Café Montaigne 319: La importancia de ir al retrete

Opinión
/ 21 noviembre 2024

Agradezco sus cumplidos. Agradezco todos sus comentarios. Estas letras no son mías, sino suyas. Usted las ha hecho suyas y las colecciona. Cosa que agradezco de corazón, palabra y pensamiento. Y todas, las diversas sagas de ideas y textos aquí perfilados, son ideas suyas, a las cuales su servidor les da coherencia, pero mucho de esto es suyo. Y agradezco de nuevo que usted me lea. Claro, todo tiene que ver con todo. Y todo cabe en todo. Es decir, lo que usted y yo estamos explorando en “Block de Notas”, lo podemos hacer en este espacio, o bien, en nuestra cita sabatina en “Hablemos de Dios”. ¿Por qué? Porque todo tiene que ver todo.

Mi tiro de naipes o cubilete rápido se ha cumplido; rápido se cumplió. Hartos comentarios me llegaron todos estos días con motivo de una muerta infausta y dolorosa: murió el pelotero, el pitcher el cual dio muchas satisfacciones a México en su momento (un país siempre insatisfecho y necesitado de héroes), Fernando Valenzuela, apodado “El Toro”. Murió Valenzuela... de choque séptico. Principalmente.

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Vaya pues, traía un saco de enfermedades en su espalda: deterioro hepático (era alcohólico), padecía una extraña enfermedad llamada Creutzfeldt-Jakob (¡puf!, impronunciable esto). Pero lo que lo llevó a la muerte fue algo sencillo y complicado: no cagaba. Se olvidó de cagar y mear como Dios manda. Le llegó eso llamado coma o choque séptico... igual que a Carlos Ruiz Zafón, Julio Scherer. En fin.

Todo lo que entra al cuerpo tiene que salir por algún orificio, señor lector. De una u otra forma, pero tiene que salir. A huevo. Lo dije en mi mejor francés. Pero ahora elegantemente: evacuar es fundamental para seguir viviendo. Nuestro intestino es igual de importante que nuestro cerebro, tal vez sea más importante. Pero nunca le hacemos caso, por eso México es el primer lugar en el mundo en obesidad: nadie va al retrete.

Todo lo que entra debe de salir del cuerpo. Por eso, un alto y garboso poeta como el ibérico Luis Alberto de Cuenca escribió el siguiente verso: “...vomita la vida en un espasmo”. ¿No se puede ir al retrete? Hay que vomitar, como en la antigua Roma ¿No se puede? Pues caray, hay que dejar de comer. Así de sencillo, mientras llega la salud del colon, recto e intestino.

Si el cagar o mear fuesen funciones o cosas baladís, los grandes escritores, pensadores, músicos y artistas no lo hubiesen registrado en sus obras maestras. Albert Camus y Camilo José Cela tienen en sus obras geniales (ambos Premios Nobel de Literatura, para iniciar y terminar) personajes que se jactan de eso (o lo padecen): cagar y mear. O el no hacerlo como una enfermedad engorrosa, tremenda y terminal. En el “Primer Hombre”, novela inconclusa de Camus, hay un personaje argelino (como todos los de Camus) el cual se jacta de tener una vesícula “maravillosa”, se alaba de comer sandía y luego, correr al retrete... por la cantidad de agua que aporta.

ESQUINA-BAJAN

Alguna vez (bueno, una de cientos de veces. No es un honor, pero es la verdad), estando en un buen table dance regiomontano, cosa que voy a volver a frecuentar porque decenas de lectores recuerdan mis crónicas y estampas al respeto y, la verdad, yo también los extraño en mi vejez, en fin. Repito, estando en un buen table dance en Monterrey. Una niña de muy buen ver me acompañó varias noches. Ella estudiaba medicina en una universidad regiomontana y se pagaba sus estudios trabajando en esos lugares donde se intercambian besos y caricias fingidas por dinero fácil. Ella era de Tamaulipas. Bellísima ella.

Estando echando trago de cervezas, ella la botella chiquita, la que a ellas les venden y les pagan como “ficha”, yo tomando una de media, es decir, mi favorita, la “bohemia oscura” en vaso, nunca en tarro. Ya cuando trataba de enamorarla y ella se dejaba enamorar, empecé a ir recurrentemente al sanitario. Ella me regaló la siguiente charla, la cual se me quedó para la eternidad: “Oye Jesús, funcionas bien. Vas seguido al sanitario. No retienes líquidos, veo que te tomas una cerveza o la mitad de la otra y vas. La vesícula no puede retener más de 1.2 litros de agua. Si lo haces, o bien retienes líquidos o se te revienta. Oye flaco ¿así funcionas en la cama...”.

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Tragué saliva esa vez. Pero sí, ya luego tuve que demostrarle a la bella señorita que sí, sí funciono en la cama (ja, qué pretencioso a mi edad, pero es la verdad, ¡caramba!). En la gran novela de Carlos Fuentes, “La Muerte de Artemio Cruz”, dicho personaje muere por no ir a cagar ni mear. Libro recomendado a su servidor por don Gerardo Blanco Guerra. Tanto Stieg Larsson como Carlos Ruiz Zafón terminaron su tetralogía de buenos textos a costa de una sola cosa: su vida. Se alimentaban de comida de plástico y no la cagaba. Esto me lo ha recordado el académico y periodista Luis Carlos Plata. Tiene razón.

Lea las siguientes citas aleatorias por hoy, luego se las voy a sistematizar y glosar: “Celestino Ortiz se levantó de su jergón, encendió la luz del bar, tomó un traguito de sifón y se metió al retrete.” Otra: “Ese imbécil es el joven poeta que sale, blanco como la cal, de su cura de reposo en el retrete, deshilvanado en aguas, como el estío....”. Son del Nobel Camilo José Cela en su novela “La Colmena”.

LETRAS MINÚSCULAS

Mucho de su texto de proporciones centáureas tiene que ver en el retrete y las deposiciones del cuerpo...

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