el rubicundo Sancho Panza en nuestra agenda de hoy. El celebérrimo gordinflón ya instalado en su ínsula Barataria, ante el acoso y lata de su médico Pedro Recio, al prohibirle casi todos los alimentos, le espeta: “más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre...”

Otro mito, ¿todo los flacos son guapos y atractivos y todos los gordos son indeseables? Absolutamente no. Tuve una novia (¡le digo estimado lector, ay de mí y mis patéticos amores!) a la cual le gustaban... los gordos. De hecho, todas sus ex parejas habían sido no robustos, sino gordos. ¿Qué hacía conmigo, un tipo ñango y endeble? Vaya usted a saber, pero su servidor duró con ella como alrededor de tres años con un estira y afloja de cansancio. Y claro, me dolió en el alma y en los huesos terminar con ella. Se llama la niña K. y ha sido una de las mujeres más guapas de mi vida.

Regreso al punto, a reserva de explorarlo en la próxima tertulia sabatina: ¿Todos los flacos son guapos, musculosos y atractivos y los gordos feos y desgarbados? El estereotipo vende. Desde siempre. Y así a la vez, nos lo venden hasta novelistas de la talla del gran Georges Simenon, quien habla de un Juez de instrucción, un tal Ancelin, el cual era “un hombrecillo gordinflón, muy rubio, de cabellos ensortijados, piel blanca de bebé y ojos azules... Su aspecto era descuidado, su chaqueta demasiado estrecha, sus pantalones demasiado anchos...” ¿De qué acusamos al gran Georges Simenon por hablar así de un tipo gordo: lo acusamos por discriminación, por falta de respeto al fenotipo del personaje...?

LETRAS MINÚSCULAS

Recibí un mensaje corto SMS del joven master del brunch de “Don Artemio”, el chef Rodrigo Cárdenas. Me deletreó: “¡No necesita ser gordo para ser feliz poeta!” Le creo al joven y brillante chef. Le creo.