Capotear el aguacate y otras historias de Gloria (1/2)

Opinión
/ 25 agosto 2025

En Cuatro Ciénegas el tiempo era usado de otra forma. Más bien, el tiempo era otra forma inmensa y viva. Y tenía un aroma más lento, con muchos prodigios que nacían entre los árboles y la gente

Estoy en Cuatro Ciénegas. Vine a seguir en la escucha de voces de mujeres nacidas en este valle. Cada una ha iniciado un proceso para representar, a través de obras de arte, la herencia natural del sitio en el que han vivido. Este es un territorio que ha recibido la atención de expertos en distintas disciplinas. Pero ahora toca escuchar a Gloria, mejor dicho, seguir su escucha y compartirla con ustedes.

Gloria de León Almaguer me recibe en su casa y me da la habitación de su nieta. Vamos a la cocina y nos sentamos en la mesa redonda de madera, rodeada por sillas estilo Malinche.

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Mientras limpia un caparazón de tortuga que va a intervenir con óleo, me dice: “mi niñez fue muy hermosa por la razón de que mi hermana Alicia y yo nacimos cuatas, después de diez hermanos”.

Me comparte que las acequias antes pasaban alrededor de cada manzana del pueblo y estaban todas rodeadas de árboles frutales. “Mi hermana y yo cortábamos algún higo o una granada y nadie nos regañaba, porque en todos los solares había y era como un regalo para los niños”.

Prosigue: “Y fíjate que saliendo de la escuela, mi hermana y yo nos metíamos a la acequia con todo y zapatos, y agarrábamos nuestras faldas como si fueran unas redes y nos decíamos la una a la otra: ‘allí viene, capotea el aguacate’. Y entonces tomábamos el aguacate, el ciruelo o lo que fuera. Era muy divertido”.

Recuerda a José Flores, quien “no sé por qué tendría una creencia, en el sentido de que, porque éramos cuatas, mi hermana y yo, tendríamos algún don especial. Nos pedía que sobáramos a las vacas que estaban malas. Es que si un animal come pastura verde y caliente, se empanza. Entonces nos contrataba mediante el pago, a cada una, de una paleta llamada pirulín hecha con agua y azúcar que preparaba su esposa Juanita.

“El contrato era que con un pañuelo rojo que nos daba, y con un manojo de cerdas de caballo, les sobáramos la panza a las vacas. Entonces las amarraba, las acostaba; nosotras hacíamos el procedimiento y lograban evacuar.

“Yo creo que se corrió la voz porque otra vez nos tocó ir con unas cabras; fuimos a la labor del ejido Cuatro Ciénegas porque unas borregas se acababan de meter a la alfalfa caliente. Y nosotras, sin pañuelo rojo ni nada, no sé por qué, nomás por intuición, abrazamos de la panza a las borregas y las torteamos, y también se curaron. Yo me daba cuenta que cuando estaban curados los animales, se levantaban y echaban un bufido”.

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Gloria, a quien le gusta recolectar objetos olvidados, añade a su relato: “mamá nos enseñó desde pequeños a vender leche, huevos y también las tortillas que ella hacía. Nosotros ayudábamos para hacer el nixtamal: en un molino que teníamos, molíamos el maíz. Ese molino estaba en un tronco de aguacate que si bien seguía unido a la tierra, ya había sido cortado y estaba seco; pues de allí sujetaban al molino y sobre una bandeja caía la masa que metíamos a la tolva del molino. Ya luego mamá calentaba las tortillas en la chimenea, que tenía un espacio para colocar un tripié, en donde se ponía la leña y arriba del tripié, el comal. Allí, de perdido, ponía de 4 a 6 tortillas. Y cuando estaban listas nos decía: ‘echen veinte tortillas en la mesa y en otro espacio pongan cuarenta. No las pesaba, eran contadas y pues veinte tortillas eran medio kilo y 40, eran un kilo”.

Por esta y otras historias que me cuenta, en Cuatro Ciénegas el tiempo era usado de otra forma. Más bien, el tiempo era otra forma inmensa y viva. Y tenía un aroma más lento, con muchos prodigios que nacían entre los árboles y la gente.

El vocablo “capotear” proviene de la palabra “capote”, la cual procede del latín caput, que significa “cabeza”. En general, esta locución refiere a una capa de abrigo usada en la tauromaquia, a la que se le agrega el sufijo -ear, para reflejar la acción.

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Nacida en Monclova, Coahuila. México, en Junio 3 de 1969. Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Maestra en Historia de la Sociedad Contemporánea. Doctora en Ciencias y Humanidades para el Desarrollo Interdisciplinario. Ha publicado entre otros, “Los frutos del sol“ (Castillo MacMillan 2005) libro infantil y poemarios entre los que figuran Casa de sol (FECA-CONACULTA 1995), “Ruido de hormigas“ (Gatsby Ediciones, 2005), Carne para las flores, antología personal (Aullido libros, España 2011), Las flores desenfundan sus espinas, antología personal (Secretaría de Cultura de Coahuila, 2013) y “Donde la piel“ (Mantis Editores/CONARTE, 2019). Aparece en “Anuario de poesía mexicana“ (Fondo de Cultura Económica, 2006).

Obtuvo el primer lugar en fotografía Coahuila luz y forma 2003. En poesía, recibió beca del FONCA, estímulos como joven creadora y como creadora con trayectoria del FECA y del PECDA en varias ocasiones. Fue becaria FORCA-Noreste 2011-2012, en Lima, Perú donde impartió talleres sobre poesía objetual. Como invitada de honor del Festival Internacional de Teatro Tánger 2013 en Marruecos, se leyó su poesía traducida al árabe. Parte de su trabajo también tiene versiones en inglés, alemán, portugués y francés. Entre las revistas en las que ha publicado, destacan el número inaugural de la revista de poesía contemporánea de Valencia “21veintiúnversos“, ( octubre de (2015), y “Lichtungen“ (noviembre de 2016) en el apartado “Literatura del norte de México“, en el que sus poemas fueron traducidos por Christoph Janacs.

Fotografías medio ambientales, video poemas y atmósferas sonoras fueron exhibidos en la Galería Mohammed Drissi de Tánger (Julio-agosto 2021). Participó en la muestra de arte coahuilense titulada Segar el mar, dentro del 49 Festival Cervantino. Parte de su trabajo se encuentra en el portal virtual www.thenatureofcities.com, al lado de artistas medio ambientales del mundo. Actualmente es Directora de Divulgación Científica en el Museo del Desierto.

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