Café Montaigne 238
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Leo lo que sea y lo que caiga en mi mano. Nunca he sido, digamos, muy ordenado y sistemático en mis lecturas. Pero ahora y debido a la maldita pandemia china, menos. Se lo he contado aquí en este generoso espacio de VANGUARDIA: conforme fue avanzando la peste maldita y conforme fueron sucediendo los acontecimientos en la vecina ciudad de Monterrey a donde voy a bastimentarme de libros, revistas y los escasos diarios que llegan de México y España, compro lo que hay. No lo que necesito.
Todo ha sido ya una cuesta abajo, hacia la involución total, como bien lo ha acotado el académico y periodista de investigación, Luis Carlos Plata. Es decir, ya no hay evolución, sino involución. Y nadie la para ya. Para seguir glosando las letras y palabras de Plata. Le creo. Y si usted lo recuerda, le conté aquí en lunas pasadas que en la mancha urbana de Monterrey (“agandallando” unilateralmente que San Nicolás, Guadalupe, Escobedo, San Pedro y demás municipios de zona de guerra como Apodaca y Pesquería, todo eso es Monterrey) en su mejor momento (inicio de la década del siglo XXI) hubo al menos 39/43 librerías en su sombra urbana.
De las cuales ahora sólo sobreviven... 5. Ahora con letra: cinco. De hecho, justo antes de Semana Santa cerraron dos librerías de la mítica editorial Porrúa. En su momento, llegó haber de esta editorial al menos 6 librerías. Hoy sólo sobreviven dos. Por lo anterior aquí expuesto, pues ahora compro libros donde sea y los que haya. Es decir, hay bazares de segunda y tercera categoría, con libros y revistas ajados por el paso de las imbatibles estaciones. Hay libros nuevos y actuales en los anaqueles junto a libros ya mutilados, usados y en mal estado. Pero insisto y caray, es lo único a la mano.
¿Hacer más millonario a Jeff Bezos el amo y magnate de Amazon y pedir allí libros? No es lo mío, nunca lo voy hacer. Prefiero entrar a las librerías de ladrillo, metal, madera y hormigón que estar arrellanado en mi sillón, escoger un par de libros de moda y esperar la paquetería. La aséptica paquetería con libros que no transforman vidas, sino que apendejan. No todos. Lo repito: debido a lo anterior, pues compro y leo a lo pendejo ya; eso sí, cualquier cosa que veo en buen estado y lo considero bueno para mi lectura.
En un bazar de segunda en Monterrey, di con varios libros en buen estado de la colección “Millenium”, aquellos bellos libros encuadernados en tapa dura y con unos excelentes prólogos. La colección tiene como cintillo el siguiente: “Las 100 joyas del milenio”. En su momento, no la valoré. Hoy estoy como loco tratando de armarla. ¿Y aquí en el vecindario sabe usted quién la tiene completa y bien cuidada en sus lustrosos anaqueles de madera? El sabio editorialista de casa editorial, el ingrato de Carlos Alberto Arredondo. En su momento, se la regalaron al muy desvergonzado, ¡regalada! Hoy cien joyas casi inconseguibles.
Esquina-bajan
Tengo pocas en realidad de estas joyas. No sé, como veintitantos ejemplares los cuales voy acumulando a cuenta gotas. En Monterrey, le conté, conseguí dos. A saber: “Otra vuelta de tuerca” de Henry James y “El gran Gatsby” de mi amado Francis Scott Fitzgerald. Los dos y en su momento, ya muy anotados por su servidor. Pero los adquirí para tratar de sumar la colección. Y aquí viene el quid de la cuestión: hay como no queriendo la cosa, los volví a hojear y leer párrafos al azar. El anterior dueño de estos ejemplares, con lápiz y sobre sus costados y espacio en blanco, fue dejando frases, líneas, como si fuesen aforismos de su lectura.
¿Quién fue el dueño? No lo sé. Para fortuna mía y del libro, no dejó su nombre escrito. Cosa que no debe de hacerse a menos que sea un buen Exlibris. Me empezaron a intrigar las frases. Voy a transcribirle varias: “No, no soy feliz.” “Nadie es feliz”. “Mamá 400. Diezmo 100. Combis 200. Gastar 200. Mierda”. Pues caray, qué lector tan atormentado y por un segundo, casi me convence con sus ideas y yo también las firmaría. Hay más frases como las anteriores, pero hay una iniciando la lectura de Henry James, que usted lo sabe, es un gran cuento de fantasmas en la charla de unas Navidades y frente a un fuego residencial. La frase es: “El tiempo es demasiado”.
¿Nos falta tiempo para todo? No, tal vez sea esto: el tiempo es demasiado. La pandemia vino a enseñar que estábamos perdiendo el tiempo en fruslerías. Estábamos fuera de nosotros mismos. Arreglando cosas y cosas sin mayor beneficio propio ni formación profesional de profundidad y largo calado. Navegábamos en tinieblas y la pandemia china vino a enseñarnos a buscar la luz. Solo eso.
Atentos lectores como usted el cual hoy me atiende, me han comentado de acometer otra empresa de exploración, ensayar un tema el cual es eterno y harto complicado: hablar de amor. Si en nuestra tertulia sabatina ya tenemos dos naves listas cada sábado para partir, “Hablemos de Dios” y este “Café Montaigne”, atentos lectores me piden que agregue una tercera barca: “Hablemos de amor.” Me agrada la idea. Harto. De entrada, cito al mayor ensayista de esto, Ovidio. Publio Ovidio Nasón el cual publicó su tratado eterno: “El arte de amar.” Lea su idea seminal: “amar es cruel... y enferma”. El amor es una enfermedad. No pocas veces, mata.
Letras minúsculas
“El ricacho más ordinario y feo nunca deja de agradar...”, Ovidio.