Café Montaigne 290: Escritores al límite
Hace algunas lunas escribí un texto para la ya larga, muy larga saga de “Hablemos de Dios”. Y como siempre adelanto muchos textos o bien, usted lo sabe, escribo o reescribo notas en mis cuadernos, lo siguiente en poco tiempo usted lo va a leer en dicha tertulia, con una arista digamos “divina”, pero con el paso de los días pensé en la vida demasiado humana, terrena hasta el dolor inaudito, vida y dolor, las cuales se ensañaron en la biografía de uno de los más grandes poetas de la humanidad (eternidad), el gran Victor Hugo.
Para mí era poeta, aunque hoy se haga distinción o el sujetar en precarios corsés de si era mejor novelista (“Los Miserables”, su gran teatro del mundo) o dramaturgo, pensador, ensayista. Era poeta, un creador, un artista pleno y completo, y cuando digo artista, usted tal vez sólo lo empariente con pintores o escultores. En fin, cosa de estilo, historia, academia y preceptiva cultural y literaria.
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Entramos en materia y vea hacia dónde me dirijo apresuradamente hoy. Lea lo siguiente del poeta romántico por antonomasia, Victor Hugo: “¡Señores, qué divino es el hombre, / Dios tan sólo hizo el agua, pero el hombre hizo el vino!”. La gula (la glotonería) es un pecado capital. Exceso en la comida y la bebida, exceso el cual se practica con ansia. La glotonería aparece varias veces en la Biblia: (Deuteronomio, Tito y Romanos). En su momento, ni el maestro Jesucristo pudo sustraerse a ello.
Es sin duda el más conocido poeta del romanticismo, el francés Victor Hugo (1802-1885). Una vida al límite, la cual debería de contarse una y otra vez. Usted lo sabe, relativamente joven, a Victor Hugo se le murieron sus padres. Luego, se le murió su primer hijo y su hermano Eugène, se volvería loco (1830). Caray, pero aun así, Victor Hugo escribiría lo siguiente, lo cual araña la piel y el esqueleto:
“Tú que lloras, acude a este Dios porque Él llora.
Tú que sufres, acude junto a Él porque sana.
Tú que tiemblas, acude a este Dios que sonríe.
Tú que pasas, acude junto a Él que permanece”.
Este poema forma parte de su libro “Las Contemplaciones”. El texto fue escrito en el décimo aniversario de la muerte de su hermano. Y veamos que a pesar del tiempo transcurrido, diez años, éste sigue aferrado al clavo ardiente que es Dios (el que “permanece”, lo dice en su último verso). En otros versos poderosos de este mismo libro, habla del hombre feliz que se ocupa del “eterno destino”, habla de rezar y leer y, al hacerlo, “sobre el libro se inclinan sonrientes los Ángeles”. Y para desgracia de todos, este par de actividades (leer y orar) ya están ausentes casi siempre de nuestras actividades cotidianas. ¿Qué son los Evangelios? “...Ese libro que da / todavía esperanza al que deja la vida”. Define Victor Hugo.
Vea usted rápidamente que, no obstante el ritmo sordo y seco con el cual la vida fue tratando duramente al poeta, éste se entrega cada vez más y con gran pasión y fervor a su canto y a la esperanza de un refugio seguro: Dios. Victor Hugo era un excéntrico, atormentado y, acaso, hasta un buen loco. Todo junto y en una misma botella o envase: así era el escritor.
Usted lo sabe, ya cuando tenía cierta fama y pasta de llegar a ser un buen o gran escritor, un editor le encargó a principios del siglo 19 (otoño de 1930) un libro sobre el cual el autor trabajaba o prometía trabajar: la conservación de los edificios medievales de la ciudad de París. Firmó el contrato, pero dilapidaba su tiempo en la vida parisina y en sus cafeterías. El editor le puso un ultimátum: o cumplía o cumplía.
ESQUINA-BAJAN
Cuenta la historia que el gran poeta mandó a regalar toda su ropa, sólo se mandó a confeccionar un largo chal de color gris que le tapaba hasta los tobillos, con este ridículo y estrafalario atuendo, pensaba, no podía ir de café en café en la bohemia parisina. Se encerró entonces a escribir lo que usted y yo conocemos como “Nuestra Señora de París” o bien, como “El jorobado de Notre Dame”. Victor Hugo se encerró en su casa seis meses y sólo mandó comprar un gran botellón de tinta. El resultado fue una obra maestra.
Los escritores, los músicos, los pintores, los artistas en general, son seres humanos en el mundo, pero no dentro de él, tal vez en un mundo paralelo con ciertas leyes sólo atendidas por ellos. ¿Extravagancia en escritores? Una más. Se cuenta que Ernest Hemingway se robó un urinario del bar “Sloppy Joe’s” el cual frecuentaba con devoción. Se lo llevó a su casa en Key West. Luego declararía que había gastado ya suficiente dinero en ese bar, como para ser poseedor de un urinario, su urinario favorito. Dicho sanitario se puede ver aún hoy en el jardín de su casa.
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Otra vida al límite fue o es la de un autor al cual todos hemos leído en plena juventud, al italiano Emilio Salgari (1862-1911). Se suicidó con una navaja. Una pequeña, pero fiera navaja, en un monte cercano a Turín. Revés tras revés en materia familiar (su esposa se volvió loca) y económica (a sus editores en su carta de despedida les enderezó: “...los saludo quebrando la pluma”) lo orillaron a hacerse el harakiri.
LETRAS MINÚSCULAS
Vidas al límite las de estos escritores, los cuales habitan un mundo paralelo al nuestro. Regresaré al tema. Phillipe Lowell no ha escrito.